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Quiso el extraño juego de las coincidencias y la casualidad que casi a la misma hora de aquella noche el general Otto von Stülpnagel, comandante militar alemán en Francia, en el hotel Majestic, el cuartel general alemán en París, levantara su copa de champaña para brindar con dos caballeros. Uno de estos caballeros era el jefe del Abwehr alemán, almirante Wilhelm Canaris, y el otro, el general del Cuerpo acorazado Erich von Felseneck.
Las copas emitieron un sonido cristalino. Los tres caballeros brindaron bajo el retrato de Napoleón I.
El general Von Stülpnagel dijo:
—¡Por los héroes desconocidos e invisibles de su organización, almirante Canaris!
—Por los no menos valientes soldados de sus ejércitos, señores.
El general Von Felseneck había bebido ya un poco más de la cuenta y sonrió malicioso:
—Es usted siempre muy modesto, almirante. ¡Vaya agentes tan osados y hábiles los de usted! -El hombre estaba muy divertido-. Desgraciadamente, no puedo contárselo a usted, Stülpnagel; se trata de un secreto de Estado. Pero ese Canaris es un lince.
Brindaron de nuevo.
En aquel momento entraron los generales Kleist y Reichenau y se llevaron a Stülpnagel a un lado.
De pronto, el almirante Canaris fijó una mirada de interés creciente en el general Von Felseneck. Le ofreció un cigarro y preguntó indiferente:
—¿De qué hablaba usted hace unos momentos, señor Von Felseneck?
Felseneck sonrió divertido.
—No me sonsacará usted una sola palabra.
—¿Y quién le ha impuesto este silencio?
—Uno de sus hombres..., vaya muchacho, le admiro.
Canaris sonrió, pero sus ojos continuaban serios.
—Vamos, ¡cuente ya! Quiero saber cuál de nuestros trucos le ha impresionado tanto a usted.
—Está bien, sería una tontería no hablar de ello con usted. Pues, sí, me refiero a la cartera negra.
—Ah, sí, la cartera negra...
—Vaya un hombre aquel, señor Canaris. Se presentó ante mí como si fuera un diplomático americano,..., ¡y vaya seguridad la suya! Sin inmutarse siquiera cuando le detuvieron mis hombres. -Felseneck rió más divertido aún-: El hombre llevaba a un lugar seguro a dos agentes del espionaje francés y todo el dossier del Deuxième Bureau, y, además, se tomó tiempo para darme la receta de un gulasch de patatas. Me causó una profunda impresión. ¡Me gustaría tener a un hombre como él en mi Estado Mayor!
—Sí, tengo a unos cuantos hombres muy buenos -asintió el almirante-. Sí, recuerdo el caso... -No tenía la menor idea del asunto, pero su instinto le dijo que debía haber ocurrido algo monstruoso-. Un momento, ¿cómo se llama...?
—Lieven, Thomas Lieven, de la Región militar de Colonia. Finalmente me enseñó su documentación. Thomas Lieven, nunca olvidaré el nombre...
—Sí, Lieven, sí; desde luego, es un nombre que no hay que olvidar. -Canaris hizo una señal al camarero, mandó que les llenaran otras dos copas de champaña y dijo al general-: Mi querido Felseneck, sentémonos en ese diván. Y cuénteme su encuentro con el amigo Lieven. Me siento muy orgulloso de mis hombres...