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A la mañana siguiente paseó Thomas Lieven por las oficinas del Servicio de Trabajo del Reich en París. En su búsqueda por la sección de la que dependían los puentes, se perdió y fue a parar a un despacho que al instante deseó abandonar casi en plan de huida. Dos motivos fueron la causa de su pánico: cuatro fotografías que colgaban de la pared y la dama sentada detrás de la mesa escritorio.

Las fotografías presentaban a Hitler, Goebbels, Goering y al jefe del Servicio de Trabajo del Reich, Hierl. La dama era extraordinariamente alta y delgada, no tenía pecho, las manos eran huesudas. El pelo incoloro lo llevaba formando un moño. Sobre su blusa blanca lucía la insignia del partido. Llevaba una chaqueta marrón, medias de lana del mismo color y zapatos bajos marrones. Tenía un aspecto muy severo, iba vestida de un modo muy severo y en su despacho todo olía a severidad.

Thomas se dirigía de nuevo a la puerta cuando le detuvo una voz hosca y quebrada:

—¡Un momento!

Se volvió y compuso una sonrisa muy forzada:

—Perdóneme usted, me he equivocado de despacho. ¡Buenos días!

Con tres pasos salió la mujer de detrás de su mesa escritorio y se plantó delante de él.

—¿Qué significa eso de «buenos días»? ¡Nuestro saludo es Heil Hitler! -Era casi dos cabezas más alta que Thomas-. Exijo una respuesta. ¿Quién es usted? ¿Cómo se llama usted?

—Sonderführer Lieven.

—Sonderführer, ¿qué? ¡Enséñeme sus credenciales!

—¿A qué vienen tantas exigencias? Tampoco yo sé quién es usted.

—Yo -dijo la mujer alta y delgada- soy la stabshauptführein Mielke. Desde hace cuatro semanas destinada aquí. Misión personal del jefe del Servicio de Trabajo Hierl. Tengo plenos poderes. Aquí está mi credencial. ¿Dónde está la suya?

La stabshauptführerin Mielke estudió muy detenidamente las credenciales de Thomas Lieven. Luego llamó al coronel Werthe y le preguntó si conocía a un sonderführer Lieven. Sólo después le ofreció asiento a Thomas.

—El enemigo está en todas partes. Hemos de estar muy vigilantes. Bien, ¿qué desea usted?

—Pues, mire usted, señora Mielke...

—Stabshauptführerin, éste es mi rango.

—Pues, mire usted, señora stabshauptführerin...

—Nada de señora. Stabshauptführerin a secas.

«En esto estamos de acuerdo -se dijo Thomas-; no eres una mujer.» E hizo un esfuerzo por decir muy amable:

—Pues, mire usted, stabshauptführerin, no creo que ésta sea la sección que andaba buscando.

—Sí, lo es. Hable usted, no se ande por las ramas.

Lentamente la ira iba dominando a Thomas Lieven. Pero se dominaba aún.

—Mi misión es secreta. No puedo informarle de la misma.

—Lo exijo de usted. Como plenipotenciaria del jefe del Servicio de Trabajo tengo el derecho a saberlo. Le mando detener al instante si no...

—¡Stabshauptführerin, le prohíbo ese tono! -gritó Thomas.

—¡Usted no me puede prohibir nada! Hoy mismo redactaré un informe. Estamos hartos de esos jóvenes que podrían estar ten el frente y que escudándose en el nombre del Abwehr llevan una gran vida en ese nido de pecados que es París. ¡Informaré personalmente al jefe del Servicio de Trabajo del Reich!

Estas palabras colmaron la paciencia de Thomas:

—¡Y yo redactaré mi propio informe! -gritó-. ¡Al almirante Canaris en persona! ¿Ha perdido usted el juicio? ¿Cómo se atreve a hablar así conmigo? Eso es lo que nos faltaba aquí, alguien como usted. -Y añadió sonriendo maliciosamente-: Una stabshauptführerin se corresponde al rango de coronel, ¿verdad? ¡Y un almirante es y será siempre algo más que un coronel! -Pegó con el puño sobre la mesa-. ¡Tendrá usted que responder personalmente ante el almirante Canaris!

La mujer le miró con ojos entornados, húmedos, azules y nórdicos. Y entonces dijo arrastrando las palabras, sonriente y muy cobarde:

—¿Por qué se excita usted tanto, sonderführer? Me limito a cumplir con mi deber. -Y tragó saliva.

«Ahora tiene miedo -se dijo Thomas-. Quiere congraciarse. Pero no puedo más. Me asfixio si me quedo un solo minuto más aquí.»

Se puso en pie de un salto, levantó el brazo derecho y gritó:

¡Heil Hitler, stabshauptführerin!

Corrió hacia la puerta, salió y la cerró de golpe a sus espaldas. Sentía unos deseos inmensos de respirar aire fresco.

El 11 de julio llegó Thomas Lieven al cuartel general de la Organization Todt. Le habían recomendado a un ingeniero llamado Heinze. HEINZE, rezaba un letrero a la puerta del despacho adonde llamó Thomas hacia las once de la mañana de aquel día. Había allí dentro dos grandes mesas de delineantes. Dos hombres estaban discutiendo vivamente. Estaban tan enfrascados en su discusión que no se percataron de la presencia de Thomas Lieven. Los dos hombres llevaban batas blancas sobre sus uniformes y gritaban.

EL PRIMERO: -¡Rechazo toda responsabilidad! ¡El primer carro de combate que pase por encima hará que se hunda!

EL SEGUNDO: -¡Recuerde que el siguiente puente que cruza sobre el Creuze está en Argenton!

EL PRIMERO: -¡Me importa un comino! ¡Que den un rodeo! ¡ Lo repito una y otra vez: el Pont Noir en Gargilesse es un peligro! ¡Mis hombres se han quedado petrificados al comprobar los daños que presenta el puente por la parte inferior!

EL SEGUNDO: -¡Refuerce la construcción con soportes de hierro!

EL PRIMERO: -¡Ni pensarlo!

«El puente de Gargilesse -se dijo Thomas-. Fantástico, sencillamente fantástico. Como si la realidad corriera detrás de mis sueños y mis deseos. Y ahora me ha dado alcance...»

EL SEGUNDO: -¡Piense en la central eléctrica! ¡El muro de contención! ¡Si volamos el puente interrumpiremos el suministro de fluido eléctrico!

EL PRIMERO: -¡No si lo volamos nosotros! ¡En este caso podemos construir nuevas líneas provisionales! ¡Pero si el puente se hunde mañana mismo por su propia inercia..., entonces sí quedará interrumpido el suministro de fluido eléctrico! Yo... ¿qué hace usted aquí?

Por fin se percataron de la presencia de Thomas Lieven. Saludó con una inclinación de cabeza y dijo muy amable:

—Desearía hablar con el ingeniero Heinze.

—Soy yo -dijo el primero-. ¿Qué quiere?

—Ingeniero -dijo Thomas Lieven-, creo que vamos a colaborar de un modo excelente...

La colaboración fue perfecta. El 15 de julio quedaron perfectamente coordinados los planes de la Organization Todt y los de la organización de Canaris con relación al futuro del Pont Noir al sur de Gargilesse. Thomas encargó al Maquis Crozant en nombre del coronel Buckmaster, War Office London, la siguiente misión:

«-... Transmitan rápidamente lista de los puentes más importantes de la región de su maquis... Informen densidad tráfico tropas...»

Durante días y noches los partisanos franceses estuvieron al acecho. Se escondían bajo los arcos de los puentes, en las copas de los árboles, en viejos molinos de viento y en las casas de los campesinos. Y usaban largavistas, papel y lápiz. Contaban los carros de combate alemanes, los camiones y las motocicletas. Y cada noche a las veintiuna horas comunicaban sus observaciones a «Londres». Informaron del puente cerca de Feurs. Del puente cerca de Macon. Cerca de Dompierre. Cerca de Nevers. Y del gran Pont Noir, al sur de Gargilesse.

El 30 de julio a las veintiuna horas se encontraban Yvonne Dechamps y el profesor Débouché, el alcalde Casier, el teniente Bellecourt y Emile Rouff, el calderero, en un cuarto del viejo Moulin de Gargilesse. La habitación estaba llena de humo de tabaco.

Yvonne llevaba puestos los auriculares y captaba el mensaje cifrado que transmitía desde París el soldado de primera Schlumberger.

«sv. 21 54621 lhvhi rhwea rier ctbgs twoee...» Los hombres que rodeaban a Yvonne respiraban de un modo entrecortado. El profesor Débouché se limpiaba los cristales de sus gafas. El teniente Bellecourt se pasaba continuamente la lengua por los labios.

«sntae siane krodi lvhag», transmitía Schlumberger desde el último piso del hotel Lutetia de París.

Los hombres que le rodeaban, Thomas Lieven, el pequeño capitán Brenner, siempre tan bien peinado, el reservado coronel Werthe, también ellos respiraban de un modo entrecortado. El capitán Brenner se quitó sus gafas con montura de oro y se limpió los cristales.

Veinte minutos después de las nueve interrumpió «Londres» la transmisión y en el viejo molino a orillas del Creuze recibían aquel mensaje que empezaba así:

—A Ruiseñor 17... Bombardero RAF arrojará el primero de agosto entre las 23 y 23.30 horas...

Tan pronto hubieron descifrado el mensaje empezaron a hablar todos a la vez. Sólo Yvonne Dechamps guardaba silencio. Se sentaba inmóvil ante el aparato con las manos entrelazadas sobre el regazo. Pensaba en aquel capitán Everett del que tanto había recelado.

El profesor Débouché habló con los hombres. Yvonne apenas le oía. Se sentía dominada por sentimientos contradictorios y absurdos y ridículos. Con una seguridad casi dolorosa sabía que volvería a encontrarse con aquel capitán Everett...

Las voces en torno a ella fueron haciéndose cada vez más audibles. Yvonne volvió a la realidad del momento. Oyó que se había entablado una violenta discusión entre el alcalde Cassier, el calderero Rouff y el profesor Débouché. Cassier, el engreído, golpeaba sobre la mesa:

—¡Ésta es mi región! ¡La conozco como la palma de mi mano! ¡Insisto en que soy yo quien debe dirigir esta acción de sabotaje!

—Aquí nadie da golpes sobre la mesa, amigo mío -dijo el sabio, muy sereno-. El teniente Bellecourt mandará la acción. Es especialista en voladuras. Y usted hará lo que él mande.

—¡Estoy harto ya de que en todo tenga que intervenir y mandar el teniente! -gritó el alcalde-. ¿Quién ha fundado el Maquis Crozant? Rouff, yo y unos cuantos campesinos.

—Exacto -gritó el calderero-. Gente de la región. Vosotros os habéis unido a nosotros sólo mucho más tarde.

Yvonne hizo un esfuerzo por olvidarse del capitán Everett.

—Basta ya de discusiones -dijo con suma frialdad-. Se hará como dice el profesor. Es verdad que nos unimos mucho más tarde a vosotros. Pero hemos sido nosotros los que hemos organizado este grupo. Gracias a nosotros contamos con un aparato receptor y transmisor. Y yo os he enseñado a transmitir y recibir los mensajes.

El alcalde y el calderero guardaron silencio. Pero se miraron astutos y maliciosos, como suelen ser los campesinos...

No sólo de caviar vive el hombre
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