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Entre otros muchos visitantes esperaba también Thomas Lieven en la antesala del comandante americano Kurt Westenhoff. En Munich. En la Schellingstrasse. En el gigantesco edificio de la antigua editorial Eher.
En el así llamado Reich milenario había sido impreso allí por los nazis el Völswischer Beobachter. Ahora los americanos imprimían allí otro periódico.
Hacía mucho calor en Munich aquel 30 de mayo de 1946. Muchos de los delgados caballeros, muy pálidos, que esperaban en la antesala del comandante Westenhoff estaban bañados en sudor. Meditabundo miraba Thomas Lieven en torno a él. «Ahí os sentáis ahora todos vosotros. En unos trajes que se os han hecho demasiado grandes. Con unos cuellos de camisa demasiado anchos. Delgados, demacrados, depauperados. Cuando os miro a todos vosotros, solicitando; aquí un empleo, un cargo... No dais la impresión dé haber, luchado en primera línea en el frente y tampoco contra los nazis. Os habéis mantenido muy quietos durante el Reich milenario. Cerrasteis los ojos, los oídos, la boca. ¡Pero ahora pretendéis de nuevo el poder! Y pronto trataréis de conquistar la parte del león. Pronto estaréis en el Gobierno, en la industria, en todo el país. Dado que los americanos os ayudarán...
»Pero, ¿sois los más indicados para los tiempos que se avecinan? ¿Sabréis aprovechar esta ocasión única que se os ofrece para que Alemania recupere su prestigio ante el mundo..., aun cuando sólo sea por algún tiempo?
»Habéis comenzado y perdido dos guerras mundiales en el curso de solamente veintitrés años. ¡Todo un récord! ¿Qué os parece si ahora nos mantuviéramos neutrales..., nos dejáramos querer por los rusos y los americanos..., trabajar con el Este y el Oeste? Hemos disparado tantos tiros y si ahora..., por favor, no lo toméis a mal, se trata simplemente de una proposición, ¿y si durante algún tiempo dejáramos de disparar? Dios santo, qué hermoso sería...»
Hizo acto de presencia una hermosa secretaria.
—Señor Lieven, le espera el comandante Westenhoff -dijo la hermosa dama, que más tarde habría de llamarse señora Westenhoff.
Thomas entró en el despacho del redactor, que le recibió con la mano extendida.
—Hola, Thomas -saludó Kurt Westenhoff.
Era un hombre bajo y redondo. Pelo rubio, una voz agradable y ojos azules e inteligentes, que brillaban siempre amables y melancólicos. El padre de este hombre, el doctor Hans Westenhoff, había trabajado de redactor jefe en la editorial Ullstein en Berlín, para el diario BZ am Mittag y para el Tempo.Luego, toda la familia había tenido que emigrar. Y ahora Kurt Westenhoff regresaba al país que le había expulsado.
—Hola, Kurt -respondió Thomas al saludo.
En el año 1933 había visto por última vez a su amigo, en Berlín. A pesar de ello, Westenhoff le había reconocido.
—Yo... te doy las gracias -dijo Thomas con voz ronca.
—Déjate de tonterías, muchacho, nos conocemos desde la escuela. Conocí a tu padre. Bien, no tengo que hacerte preguntas. ¿En qué puedo ayudarte?
—Sabes que antes de la guerra era banquero en Londres. Marlock and Lieven Dominion Agency, en la Lombard Street.
—Dominion Agency, exacto. Lo recuerdo.
—He pasado unos años terribles. Vuestro CIC debe tener un expediente muy grueso sobre mi persona. Pero la verdad, la culpa de que me viera complicado en tantos asuntos feos la tiene mi socio Marlock. Él hizo que me expulsaran de Inglaterra. Se quedó con el Banco. Desde 1930 sólo tengo un deseo, me domina un solo pensamiento: ¡enfrentarme con ese cerdo!
—Entiendo -dijo Westenhoff-, tienes la intención de volver a Inglaterra.
Y pedirle cuentas a Marlock, sí. ¿Puedes ayudarme?
—Sure, boy, sure! -dijo el berlinés americano.
¡Pero se equivocaba!
Dos semanas más tarde, el 14 de junio, invitaba Westenhoff a Thomas a visitarle en su villa.
—Lo siento, Thomas -le dijo a su amigo, después de haber tomado asiento en la terraza detrás de la casa-. Lo lamento de corazón. Será mejor que tomes un whisky antes de que siga hablando.
Thomas atendió el consejo.
—Tu Robert E. Marlock ha desaparecido. Ha alarmado a mis amigos del CIC. Ésos se han puesto en contacto con los ingleses. La situación es muy triste, Thomas, muy triste. Tu pequeño Banco tampoco existe ya. ¿Te sirvo otro trago?
—Será mejor que dejes la botella sobre la mesa -rogó Thomas-. ¿Cuándo dejó de existir mí Banco?
—En 1942. -Westenhoff sacó una hoja de papel del bolsillo-. Para ser exactos, el 14 de agosto de 1942. Marlock hizo suspensión de pagos. Los clientes quisieron retirar el importe de sus cuentas corrientes. Aquel día desapareció Marlock. Esto es lo que me cuentan mis amigos del CIC. A propósito, tienen mucho interés en conocerte.
—Pero yo a ellos, no.
Thomas suspiró. Volvió la mirada hacia el jardín. Cogió de nuevo el vaso en su mano.
—Bien, me quedo aquí. He ganado dinero suficiente en Francia. Trabajaré. Pero nunca más, nunca, ¿me oyes bien, Kurt?, para un servicio secreto. ¡Nunca más en mi vida!
Pero en esto estaba en un error..., lo mismo que Kurt Westenhoff, que creía que Thomas Lieven nunca más volvería a ver a su antiguo socio Robert E. Marlock...