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Cuando Thomas Lieven a última hora de la tarde del 31 de agosto de 1939 llegó a la antigua fortaleza de Belfort en la Savoureuse, cruzó en un taxi por la parte vieja de la ciudad, la Place de la République, frente al monumento a los «Tres sitios» y directamente al Hôtel du Tonneau d'Or como de costumbre, iba vestido de un modo muy correcto.
El coronel Siméon le esperaba en el vestíbulo del hotel. Iba ahora de uniforme, pero, a pesar de ello, resultaba más simpático que de paisano.
—Mi pobre Lieven, lamento de veras este comportamiento tan estúpido por parte de la gendarmería. Cuando Mimí me llamó por teléfono, les metí entonces un escándalo a los responsables. Pero, vamos ya, el general Effel le está esperando. No podemos perder más tiempo. Amigo mío, va a recibir usted su bautismo de fuego.
Un cuarto de hora más tarde estaba Thomas Lieven en el gabinete de trabajo del general en el edificio del cuartel general francés.
Las cuatro paredes de aquel cuarto tan espartano estaban cubiertas con mapas de Francia y Alemania.
De pelo blanco; alto y delgado, paseaba Louis Effel con las manos entrelazadas en la espalda ante Thomas Lieven. Thomas se había sentado junto a una mesa cubierta por un mapa militar. Siméon se sentaba a su lado.
La voz del general era sonora
—Monsieur Lieven, el coronel Siméon me ha informado sobre usted. Sé que es uno de nuestros mejores agentes.
El general se detuvo junto a la ventana y miró hacia el delicado paisaje entre los Vosgos y el Jura.
—No es éste el momento para llamarnos a engaño. El señor Hitler ha comenzado la guerra. Dentro de pocas horas le mandaremos nuestra declaración de guerra. Pero... -El general se volvió-. Francia, señor Lieven, no está preparada para esta lucha. Y menos aún nosotros, los del servicio secreto... Se trata de un problema que afecta a su esfera profesional. Hable usted, coronel.
Siméon tragó saliva y luego dijo:
—Estamos casi arruinados, viejo amigo.
—¿Arruinados?
El general asintió con un movimiento de cabeza.
—Sí, señor. Casi sin medios. Disponemos de las ridículas asignaciones del ministro de la Guerra. No podemos operar en grande, que es lo que necesitamos ahora. Estamos atados. No podemos hacer nada.
—Vaya situación -comentó Lieven, mientras sentía unos deseos incontenibles de reír-. Perdóneme usted, pero si un Estado no tiene dinero, es preferible no organizar un servicio secreto.
—Nuestro Estado contaba con el dinero suficiente para prepararse contra una agresión alemana. Desgraciadamente, monsieur, hay ciertos círculos en Francia que son muy egoístas, que no quieren pagar impuestos adicionales y que incluso ahora tratan de enriquecerse en esta situación -el general echó la cabeza hacia atrás-. Sé que me dirijo a usted en la hora trece. Sé que exijo, al parecer, algo imposible. Sin embargo, le pregunto a usted: ¿Cree que existe un medio para rápidamente... lo más rápidamente posible... poder contar con unas sumas de dinero... hum... lo bastante importantes para poder trabajar?
—Esto he de meditarlo, mi general. Pero aquí, no. -Thomas contempló los mapas militares que le rodeaban-. Aquí no se me ocurrirá nada sensato. -Su rostro se iluminó-. Caballeros, si me permiten ustedes, voy a retirarme ahora al hotel, a preparar una pequeña cena en el curso de la cual discutiremos todo lo demás.
Louis Effel preguntó defraudado:
—¿Se va usted a cocinar ahora?
—Con su permiso, mi general. En la cocina es donde se me ocurren las mejores ideas.
La extraordinaria cena tuvo lugar la noche del 31 de agosto de 1939 en un reservado del primer hotel en la ciudad.
—Único -dijo el general, después del primer plato, y se pasó la servilleta por los labios.
—Fantástico -dijo el general.
—Lo mejor de todo ha sido la sopa de caracoles. ¡Nunca había probado otra mejor! -dijo el general.
Los camareros sirvieron los postres. Thomas se puso en pie.
—Gracias, yo mismo lo haré. -Encendió un pequeño hornillo de alcohol y dijo-: Vamos a tomar crema de limón con cerezas.
Sacó de un recipiente cerezas confitadas, las echó en una pequeña sartén de cobre y las calentó en el hornillo de alcohol. Cubrió a continuación las cerezas con coñac francés y un líquido blanco. Todos lo miraban como fascinados. El coronel Siméon se levantó un poco en su silla.
—¿Qué es esto? -preguntó el general, señalando el blanco líquido.
—Alcohol cien por cien, químicamente puro, comprado en la farmacia. ¡Lo necesitamos para quemar todo esto! -Con hábil movimiento acercó Thomas la llama a las cerezas. Se levantó una llama azulada y con elegancia distribuyó nuestro amigo los cálidos frutos sobre la crema.
—Y, ahora, vayamos a nuestros problemas -dijo-. Creo que existe una solución.
—Hable usted -le invitó el general.
—Mi general, esta tarde se lamentaba usted... (excelentes las cerezas, ¿verdad?) del comportamiento de ciertos círculos que incluso en esta trágica situación pretenden enriquecerse a costa de Francia. Tranquilícese usted, estos círculos los hay en todos los países. Esos hombres quieren ganar dinero. ¿Cómo? Eso poco les importa. Y cuando algo les sale mal recogen su dinero y se largan. Sólo los pequeños no logran emprender la huida. -Thomas ingirió una cucharadita de crema-. Tal vez un poco demasiado agria. ¿No? Es cuestión de gustos. Pues, sí, caballeros, creo que vamos a sanear el servicio secreto francés a costa de esos individuos egoístas y tan poco patriotas.
—¿Cómo? ¿Qué necesita para ello?
—Un pasaporte diplomático americano, un pasaporte belga y una rápida reacción del señor ministro de Finanzas -dijo Thomas Lieven, modestamente. Esto lo dijo la noche del 31 de agosto de 1939.
El 1 de septiembre de 1939 la prensa y la radio divulgaban la siguiente disposición:
PRESIDENCE DU CONSEIL
Décret prohibant ou réglementant en temps de guerre l'exportation des capitaux, les opérations de change et le commerce de l'or...
En su traducción:
Decreto que prohibe o reglamenta en tiempos de guerra la exportación de capitales, las operaciones de cambio y el comercio con oro...
31 de agosto de 1939
Este menú dio un vuelco a la política monetaria francesa
Sopa de caracoles
Limpieza de los caracoles: se les cuece durante una hora en agua salada, se les extrae con un tenedor de su concha, se arranca la película negra, se les cubre con un puñado de sal, para que se disuelva la mucosa, se les lava tres o cuatro veces y se les exprime bien, para que no quede agua en ellos. Se toman después unos cuarenta caracoles, aproximadamente; así limpiados, se les hierve en caldo de carne, hasta quedar bien blandos, se pican dos piezas muy finamente, se les cuece con mantequilla, y se vierte encima tanto caldo como sea preciso para la sopa, se hace hervir varias veces con algo de nuez moscada, se agita luego con tres yemas y se sirve la sopa con pedacitos de pan tostado y el resto de los caracoles.
Chucrut con faisán y ostras
El faisán se prepara como para asarlo. Después, se exprimen ligeramente dos libras de chucrut y se ponen en una cacerola. Se añade mitad de vino blanco y mitad de agua, hasta quedar cubierto el chucrut. Se añaden a continuación un pedazo de tocino y una cebolla rallada. El chucrut debe hervir ahora durante una hora; a continuación se introduce el faisán y se le deja asar a fuego lento durante una hora. Una vez está blando, se le extrae, y se liga el chucrut con algo de salsa de bechamel. Las ostras se separan de la valvas, se secan con un paño y se cubren, una por una, con sal y pimienta, se las revuelve en harina, se cubren con huevo y migas de pan, y se ponen al horno, con mantequilla clara, hasta adquirir una tonalidad pardo clara. El faisán se corta en pedazos, se disponen en el centro de la plata y se rodean con un contorno de chucrut y una ristra de ostras.
Crema de espuma de limón
Para cuatro personas se tomar cuatro limones, se cortan en gruesas rodajas y se cuecen con azúcar. Este extracto es ligado con algo de mondamina, y, una vez frío, se pasa por un tamiz. Se añaden a la masa cinco claras de huevo bien batidas, y se dispone todo ello en copas de champaña. Se toman después cerezas en conserva, se calientan, se rocían con licor de cerezas o coñac. Se encienden las cerezas en alcohol y, una vez extinguidas las llamas, se adicionan a la crema de limón.
Artículo 1.º Queda prohibida la exportación de capitales, sean de la índole que fueren, con excepción de los autorizados por el ministro de Finanzas.
Artículo 2.° Todas las operaciones de divisas autorizadas deben ser hechas a través del Banco de Francia o por otro instituto bancario autorizado expresamente por el ministro de finanzas...
Seguían otras disposiciones sobre oro y divisas y, al final, el anuncio de penas draconianas para todos los que violaran estas disposiciones.
El decreto iba firmado por:
Albert Lebrun, presidente.
Edouard Daladier, presidente del Consejo de Ministros.
Paul Marchendau, canciller.
Georges Bonnet, ministro de Asuntos Exteriores.
Albert Serraut, ministro del Interior.
Paul Reynaud, ministro de Finanzas.
Fernand Gentin, ministro de Comercio.
Raymond Patenotre, ministro de Economía.
Georges Mande!, ministro de Colonias.
Jules Julien, ministro de Correos y Teléfonos.