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Mientras suspiraba melancólico, Thomas Lieven miró en torno suyo por el dormitorio decorado de rojo-blanco-oro. El dormitorio formaba parte de la suite 107. La suite 107 era una de las cuatro más lujosas del hotel George V. El hotel George V era uno de los cuatro más lujosos de París. En su tejado ondeaba hacía horas la bandera de guerra del Reich con la cruz gamada. Frente al hotel, desde hacia horas, cruzaban los pesados carros de combate. En su patio estaba aparcado un Chrysler negro. Y en el dormitorio de la suite 107 se sentaban Thomas Lieven, Mimí Chambert y el coronel Jules Siméon.

Habían pasado unas horas de verdadera locura. Con un carro de combate delante y otro detrás de su Chrysler, habían sido guiados hasta el puesto de mando del Cuerpo. El rubio teniente Zumbusch había intentado ponerse en comunicación por radio con su general. Pero el avance alemán era tan rápido que, al parecer, no contaban con un puesto de mando estable. Poco después de haber ocupado, sin lucha, la capital, también el general parecía haber encontrado el necesario reposo y estabilidad: en el hotel George V.

Por los corredores se oía el paso de las pesadas botas de los soldados. En el vestíbulo del hotel se veían muchas cajas, metralletas y cables de teléfono. Tendían nuevas comunicaciones. Existía una confusión y un desconcierto inimaginables.

Hacía un cuarto de hora el teniente Zumbusch había conducido a sus prisioneros al dormitorio de la suite 107. Luego había desaparecido. Sin duda alguna, para informar a su general. La cartera de mano de piel negra reposaba ahora sobre las rodillas de Thomas Lieven; se había apoderado de ella cuando bajaron del coche. Consideraba que en su poder estaba a mejor recaudo.

De pronto oyeron una voz irritada desde la alta y decorada puerta que daba al salón.

Un oficial, alto como un árbol, se plantó en el umbral y dijo:

—El general Von Felseneck ruega su presencia, míster Murphy.

«De modo que todavía me toman por un diplomático americano -se dijo Thomas Lieven-. En fin, vamos a ver...»

Lentamente se puso en pie, la cartera de mano bajo el brazo. Cruzó con suma dignidad por delante del ayudante.

El general Erich von Felseneck era un hombre bajo y gordo, de cabello color gris acero, muy corto, y gafas con montura de oro.

Thomas vio una pequeña mesa en donde, junto a los cubiertos y la vajilla del hotel, había dos recipientes de latón. Era evidente que el general había sido interrumpido en su almuerzo. Este hecho lo aprovechó Thomas para demostrar su cortesía internacional:

General, lamento de verdad interrumpir su comida.

—Me corresponde a mí disculparme, míster Murphy -dijo el general Von Felseneck, estrechando la mano de Thomas.

Thomas se sintió casi indispuesto cuando el general le devolvió el falso pasaporte diplomático y los pasaportes falsos de Mimí y Siméon.

—Sus papeles están en orden. Perdone usted la acción del teniente. Pero la actitud de su compañero de viaje despertó sus justificados recelos. Sin embargo, se ha extralimitado en sus funciones...

—General, eso puede ocurrir... -murmuró Thomas.

MENÚ
Plato único de varias clases

15 de junio de 1940

Ante un plato único «conquistó» Thomas Lieven a un general alemán

Gulasch de patatas

Se toma grasa y cebollas, que se hacen hervir hasta adquirir un color vítreo; deben estar bien sazonadas con sal y páprika. A continuación se añaden pequeños cubitos de carne de ternera. Poco antes de que se ablande la carne, se añaden también pequeños cubitos de patatas. Hay que tener en cuenta: ¡deben haber tantas libras de cebolla como carne! Completamente al final, se añade mejorana y pepinillos agridulces finamente picados.

Risi-bisi

Arroz previamente hervido se mezcla con guisantes verdes (ya sea en conserva o frescos). Agitando brevemente, se añade luego mantequilla o grasa con fuego reducido, adicionándose a continuación pedazos de carne o asado o salchichas de Frankfurt, naturalmente, en pequeños pedazos. Se sazona a voluntad, preferiblemente con curry, y se sirve a la mesa con algo de queso parmesano.

Irish-Stew

Bajo este nombre existen diversas recetas para reparar carne de carnero y coliflor en un sabroso plato único. Una de las mejores es la receta de Mecklenburg: la carne de carnero se corta en pedacitos cuadrados; se sala y se hierve durante una hora u hora y media. Después, las coliflores se liberan de las hojas exteriores y del tallo, y se cortan en cuatro partes, se hierven un cuarto de hora en agua hirviendo y se exprimen a continuación fuertemente con un paño. Se disponen en una gran cacerola delgadas rodajas de tocino, se coloca después una capa de coliflor, el lado redondo debe quedar siempre hacia arriba, a continuación algunos pedacitos de carne, cebollas finamente picadas, perifollo, sal y pimienta, así como un poco de clavo. Después se coloca, siempre alternativamente, una capa de coliflor, y una capa de carne con las especies arriba mencionadas. La capa final en la cacerola debe ser de coliflor. A continuación se añade el caldo de carnero sedimentado y se deja hervir todo el conjunto durante una hora. Para servirlo se deja caer el contenido de la cacerola sobre una fuente.

—Eso no debería ocurrir, míster Murphy. La Wehrmacht alemana es correcta. Respetamos las costumbres diplomáticas. ¡No somos unos forajidos!

Certainly not...

—Míster Murphy, soy muy sincero. Hace pocas semanas tuve muchos disgustos. Unas complicaciones que por poco llegan a oídos del Führer. En Amiens, dos de los míos detuvieron y registraron a dos miembros de la Comisión militar sueca. ¡Vaya escándalo! Tuve que disculparme personalmente. Tal vez fuera una advertencia para mí. Y una cosa así no me sucederá por segunda vez. ¿Ha almorzado usted ya, míster Murphy?

—No...

—¿Puedo invitarle antes de su partida? Sencilla comida de soldado. La cocina del hotel no funciona aún. Y en Prunier deben tener cerrado hoy, ¡ja, ja, ja!

—¡Ja, ja, ja!

—Bien..., ¿quiere probar la cocina de campaña alemana?

—Si no es molestia...

—¡Al contrario, es una alegría! Kogge, ponga otro cubierto. Y sirva también a los señores en la suite...

—Sí, mi general...

Cinco minutos más tarde...

—Un poco monótona esta comida, ¿verdad, míster Murphy?

—Oh, no. Teniendo en cuenta las circunstancias, excelente... -dijo Thomas Lieven, que, mientras tanto, había recuperado el dominio sobre sí mismo.

—No sé a qué se debe, pero esos individuos no saben preparar un plato único -se lamentó el general.

—General -dijo Thomas Lieven, con expresión suave-, deseo agradecerle su amabilidad y darle un pequeño consejo...

—¡Diablos, señor Murphy, habla usted muy bien el alemán!

«Un cumplido muy peligroso», se dijo Thomas Lieven. Y rápidamente se reveló menos conocedor del idioma alemán:

Thank you, general. Mi niñera ser una ama de Mecklenburgo. Su speciality eran los platos únicos de Mecklenburgo...

—Interesante, ¿eh, Kogge? -le dijo el general a su ayudante.

—Sí, mi general.

—De un modo injustificado -dijo Thomas Lieven, prestando suma atención a su acento americano-, los platos únicos han sido postergados. Le voy a exponer gustosamente cómo se prepara un plato único de Mecklenburgo. ¡Y también el gulasch de patatas ser un plato exquisito! -Thomas bajó el tono de su voz-. Antes una pregunta que me preocupa ya desde hace tiempo. General, ¿es cierto que a la comida de los soldados alemanes añaden carbonato sódico?

—Un rumor en el que insisten mucho. No lo sé, no podría decírselo. Sea como fuere, los soldados están durante meses ausentes de sus casas, lejos de sus mujeres, lejos de..., ¡no creo tener que añadir nada más!

—Desde luego, general. Sea como fuere, podemos ayudarnos con las cebollas.

—¿Cebollas?

—Es la base del gulasch de patatas, mi general, ¡cebollas! Y en Francia encontrará usted las que quiera. La receta es muy sencilla. Hay que tomar tantas libras de cebollas como carne de ternera, Majoran, pepinillos agridulces cortados a trozos...

—Un momento, por favor, míster Murphy. Kogge, vaya anotándolo todo; se lo mandaré al jefe de intendencia.

—Sí, mi general.

—Bien -continuó Thomas Lieven-, calentamos las cebollas al vapor, se engrasa, y... -dictó hasta que llamaron a la puerta y apareció un ordenanza.

Susurros entre el ordenanza y el general..., y luego desaparecieron los dos.

Thomas siguió dictando su receta.

El general regresó a los dos minutos.

El general habló en voz baja casi, pero con expresión muy helada:

—Hace unos instantes le he hecho una reprimenda al teniente Zumbusch. Esto ha molestado, al parecer, al teniente. Ha telefoneado a la Embajada americana. Allí no conocen a un tal míster Murphy. ¿Tiene alguna explicación, míster Murphy?

No sólo de caviar vive el hombre
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