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Bastián Fabre se dijo que Hitler le había regalado una bonita villa a su amante, cuando, en compañía de Thomas, entró en la cocina de la casa.
—Nunca hubiese sospechado una cosa así de un vegetariano, ¿verdad que no, compañero?
—¿Y de qué le ha servido ya? ¡Ha muerto! -dijo Thomas-. Bien, para antes del corzo vamos a preparar un pudín de queso de Parma, y para después, algo dulce, eso siempre suele gustarles a los americanos.
Queridos y apreciados lectores, nos es muy difícil relatar lo que sucedió a continuación. Nunca, y todos ustedes son testigos de ello, nuestro amigo se había emborrachado en el pasado.
Aquel 16 de junio de 1946, sin embargo, se emborrachó en la casa de la antigua amante de Hitler como nunca antes lo había hecho en su vida. Y sólo teniendo en cuenta este estado se explica lo que le sucedió a Thomas Lieven en esta catastrófica situación.
Tal vez Bastián hubiese debido prestar una mayor atención a su señor. Mas aquella noche se interesó demasiado por la criada pelirroja. Pero con aquella belleza, ya algo gastada, que catorce meses antes, en su calidad de ayudante de transmisiones femenina, había alegrado las noches de los soldados alemanes, hizo Bastián de las suyas en la cocina y en otras partes..., y así fue como el destino siguió su curso...
Hans Wallenberg se presentó con su hermosa secretaria. Tres agentes del CIC invitaron a sus amigas alemanas. Se sentaban, además, a la mesa dos atractivas damas del Art Collecting Point, una de ellas en uniforme francés, la otra en un vestido blanco, ya algo usado, con grandes flores pintadas a mano.
A la dama de uniforme francés la llamaban mademoiselle Daniella. Thomas la conocía... de voz. Durante la «Hora de París», en Radio Munich, Daniella solía cantar las últimas canciones francesas... con vibrante voz de dormitorio. No cabía la menor duda de que la encantadora francesa era el punto neurálgico de la reunión.
Su acompañante alemana estaba completamente bajo su sombra. La muchacha de cabello negro y largo, ojos oscuros, largas pestañas y gruesos labios se llamaba Christine Troll. Era secretaria en el Art Collecting Point.
La francesa relataba los episodios más divertidos de esta institución. Los funcionarios de la Central de Recuperación de Obras de Arte tenían instaladas sus oficinas en el Königsplatz, en uno de los llamados Führerbauten más pequeños. La misión de este organismo estribaba en descubrir y poner en seguridad todas aquellas obras de arte que durante el régimen nazi habían cambiado de propietario, no solamente en los países ocupados, sino también en Alemania, que habían sido confiscados, requisados, puestos a mejor recaudo o robados.
A mejor recaudo, informó mademoiselle Daniella, habían puesto los alemanes en París las célebres colecciones de los Rothschild, Goldschmidt y Schloss. Pero, ¿dónde estaban ahora todas estas obras de arte?
Los nazis habían «puesto a mejor recaudo» unos catorce mil lienzos..., pero, ¿dónde? Los americanos descubrieron obras de arte en el monasterio de Dietrmaszells, en el monasterio de Ettal, en las salinas del Alto-Aussee..., pero muy pocas en comparación con las que habían desaparecido.
A su entrada, las tropas americanas habían cedido el Führerbau I a los alemanes.
—Podéis quedaros con todo esto, era propiedad de Hitler -así es como unos pocos astutos muniqueses habían interpretado las palabras de los vencedores.
Y se hicieron cargo de todo lo que encontraron...
Algunos de estos lienzos, contó mademoiselle Daniella, fueron encontrados posteriormente, cuando el Collecting Point, en las cercanías del Könisgplatz y con ayuda de la Military Police, emprendió una redada en más de mil casas particulares. Encontraron entonces un gran número de valiosas obras maestras.
Claro está, también los americanos habían saqueado. Mademoiselle Daniella habló del incidente que le había ocurrido a un anticuario en la Maximilianstrasse. Cuando la conquista de Munich, un carro de combate Shermann había rodado por delante de su tienda. Los soldados sacaron al anticuario de su tienda y le enseñaron el cuadro que llevaban sujeto delante del carro. Al anticuario se le heló la sangre en las venas. Aquel cuadro era, ni más ni menos, un óleo de Rembrandt que figuraba en todos los libros de arte, el retrato del rabino de Amsterdam, el «original»...
El anticuario y los soldados no llegaron a ponerse de acuerdo y los americanos se llevaron el tesoro. ¿A dónde? Eso nadie lo sabía. Lo cierto es que el Rembrandt no volvió a aparecer...
Estas anécdotas divertían lo indecible al anfitrión y sus invitados. Bebían gin, y zumos de frutas. Thomas se fue a la cocina para ver cómo seguía el asado de corzo, Bastián y la criada.
Los encontró muy bien a los tres. La criada estaba sentada sobre las rodillas de Bastián. Por fuera estaba muy roja, pero por dentro, al parecer, muy «parda». Thomas clavó el tenedor en el corzo y descubrió que a éste le ocurría lo contrario. Dio las necesarias instrucciones a Bastián y regresó al salón.
Mademoiselle Daniella proseguía sus relatos. Thomas se sentó al lado de la modesta y hermosa Christine Troll y escuchó. Notaba cómo se le subía el alcohol a la cabeza. Y también los ojos de la hermosa y morena Christine brillaban sospechosos.
—¡Pronto servirán la cena! -dijo Thomas.
—Gracias a Dios, ya estoy tipsy -confesó con voz ronca y profunda.
«Con lo que a mí me gustan las voces profundas -se dijo Thomas-. ¿Qué edad tendrá la chiquilla? A lo sumo, veinticinco; hum..., encantadora...»
También durante la cena siguió mademoiselle Daniella entreteniendo a sus compañeros de mesa con sus relatos.
Thomas estaba de mal humor. Precisamente con el pudín de queso de Parnia se había tomado tantas molestias... Y nadie le prestaba la menor atención, nadie lo alababa.
En esto estaba pensando cuando Christine, que se sentaba a su lado, le dijo en voz baja:
—Nunca he comido un pudín mejor.
Los ojos de Thomas se iluminaron: «¡Vaya muchacha!»
Cuando sirvieron el asado de corzo relataba mademoiselle Danielle una anécdota sobre el célebre libro histórico Schedels Weltchronick, impreso en el año 1943:
—... uno de nuestros hombres pasó hace dos semanas por Troibach, cerca de Krainburg, junto al Inn. Entró en la granja de un campesino porque tenía necesidad de ir..., ¿cómo lo diremos?, a la «casita» -risas-. Y en el momento de..., soy horrible, lo sé..., perdonadme; pues bien, en el momento en que coge el papel en sus manos se le antojan muy raros tanto el papel como lo impreso... -Risas-. Amigos míos, ¿qué quieren que les diga...? Eran las páginas de la mundialmente célebre crónica de la Edad Media, el primer libro galante impreso en el mundo, y las hojas estaban allí clavadas de un clavo oxidado... -Más risas.
Muy triste, se decía Thomas:
«Y nadie alaba mi asado de corzo.»
Pero en aquel momento dijo Christine en voz muy baja:
—Es maravilloso este asado de corzo. Es usted un genio. ¿Se trata de una receta especial?
—Mía. Lo he bautizado con el nombre de «asada de corzo a la Baden-Baden», en recuerdo a..., hum..., he pasado allí horas de maravilla.
—Eso tendrá usted que contármelo en detalle, por favor.
Thomas se acercó un poco más.
—¡Será un verdadero placer!
¡La velada estaba salvada!
Después de la cena, mademoiselle Daniella cantó unas canciones. Siguieron bebiendo. Varias parejas se esfumaron. Llegaron nuevos invitados. Una gramola tocaba ininterrumpidamente. Thomas bebía con los caballeros. «Ahora tengo algo en el estómago -se tranquilizó-, no puede sucederme nada.»
Le presentaron al agente del CIC míster Smith, aquel caballero tan amable de los animales que iba de caza con el arco y la flecha. Y entonces se descubrió que Thomas había sido invitado, no solamente porque cocinaba tan bien...
—Oiga usted, míster Lieven. Sé que usted no fue un nazi..., pero conoció usted a los nazis... Podría usted ayudarnos...
—No, gracias.
—Lieven, éste es su país. Yo no pienso permanecer toda mi vida aquí. Usted tal vez sí. Si ahora no actuamos con justicia, puede que encerremos a los inocentes y dejemos en libertad a los culpables..., ¡y la historia se repetirá!
—A pesar de ello -dijo Thomas-, no quiero saber nada de servicios secretos. ¡Nunca más!
Míster Smith le miró de reojo y sonrió... La luz se fue haciendo cada vez más débil; la música, cada vez más sentimental. Thomas bailó con Christine. Thomas flirteó con Christine.
—He estudiado química -contaba Christine-. Mis padres tenían, aquí en Munich, una fábrica de productos cosméticos...
—¿Qué quiere decir con esto de que «tenían»? -Han muerto. Y la fábrica ha sido saqueada. Yo no estaba aquí por aquellos días. Si al menos encontrara alguien que me prestara un poco de dinero...
Munich, 16 de junio de 1946
Al cocinar para los americanos, se inflama el corazón de Thomas Lieven...
Pudding parmesano
Se toman 120 gramos de mantequilla, se baten hasta formar espuma, se añaden 6 yemas, 80 gramos de queso parmesano rallado, 1/4 de litro de nata ácida, algo de sal, 140 gramos de harina, y, finalmente, la clara finamente batida de los 6 huevos. Se introduce la masa en un molde de pudding, untado con mantequilla y harina, y se calienta durante 45 minutos al baño maría. Se deja caer el pudding sobre una gran fuente redonda, se rodea con 150 gramos de jamón finamente picado y con judías verdes rebozadas con mantequilla, cubiertas de perejil picado.
Espalda de ciervo a la Baden-Baden
Se toma una espalda de ciervo, sin piel y ahumado, se adoba con pimienta y sal, se cubre con mantequilla bien caliente y se introduce en el horno previamente calentado. Se asa, rociándolo constantemente durante 45 a 60 minutos, pero la carne debe permanecer todavía tierna y ligeramente rosada en los huesos. Se toma algo del jugo del asado, se introducen en él pedazos de ananás, cerezas en conserva y uvas frescas, se rodea con todo ello la espalda de ciervo. Se cuece el jugo restante y el fondo del asado con nata ácida, formando una salsa, que se sirve por separado.
Crema rusa
Se toma, por persona, una yema y una cucharada de azúcar, se bate hasta formar espuma, se añade arrak o ron -por cada 3 huevos, una cucharada llena-, incorporando luego la nata bien batida. Se adorna la crema con pequeños almendrados, empapados con arrak o ron.
¡La muchacha hablaba con tal seriedad!
Thomas la encontraba inmensamente simpática.
—Ay..., sólo un pequeño capital. Con la fábrica se puede ganar lo que se quiera. Millones de mujeres piden preparados cosméticos. Todas ellas quieren ponerse guapas...
Un argumento que no admitía réplica. Con la lengua ya un tanto pegajosa, dijo Thomas:
—Sinceramente, señorita Christine..., tenemos que volver a hablar de este asunto... Mañana la iré a visitar..., puede que me interese su fábrica...
—¡Oh! -Y los ojos de la joven brillaron intensamente.
Mademoiselle Daniella volvió a cantar. Thomas bebió y bailó con Christine, bailó y bebió. Luego también él cantó. Y llegó el momento en que estaba completamente bebido. Amable. Encantador. Simpático. Pero bebido. Sólo que esto no llamó la atención de nadie. Todos estaban bebidos en casa de la difunta Eva.