EL IDEAL FEMENINO

«¡Olé tus glúteos!». «Encuentros cosméticos en la tercera fase». «Cómo ser una chica picante». «Ellos las prefieren morenas»... Y así una sarta de titulares provocativos para llenar el espacio entre cien, doscientas o trescientas páginas de publicidad, porque de eso se trata: vender a toda costa la imagen prefabricada de la mujer perfecta, imponer los designios de los mercaderes de la moda, el maquillaje y la perfumería, que para eso pagan.

Las lectoras muerden fácilmente el anzuelo; no son conscientes de hasta qué punto están siendo manipuladas. Todas quisieran ser como la chica de la portada, pero el espejo es cruel como la celulitis. Luego vendrán las píldoras adelgazantes, las dietas milagrosas. De ahí a la anorexia y a la bulimia, tan sólo un paso. Y eso por no hablar del camelo de la cirugía estética: «Todos guapos en el año 2000». Y si se rompe el implante de silicona, ¿quién paga?

Más «obscenas» aún que las vallas publicitarias, las revistas femeninas explotan el lado vulnerable de las mujeres y las perpetúa como víctimas. Las top model que nos sonríen en las portadas no son sino «mercenarias que martirizan a las desdichadas que las imitan» (como muy bien dice el fotógrafo Oliviero Toscani).

El ideal que nos venden no existe, y el camino que nos imponen —«¡Ni un gramo de grasa!», «¡Cuerpo diez en veinte días!»— es un calvario de espinas. Naomi Wolf, autora de El mito de la belleza, compara su efecto con el de un instrumento de tortura muy extendido en la Edad Media: la Dama de Hierro.

Con apariencia exterior de mujer, la Dama de Hierro era en realidad una caja-sarcófago que constreñía a sus víctimas entre púas asesinas. De la misma manera, sostiene Wolf, el ideal femenino impuesto por la «industria de la belleza» obliga a las mujeres a sufrir —e incluso a morir— por no encajar en el molde.

Las mujeres americanas, marcando la pauta al resto del planeta, se gastan al año cinco billones de pesetas en píldoras adelgazantes. Más de un billón se dejan en cosméticos y cincuenta mil millones en cirugía estética. El 40% admite que fuma para no ganar peso.

En España, la mitad de las estudiantes universitarias confiesa que quiere adelgazar, y aproximadamente 430 000 adolescentes y jóvenes se encuentran en alto riesgo de sufrir los llamados «trastornos de la conducta alimentaria», según estimaciones del psiquiatra Gonzalo Morandé, autor de Un peligro llamado anorexia.

Morandé denuncia las proporciones epidémicas del mal, y nos alerta contra «la gran tendencia a la cronificación y a la muerte en algunos casos» (en países como Suecia, el índice de mortalidad asciende al 20%). La anorexia, además, ha dejado de ser una enfermedad adolescente y femenina: ya comienza a hacer estragos entre las mujeres maduras y los hombres...

«¡Impresiónalas!». «Abdominales de campeonato». «El tamaño es lo de menos». «Secretos de un hombre multiorgásmico». Las revistas masculinas nos están imponiendo poco a poco la misma tiranía estética, al servicio de los mercaderes del músculo, del estilo y de la fragancia «para el hombre moderno».

La publicidad lo domina todo, y el quiosco no es más que un invariable reclamo de sonrisas profidén y siluetas danone, astutamente retocadas para tentar por igual a ellos y a ellas.

Gloria Steinem, cofundadora de la revista americana Ms., denunciaba en un ensayo titulado Sexo, Mentiras y Anuncios la permanente tiranía publicitaria que tiene literalmente secuestradas a las revistas femeninas: «Los anunciantes no sólo dictan dónde van a ir emplazadas sus páginas, sino que deciden el "entorno" e imponen artículos que servirán para promocionar sus productos».

Una de las exigencias más frecuentes es que sus anuncios —sean de un champú, de un perfume o de ropa interior— no figuren al lado de reportajes «duros» o de contenido social. Resultado: cada vez hay menos páginas para informaciones sobre la vida misma y más sobre asuntos tan peregrinos como dónde llevar la raya del pelo o si es más sexy el camisón que el pijama.

Ms, ha logrado mantener su línea reivindicativa e independiente durante veinticinco años a costa de tener que renunciar por completo a los ingresos —y a las presiones— de la publicidad. Antes de comprar una revista femenina, conviene tener en cuenta este consejo: el peso de los anuncios es proporcionalmente inverso a su credibilidad.

La vida simple
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