13
El 25 de agosto entraban el general De Gaulle y los americanos en París. El 13 de septiembre aterrizaba Thomas Lieven, por segunda vez en su vida, en la cercana prisión de Frèsnes. La primera vez, la Gestapo le había encerrado allí. Ahora le encerraban los franceses.
Durante toda una semana permaneció Thomas en su celda, dos semanas..., nada. Soportó el cautiverio con indiferencia filosófica. Muchas veces durante aquellos días se dijo: «Tenía que suceder así. Durante estos años tan terribles he pactado con el diablo. ¡Y hay que tener una cuchara muy larga si se quiere comer en la mesa del diablo!
»Por otro lado...
»Por otro lado, tengo tantos amigos aquí... He ayudado a tantos franceses: Yvonne Dechamps, al banquero Ferroud, madame Page. A muchos les he salvado la vida. También ellos me ayudarán ahora...
»¿A qué pueden condenarme? ¿Medio año? En fin, lo sobreviviremos. Y luego, Dios santo, ¡volveré a ser un hombre libre! Y podré regresar a Inglaterra, ¡ay!, después de tantos años, volveré a vivir en paz. ¡Y nunca más quiero saber de un servicio secreto! ¡Basta de aventuras! Vivir como antaño. Con el dinero que hay en la cuenta de Eugen Walterli, en Zurich.»
Oyó acercarse unos pasos. Oyó girar una llave en la cerradura y se abrió la puerta de la celda. Vio a dos soldados franceses.
—¡Prepárate! -dijo uno de los soldados.
—Por fin -exclamó Thomas Lieven, y se puso la chaqueta-. ¡Vaya tiempo que os ha llevado interrogarme!
—¡Nada de interrogatorios! -dijo el segundo soldado-. ¡Prepárate para ser fusilado!