BREVE ELOGIO DE LA SIESTA
Las buenas costumbres se pierden; entre ellas, la siesta. Pese a la creencia arraigada, sobre todo más allá de nuestras fronteras, el 81 % de los españoles no reposa a pierna suelta después de comer, ni siquiera los fines de semana.
«Los datos demuestran que la siesta no está tan generalizada en España como se creía» (sostiene el informe del CIRES 1995-1996, en el capítulo dedicado al uso del tiempo). Quienes la duermen, además, no suelen ir más allá de los veinticinco minutos, preferentemente sentados y sin caer en un sueño profundo. Lo justo para reponer fuerzas.
La típica «cabezadita» a la española ha servido de inspiración a los expertos en control del tiempo, que han acuñado el término de power nap (la «siesta del poder») y lo han recomendado encarecidamente como uno de los mejores remedios contra el agotamiento y el estrés.
Los psicólogos también lo aconsejan como remedio infalible contra la epidémica falta de sueño: de las nueve horas que se dormía a principios de siglo, hemos pasado a las seis y media. Setenta millones de estadounidenses, se calcula, sufren trastornos de alteración del sueño (insomnios, narcolepsias, apneas). Muchos de ellos se someten a tratamiento en los tres mil centros especializados en la nueva «dolencia».
La solución, casi siempre, pasa por pequeños grandes ajustes en el estilo de vida. Primer consejo: adelantar el momento de irse a la cama a las once de la noche. Segundo: hundirse veinte minutos en el sillón o en el sofá entre las dos y las cuatro de la tarde.
Está demostrado que el rendimiento laboral cae en picado a mitad de jornada, cuando el desgaste físico y mental se da la mano con el proceso digestivo. La manera más efectiva de combatir el bajón de la sobremesa es precisamente cerrando los ojos y entrando en una franja de sueño superficial. Al salir de ella, tendremos la sensación de haber roto la continuidad y haber creado una nueva frontera temporal.
La práctica del power nap es especialmente recomendable en jornadas maratonianas como las de los altos ejecutivos (de diez a doce horas diarias) o en horarios tan «estirados» como los nuestros...
Cuatro de cada cinco españoles tiene la sensación de que no sabemos distribuir bien el tiempo, que se organizan mucho mejor en otros países europeos, sobre todo en Alemania.
A mayor estatus social mayor dificultad para planificar los días y las horas. El 43 % reconoce que le falta tiempo para «hacer todo lo que quiere» y el 89% desearía dedicarle más atención a la familia y a los amigos, la opción que encabeza la lista de «asignaturas pendientes». Le siguen, por este orden, ocio y deportes, vida cultural y actividades de voluntariado.
Pese al «boom» de las ONG, tan sólo uno de cada cinco españoles regala su tiempo en forma de trabajo no remunerado (frente a uno de cada dos en Estados Unidos). Uno de los factores que más pesan en el otro extremo de la balanza es la rigidez de las jornadas laborales: el 60 % desearía una mayor flexibilidad de horarios.
Nuestra incorporación a la Unión Europea y el mimetismo hacia todo lo que viene de Norteamérica están creando en nuestro país un batiburrillo de horarios comerciales y laborales. Por un lado, la funcionalidad que nos llega. Por otro, ritos ancestrales —«cerrado de dos a cuatro y media»— que tal vez se acaben evaporando como la añorada, saludable y poderosa hora de la siesta.