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Tres días más tarde, el 27 de septiembre de 1943, tres caballeros se sentaban a la mesa de Paul de la Rue: el anfitrión, Thomas Lieven y Fred Meyer.
Paul había llamado a Thomas a su hotel:
—Creo tener algo para ti. Ven a mi casa. Fred también vendrá. ¿Por qué no nos preparas algo bueno de comer? Los muchachos de Marsella nos dijeron que, en cierta ocasión, les diste algo muy bueno de comer.
—Está bien -contestó Thomas.
Durante tres horas trabajó aquella mañana en la cocina de Paul de la Rue. Ahora se sentaban a la mesa. Paul y Fred llevaban trajes oscuros para celebrar el acontecimiento, camisas blancas y corbatas de seda. Estaban tan bien educados, que trataban de comer los entremeses con cuchillo y tenedor, lo que les proporcionaba un sinfín de dificultades.
—Por lo contrario de otros muchos platos -explicó Thomas-, está autorizado, sí, incluso es correcto comer el apio con las manos.
—Gracias a Dios -dijo Fred-. ¿Y qué queso es éste?
—Roquefort -dijo Thomas-. Bien, ¿quién ha matado a Petersen?
—Ha sido un tal Louis Monico. Un corso. Le llaman Louis le rêveur, Luis el soñador.
—¿Y quién es ese soñador? ¿Miembro de la Resistencia?
—No. Es un auténtico gángster. Muy joven. Tiene algo muy grave en los pulmones. Cuatro años de cárcel por homicidio. Muchacho, ¡este apio está como nunca!
—Ya verás lo que os voy a servir ahora -anunció Thomas, y entró en la cocina para regresar, al poco rato, con un recipiente en baño maría del que sacó un molde de pudín.
—¡Ay, pudín! -exclamó Fred, decepcionado-. Eso es una m..., eso no es lo que me gusta a mí. ¡Creía que nos habías preparado un plato de carne!
—Es verdad -dijo Paul-, también yo me siento un poco defraudado, amigo.
—¡Esperad! -Y vertió el contenido del molde de pudín en una bandeja de porcelana. Al instante se difundió un agradable olor a carne y cebolla. Los dos gángsteres intercambiaron miradas muy significativas y sus rostros se iluminaron.
—Y ahora, habladme del «soñador». ¿Por qué ha matado a Petersen?
—Por lo que hemos logrado averiguar -dijo Fred-, y nuestra información procede de primera mano, ese Petersen era un cerdo de los peores. ¡Un antiguo combatiente! Petersen se presentó aquí vestido de paisano y, ¿sabes a lo que se dedicaba? A comprar oro.
—¡Hay que ver!
—Todo el oro que le ofrecían. Y pagaba buenos precios. El «soñador» le había vendido ya oro en varias ocasiones. Pero sólo cantidades pequeñas.
«El señor Petersen del SD -se dijo Thomas-. Un traficante del mercado negro. Y el Führer ordena un entierro oficial. Y serán fusilados muchos rehenes. Alemania habrá perdido un héroe. Heil!»
Pues bien, con el tiempo, ese Petersen se fue ganando la confianza del «soñador». Y aquel día Louis se presentó con una gran cantidad de oro en el hotel en donde se alojaba Petersen...