16
La puerta se cerró. Chantal quedó a solas. Unas fuertes convulsiones sacudían todo su cuerpo. Sin fuerzas, se dejó caer sobre la alfombra. Y allí se revolvió, gritando y sollozando. Finalmente, se puso en pie y entró en el salón. El disco había dejado de girar y la aguja producía un sonido rítmico. Chantal cogió la gramola con ambas manos y la estrelló contra la pared.
Aquella noche, la peor de toda su vida, no logró conciliar el sueño. Se movía inquieta y nerviosa de un lado al otro en la cama, desesperada, culpable. Había traicionado a su amante. Ella era la culpable de su muerte. Tenía la absoluta certeza de que Débras y Siméon matarían a Thomas.
Hacia el amanecer, quedó sumida en un inquieto sueño.
Una potente voz de hombre que desafinaba mucho al cantar la despertó. Con la cabeza dolorida y los miembros que le pesaban como si fueran de plomo, se incorporó en la cama. Claramente oía ahora la voz del hombre que cantaba: J'ai deux amours...
«Estoy loca, he perdido el juicio -se dijo, desesperada-. Oigo la voz..., la voz de un hombre muerto... ¡Oh, Dios!..., he perdido el juicio...»
—¡Jean! -gritó.
No obtuvo respuesta.
Saltó de la cama tambaleándose. En camisón, salió corriendo del dormitorio. Quería salir corriendo de la casa...
Pero se detuvo como petrificada. La puerta del cuarto de baño estaba abierta y en la bañera estaba Thomas Lieven.
Chantal cerró los ojos. Chantal abrió de nuevo los ojos. Thomas seguía en la bañera. Chantal gimió:
—Jean...
—Buenos días, bestia -respondió el hombre.
Arrastrando los pies llegó hasta la bañera y se sentó al bordé de la misma.
—¿Qué... qué haces aquí? -tartamudeó.
—Trato de enjabonarme la espalda. Si tuvieras la bondad de ayudarme un poco...
—Pero... pero... pero...
—¿Decías algo?
—Pero si te han fusilado..., tú estás muerto...
—Si estuviera muerto, no me estaría enjabonando la espalda. ¿Qué tontería estás diciendo? Chantal, domínate un poco, por favor. No vives en una casa de locos, ni en la jungla.
Le alargó un pedazo de jabón. La mujer lo cogió, lo arrojó al agua y gritó con todas sus fuerzas:
—¡Cuéntame ahora mismo todo lo ocurrido!
Hablando amenazador entre dientes, replicó Thomas:
—Saca el jabón del agua. ¡Ahora mismo! Luego te daré la paliza que te tienes merecida. Sí, Chantal, hasta hoy no había pegado a una mujer. Pero con el tiempo me voy distanciando de mis principios más sagrados. Lávame la espalda, rápido.
Chantal hundió el brazo en el agua de la bañera, pescó el pedazo de jabón e hizo lo que le ordenaba el hombre.
—Poco a poco voy comprendiendo cómo te han de tratar a ti -dijo con expresión sombría.
—¿Qué ha sucedido, Jean? -preguntó la mujer con voz ronca-. Cuéntamelo...
—Se dice: cuéntamelo, por favor...
—Por favor, Jean, por favor...
—Esto ya me gusta más -dijo, satisfecho-. Un poco más arriba. Más a la izquierda. Más fuerte. Bien, después de haber salido de aquí, me llevaron al puerto...