18
A primeras horas de la mañana del 26 de noviembre de 1940, un Thomas Lieven silencioso y sumido en sus pensamientos, regresó del Hotel de Noailles, en el barrio viejo de Marsella, al apartamento en el segundo piso de la casa en la rue Chevalier Rose. En compañía de Josefina Baker y de Maurice Débras habían bebido mucho y habían hablado de muchos problemas.
Por unos momentos se sintió tentado de darle una buena paliza a Chantal, que dormía en una cama completamente revuelta. Pero luego decidió tomar primero un baño caliente. Y en la bañera fue donde, finalmente, le encontró su hermosa amiga.
Y mientras Chantal le frotaba la espalda le contó solamente lo imprescindible de su milagrosa salvación..., puesto que no confiaba aún plenamente en la mujer.
—Me han soltado porque me necesitan -dijo finalmente- Quieren que les haga un favor. Y, por el momento, te necesito a ti. Creo que sobre esta base puede llegarse a una reconciliación entre tú y yo.
Los ojos de Chantal volvieron a brillar.
—¿Sabrías perdonarme?
—No me queda otro remedio, puesto que te necesito...
—No me importa el motivo, lo único que me interesa es que me perdones -susurró, y le besó-. Lo haré todo por ti. ¿Qué quieres de mí?
—Un par de lingotes de oro...
—¿Lingotes de... oro? ¿Cuánto?
—Pues, digamos, por valor de cinco a diez millones de francos.
—¿Lingotes de verdad?
—No, de esos que tienen el interior de plomo.
—Si solamente se trata de esto...
—¡Eres una miserable! Por culpa tuya me he visto metido de nuevo en todo esto. ¡No frotes tan fuerte!
La mujer frotó con más fuerza aún.
—¡No sabes cuánto me alegra que no te hayan liquidado querido!
—¡Te he dicho que dejes de frotar!
La mujer rió y empezó a hacerle cosquillas.
—¡Basta ya o te doy un azote!
—¡Espera!
Y el hombre la cogió por los brazos y la atrajo dentro de la bañera. Chantal gritó y rió y escupió agua hasta que permaneció silenciosa entre los brazos del hombre.
De pronto recordó al pobre Lázaro Alcoba, al pobre Walter Lindner y su esposa, a los pasajeros del barco que se había hundido, a los marinos, a los pobres soldados en las trincheras, a todos los desgraciados seres humanos. ¡Cuán corta es la vida! Cuán difícil es vivir. ¡Qué terrible era su finí Y cuán poca felicidad existe en este mundo.