20
—¡Bastián..., eh, Bastián..., despierta ya de una vez, gandul! -gritó Olive, el obeso posadero del local habitual de los traficantes en el mercado negro, llamado Chez Papa.
El compañero más fiel de Chantal bostezó y se volvió de lado. Luego gimió y se llevó las manos a la cabeza:
—¿Estás loco? ¿Cómo se te ocurre despertarme?
Pocas horas antes, Bastián había celebrado un concurso de bebidas con François, el cojo.
—Estoy borracho -se lamentó-. Me siento morir...
Olive le cogió por los hombros.
—Chantal quiere hablar contigo, está al teléfono. Es urgente. ¡Tu amigo Pierre ha desaparecido!
De un segundo al otro, Bastián se espabiló. Saltó de la cama sobre una chaqueta de pijama roja, siempre solía llevar solamente la prenda superior, se puso el batín y las babuchas. Luego corrió al local de Olive, que a aquellas horas de la noche estaba cerrado ya y a oscuras. Las sillas estaban sobre las mesas. El auricular estaba descolgado en la cabina telefónica...
Bastián se lo llevó al oído.
—¡Chantal!
El corazón le dolió cuando oyó aquella voz, aquella voz llevada por la desesperación, dominada por el pánico. Nunca antes la había oído en aquel estado:
—Bastián... Gracias a Dios, yo... yo no puedo ya más... Hace horas que corro por la ciudad- Estoy rendida, agotada... Oh, Dios, Bastián- ¡Pierre ha desaparecido!
Bastián se limpió el sudor de la frente y le dijo a Olive, que estaba a su lado:
—Dame un coñac y prepárame un café turco... -Y al auricular-: Cálmate, Chantal, cuéntamelo todo, paso a paso... Tranquilízate.
Chantal contó lo que había sucedido. Eran ahora las dos de la madrugada. Pierre había salido de su casa hacia las ocho para irle a comprar uvas.
Chantal lloraba. Su voz temblaba:
—He ido a la estación. He estado en todas las tabernas. He ido al puerto... He estado en esas casas... Me he dicho que tal vez se hubiese encontrado con alguno de vosotros... y se había dejado tentar como suelen hacer los hombres...
—¿Dónde estás ahora?
—En el Bruleur du Loup.
—No te muevas de allí. Avisaré a François y a los demás. A todos. Dentro de media hora estaremos contigo.
Su voz sonó tan lejana y tan débil como si procediera de la luna:
—Bastián, si... si le ha ocurrido algo, no quiero vivir por más tiempo.
Quince expertos miembros del mundo del hampa «peinaron» aquella noche la ciudad de Marsella. No dejaron de visitar un solo bar, una sola taberna, un solo hotel, un solo burdel. Buscaron y buscaron, pero no hallaron la menor huella de Pierre Hunebelle, su amigo y compañero. A las ocho de la mañana renunció la banda a continuar las pesquisas. Bastián acompañó a Chantal a su casa. La mujer se dejó llevar sin ofrecer la menor resistencia.
En su casa sufrió un ataque de histerismo. Incluso un hombre tan fuerte como Bastián no vio otra solución que propinarle un fuerte puñetazo para dejarla inconsciente. Luego se puso al teléfono y llamó al doctor Boule. El pequeño odontólogo y especialista en la fabricación de lingotes de oro falso se presentaba poco después. Cuando llegó, Chantal había recuperado el conocimiento, estaba tumbada en su cama y sus dientes castañeteaban y se golpeaba con los puños. El doctor Boule comprendió al instante lo que sucedía. Le inyectó un sedante. Cuando el hombrecillo retiró la aguja, dijo Chantal:
—Era... es el único hombre que ha sido bueno conmigo en mi vida, doctor...
Thomas Lieven había desaparecido. La banda intensificó sus pesquisas, pero sin dar con la menor huella del hombre. Un colapso obligó a Chantal a guardar cama durante varias semanas.
El 28 de octubre cambió la situación. En el Cintra, uno de los dos célebres cafés en el Viejo Puerto, se emborrachó un hombre aún joven hacia el mediodía. Al parecer, tenía la conciencia muy negra. Cuando estaba ya lo suficientemente bebido para no saber lo que se decía, comentó «que sabía muchas cosas en relación con un tal Pierre Hunebelle».
Un miembro de la banda de Chantal que estaba presente casualmente alarmó a Bastián. Éste fue en busca de François. Corrieron al Cintra, se sentaron al lado del borracho y le invitaron a varias rondas, mostrando en todo momento una gran simpatía por el joven.
El joven fue ganando confianza. Dijo llamarse Ende Mallot y ser oriundo de Grenoble.
—Ese granuja..., hip..., nos ha engañado..., hip... Ese perro..., hip..., nos había prometido veinte mil y...
—¿En concepto de qué? -preguntó Bastián, indiferente, ofreciendo una nueva copa de coñac al bebido.
—Para subir a ese Hunebelle en el Peugeot..., hip..., y luego..., hip..., nos había prometido veinte mil y...
—¿Y quién te ha estafado de ese modo, compañero? -preguntó Bastián, apoyando su mano en el hombro del joven.
Éste entornó de pronto los ojos y gritó:
—¿Y a ti qué te importa esto?
Bastián y François intercambiaron una mirada.
—No te lo tomes así, amigo -dijo Bastián-. Vamos, tómate otra copa...
Cuando el hombre se deslizó bajo la mesa, lo cogieron en brazos y lo llevaron a casa... de Chantal.
La mujer estaba en cama, tenía fiebre y se sentía muy débil. Bastián y François echaron al bebido sobre un diván y entraron en el dormitorio de la mujer para contárselo todo.
—Cuando vuelva en sí, dejádmelo de mi cuenta. Hablará en menos de diez minutos.
Chantal denegó con un movimiento de cabeza.
Lo que dijo se lo había dicho Thomas en otra ocasión:
—De nada sirve usar de la violencia. Lo que sí cuenta es el dinero contante y sonante.
—¿Qué?
—Este hombre está tan fuera de sí porque le han dado menos dinero del prometido. Ve a buscar al doctor Boule. Que le administre un inyectable. Para que se le pase la borrachera...