15
El 15 de agosto de 1946 reanudaron la producción en la fábrica de cosméticos Troll. De momento, con unos pocos obreros. Y en condiciones muy difíciles. En el mes de septiembre todo iba ya mejor. Gracias a sus relaciones con los americanos, el socio de Christine Troll consiguió grandes cantidades de productos químicos que eran imprescindibles para la producción. En el mes de octubre de 1946, la fábrica producía jabones, crema para la piel y una Beanty Milk que se vendía en cantidades ingentes. Fueron contratados nuevos empleados.
Pero Christine Troll llamaba a su socio:
—Señor Lieven.
Thomas Lieven, a su socia:
—Señorita Troll.
Y a Bastián:
—Desde ahora llevaremos una vida honrada y decente, ¿entendido? Ganaremos dinero mediante nuestro esfuerzo trabajando. Seremos gente honesta, ¿entendido, muchacho? ¡Decentes!
Bastián sonrió...
Por aquellos días, una triste noche de octubre, se presentó una pequeña y asustada mujer en la villa de Thomas Lieven. Se disculpó repetidas veces por no haber anunciado su visita, por no haber dicho quién era y lo que quería...
—... pero estaba tan excitada, señor Lieven, me dominó una excitación tan intensa cuando leí su nombre...
—¿Y en dónde ha leído usted mi nombre?
—En el registro del empadronamiento..., allí es donde trabaja mi hermana. Yo y mis hijos vivimos en Freilassing. Allí nos destinaron en el año 45. No disponemos de espacio suficiente..., es terrible..., y los campesinos son tan malos con nosotros, y ahora sólo faltaba este tiempo tan malo...
—Mi querida señora -dijo Thomas, muy paciente-, ¿puede decirme ya de una vez cómo se llama usted?
—Emma Brenner.
Thomas se estremeció de pies a cabeza.
—¿Brenner? ¿Es usted la esposa del comandante Brenner?
La pequeña mujer empezó a llorar.
—Sí, señor Lieven. La esposa del comandante Brenner... Mi esposo me contó tantas cosas de usted desde París... Le admiraba tanto... Señor Lieven, usted conoció a mi marido... ¿Fue un hombre malo? ¿Ha cometido alguna injusticia?
—Si me hace estas preguntas, esto sólo puede significar una cosa: que está detenido, ¿estoy en lo cierto?
Sollozando, asintió la mujer:
—Con el coronel Werthe. A él también le conoce usted...
—¡Oh, Dios! -exclamó Thomas-. ¿Werthe también...?
—Desde que terminó la guerra están en el campamento de Moosburg... y allí se quedarán hasta que se mueran de hambre o de frío...
—Señora Brenner, tranquilícese usted, cuéntemelo todo.
La mujer empezó su relato, interrumpido por los sollozos. La situación de Werthe y Brenner parecía realmente desesperada. Thomas conocía muy bien a los dos. Sabía que eran unos hombres decentes que durante años se habían enfrentado con la Gestapo. Pero en el año 1944 fue destituido el almirante Canaris y el Abwehr militar pasó a las órdenes directas de Heinrich Himmler. ¡Y Werthe y Brenner se convirtieron automáticamente en funcionarios de Himmler!
Y en esta calidad fueron hechos prisioneros por los americanos. Los americanos no establecían diferencias de ninguna clase. Para ellos, los funcionarios de Himmler eran agentes del SD. Y los agentes del SD eran Security Threats, hombres que «amenazaban la seguridad», y, por tanto, caían bajo el Automatic Arrest.
En el campamento de Moosburg llevaban expedientes sobre todos los internados. Estos expedientes, clasificados por categorías, eran enviados de cuando en cuando a la oficina de investigación. Muchos de los internados que pertenecían a las categorías menos peligrosas eran puestos en libertad. Pero había una categoría que podía esperar eternamente: la Security Threats.
—¿No puede ayudarme usted? -sollozó la señora Brenner-. Mi pobre marido..., el pobre coronel...
—Veré lo que se puede hacer -dijo Thomas, meditabundo.
—Míster Smith -le dijo al día siguiente a aquel agente del CIC tan amante de los animales y que tanto interés tenía en ganarle como colaborador-, lo he meditado. Usted, lo mismo que yo, sabe perfectamente lo que ocurre en mi país. Esta peste parda no ha sido extirpada. Está más viva que nunca. Todos nosotros hemos de hacer lo imposible para que nunca jamás pueda rebrotar...
Míster Smith suspiró aliviado.
—¿Quiere decir que está dispuesto a trabajar para nosotros?
—Sí, en efecto; pero sólo por lo que se refiere a combatir a los fascistas. Nada más. Si le parece bien a usted, voy a efectuar una visita de inspección por los campamentos...
—Okay, Lieven -dijo míster Smith-, that's a deal.
Thomas Lieven se pasó de viaje las seis semanas siguientes. Visitó los campamentos de internados en Regensburg, Nuremberg-Langwasser, Ludwigsburg y, finalmente, el de Moosburg.
En los tres primeros campamentos estudió durante días centenares de expedientes, páginas escritas a máquina a un solo espacio, las fotografías de los detenidos, así como las firmas y sellos de los agentes que habían dirigido el interrogatorio.
Thomas estudió muy detenidamente todos estos documentos. Los sellos eran bastos, fáciles de imitar. Y de un modo tan rudimentario también estaban sujetas las fotografías. Habían usado máquinas de escribir de todas las marcas y modelos.
En los tres primeros campamentos descubrió Thomas Lieven a treinta y cuatro miembros de la Gestapo que había conocido y odiado en Francia, entre ellos el jefe del SD en Marsella, hauptsturmführer Heinrich Rahl, y a un par de sus ayudantes. El hauptsturmführer Rahl había sido nombrado «delegado de cultura» en el campamento y gozaba de toda clase de ventajas.
Pronto averiguó Thomas que los granujas más redomados de años atrás, incluso en los campamentos, volvían a gozar de privilegios: en la cocina, en el dispensario, en las oficinas. Muchos de ellos se habían convertido en «hombres de confianza» y aterrorizaban a los demás. Volvían a flotar en la superficie.
—¡Vaya instinto el vuestro! -les dijo Thomas a los americanos-. Os dejáis llamar a engaño por el cabello rubio, los ojos azules y las actitudes arrogantes. Voy a estudiar más detenidamente a todos esos individuos...
Cuando Thomas, el 3 de enero de 1947, llegó a Moosburg gozaba ya de la plena confianza de los agentes del CIC que le acompañaban. Le condujeron al archivo del campamento, que estaba bajo doble vigilancia, y le dejaron a solas con los once mil expedientes. ¡Había once mil internados políticos en el campamento de Moosburg!
Thomas descubrió allí a tres agentes del SD, de los que tenía malos recuerdos, muy malos recuerdos. Y, claro está, encontró también los expedientes del comandante Brenner y del coronel Werthe.
La noche del 6 de enero abandonó Thomas Lieven el campamento con los expedientes de Werthe y Brenner bajo su camisa. Se alojaba en una pequeña posada. Allí trabajó hasta altas horas de la noche.
Tal cómo lo había aprendido en casa del genial Reynaldo Pereira, en Lisboa, falsificó los expedientes de Brenner y Werthe. Primero fabricó el sello de goma, luego cambió las fotos, que pegó a un nuevo expediente que escribió en una máquina que se había traído consigo.
De los nuevos expedientes se desprendía que no había motivo alguno para retener en el campamento a aquellos dos oficiales de la administración militar alemana en Francia, que no se habían hecho culpables de ningún delito.
La mañana del 7 de enero, los dos agentes del CIC acompañaron de nuevo a Thomas al campamento. Esta vez llevaba los nuevos expedientes bajo la camisa. Los antiguos los había quemado en la estufa de su cuarto en la posada. Sin dificultades logró, en el curso del día, meter los expedientes en el cajón donde habían estado los viejos. Con ello terminaba su labor.
Brenner y Werthe fueron puestos en libertad antes de fines de enero de 1947. Pero quiso el destino que en el momento en que Brenner y Werthe «salían», Thomas Lieven volviera a «entrar» una vez más en su vida...
Sucedió lo siguiente:
Después de haber terminado su labor en el campamento de Moosburg, se trasladaron los dos agentes del CIC y Thomas a los campamentos en Dachau, Darmstadt y Hohenasperg. Allí estaban internados los diplomáticos nazis. Thomas descubrió allí a unos cuantos peligrosos criminales del SD. Los agentes del CIC le expresaron su agradecimiento. El 23 de enero regresaban todos ellos a Munich. Llegaron muy tarde. Thomas estaba terriblemente cansado. Le acompañaron hasta Grunewald, hasta su villa. Después de haber abierto la puerta del jardín se despidieron de él.
La casa estaba a oscuras, no había luz en una sola ventana.
«Bastián estará haciendo de las suyas», se dijo Thomas.
No había nadie en la casa. Pero en esto estaba en un error, que descubrió cuando entró en el vestíbulo. Algo se deslizó por la oscuridad delante de él. Y se hizo la luz.
Un policía militar se plantó delante de él y otro detrás. Los dos esgrimían pesadas pistolas en sus manos. Un hombre vestido de paisano salió de la biblioteca. También él llevaba una pistola en su mano.
—¡Manos arriba, Lieven! -dijo el hombre.
—¿Quién es usted?
—CID -dijo el hombre vestido de paisano.
El CID, el Criminal Investigation Department, era la brigada criminal del Ejército; el CIC, el Counter Intelligence Corps, se interesaba solamente por los crímenes políticos y el espionaje.
—Queda detenido -dijo el hombre vestido de paisano-. Hace cinco días que le estábamos esperando a usted.
—¿Sabía usted que hace un par de semanas estoy trabajando para su organización rival?
—Cállese. Vamos.
—Un momento -le atajó Thomas-. Le prevengo a usted. Tengo muchos amigos en el CIC. Acabo de prestarles un gran servicio a esa gente. Exijo una explicación. ¿Por qué me detiene usted?
—¿Conoce a un tal Bastián Fabre?
—Sí.
—¿Y a una tal Christine Troll? -Sí.
«Oh, Dios, ese presentimiento, ese negro presentimiento...»
—Pues bien, ésos están ya encerrados.
—¿Por qué, maldita sea, por qué?
—Señor Lieven, se le acusa a usted de haber montado, en nombre de una organización neofascista, un atentado contra la vida del general Lynton..., en complicidad con sus dos amigos...
—¿Lynton? ¿El general americano Lynton? -Thomas se puso a reír divertido-. ¿Un atentado contra su vida?
—¡Ha querido usted hacerle volar por los aires!
—Ay..., ja, ja, ja...
—Ya se le pasará la risa, Lieven. A todos ustedes. Usted fabrica artículos de tocador, ¿verdad? -Sí.
—Y fabrica usted también la llamada Beauty Milk, ¿verdad?
—Sí, ¿y qué?
—Un frasco de ese preparado mortal ha estallado hace cinco días con violencia increíble en el dormitorio del general Lynton. Por suerte nadie se encontraba en aquel momento en el cuarto. Es por demás evidente que añadió usted un explosivo al preparado. Se le han pasado ahora las ganas de reír, ¿eh? Ponedle las esposas, boys...