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Le quitaron los tirantes, la corbata, los cordones de los zapatos, la cartera de bolsillo y su amado reloj de repetición y le metieron en una celda individual. Allí pasó Thomas el resto del día y de la noche. Su cerebro trabajaba de un modo febril. Tenía que haber una solución, pero no la encontraba...
La mañana del 27 de mayo llamaron a Thomas Lieven para interrogarle. Cuando entró en el despacho de Haffner vio que al lado del comisario se sentaba un comandante de la Wehrmacht, un hombre pálido y al parecer preocupado. Haffner hizo un gesto de enojo con la mano. Era evidente que los dos hombres habían estado discutiendo.
—Ése es el hombre, comandante. Acatando su orden, les dejo a solas ahora -dijo el hombre de la Gestapo, enojado, y salió del cuarto.
El oficial estrechó la mano de Thomas.
—Comandante Loos de la región militar de Colonia. Me ha llamado el barón Von Wiedel. Dijo que me ocupara de usted.
—¿Ocuparse de mí?
—Sí, usted es completamente inocente. Ha sido su socio quien le ha metido en todo este lío; esto es, por demás, evidente para mí.
Thomas suspiró aliviado:
—Me alegra que haya llegado a este convencimiento, comandante. Entonces, ¿puedo marcharme ya?
—¿Marcharse? ¡Le mandan a usted a la cárcel!
Thomas tomó asiento.
—Pero si soy inocente...
—Esto intente usted hacérselo comprender a la Gestapo, señor Lieven. En fin, su socio lo tenía todo bien previsto.
—Hum -murmuró Thomas.
Fijó la mirada en el comandante y se dijo: «Ése me vendrá ahora con otro cuento...»
Y así fue.
—Mire usted, señor Lieven, desde luego existe todavía una salida para usted. Usted es ciudadano alemán. Conoce el mundo. Es un hombre de cultura. Habla perfectamente el francés y el inglés. Y eso es lo que se busca hoy día.
—Lo busca, ¿quién?
—Nosotros. Soy oficial del Abwehr, señor Lieven. Sólo le puedo sacar de aquí si está usted dispuesto a trabajar para nosotros. Por lo demás... pagamos bien...
El comandante Fritz Loos fue el primer miembro de un servicio secreto a quien conoció Thomas Lieven. Siguieron infinidad de otros, ingleses, franceses, polacos, españoles, americanos y rusos.
Dieciocho años después de este primer encuentro, el 18 de mayo de 1957, pensaba Thomas Lieven en la tranquilidad nocturna de su apartamento de lujo en Cannes: «En el fondo, todos esos hombres se parecían increíblemente los unos a los otros. Todos ellos daban la impresión de estar tristes, amargados, desengañados. Lo más probable es que todos ellos hubiesen sido arrojados de los cauces que se habían señalado en esta vida. Todos parecían estar enfermos. Todos eran tímidos y, por este motivo, se cubrían con los ridículos atributos de su poder, sus secretos y el temor que inspiraban a los demás. Todos ellos representaban una comedia; todos ellos padecían complejo de inferioridad...»
A esta conclusión había llegado Thomas Lieven una hermosa noche de mayo del año 1957. Pero el 27 de mayo de 1939 no sabía nada de todo esto aún. Quedó sencillamente entusiasmado cuando el comandante Loos le propuso trabajar para el Abwehr alemán. «De ese modo -se dijo-, de momento, voy a escapar de estas aguas», sin saber que éstas le llegaban ya hasta el cuello...