CIBERADICTOS ANÓNIMOS

«Por favor, decidme que no es verdad, decidme que no son las cuatro de la madrugada del miércoles y que no llevo tres días aquí enganchada».

«Mi nombre es "Sinergia" y soy una "yonqui" de la red. Me paso las noches en vela «surfeando» mientras mis padres duermen».

«S.O.S. Mi hermano lleva dieciséis horas sin despegar los ojos de la pantalla y creo que va a enloquecer».

Mensajes como éstos llegan todos los días a Netadictos Anónimos, la vía de escape de cientos de internautas para superar su dependencia enfermiza y retomar el timón de sus vidas. Lo que empezó como una ligera sospecha es ya una epidemia sin fronteras, tipificada por la Asociación Americana de Psicólogos como el «Internet addiction disorder».

Ansiedad, insomnio, irritabilidad, inestabilidad emocional, incomunicación absoluta. Los síntomas de la adicción a Internet son los mismos, o muy parecidos, a los que sufren los jugadores empedernidos. Y sus efectos también: crisis personales, bajo rendimiento laboral, rupturas matrimoniales.

En los periódicos americanos aparecen ocasionalmente historias como la de Pamela Albridge, que perdió la custodia de sus dos hijos porque el juez consideró que su adicción a Internet —¡hasta doce horas diarias!— era incompatible con sus deberes de madre. O como Sandra Hacker, un ama de casa de Cincinatti, denunciada por su marido por idéntico motivo.

En España no hemos llegado aún a esos extremos, aunque a las consultas de los psicólogos están llegando casos como el de P. R., cuarenta y cuatro años, casado y con tres hijos, aficionado a los ordenadores por «desviación» profesional... Su horario laboral empezó a prolongarse más de lo debido, hasta que llegado un momento decidió traerse el trabajo a casa. Con esa excusa se encerraba en su despacho a las nueve de la noche y no desconectaba el ordenador hasta las cinco de la madrugada. Su esposa se lamentaba de que no hacía vida familiar, no jugaba con los niños, apenas comía o dormía. La fatiga, la apatía y los problemas de rendimiento acabaron por salpicar también su trabajo. Pero P. R. se negaba a reconocer su adicción, hasta que su mujer lo convenció para que acudiera a un neurólogo. De ahí, al diván del psiquiatra, que le impuso un tratamiento de desintoxicación: su mujer haría de vigilante y le ayudaría a superar el síndrome de abstinencia.

El psiquiatra Francisco Alonso-Fernández ha trazado incluso un perfil del «ciberadicto» español: joven, entre dieciocho y treinta años, preferentemente varón, con un posible trastorno subyacente y una gran propensión a negar su problema y a arrastrar su condición de «adicto invisible». Si los cálculos realizados fuera nos valen, debe de haber en nuestro país unos treinta mil «yonquis» de la red.

En Estados Unidos, curiosamente, las víctimas más habituales son las mujeres. La doctora Kimberley Young, de la Universidad de Pittsburgh, fue la primera sorprendida de los resultados cuando lanzó un globo sonda en la red: «Se buscan usuarios que pasen más de tres horas "surfeando" todos los días».

Llovieron voluntarios: trescientos noventa y seis casos. El 65% resultaron ser «ciberadictas», la gran mayoría de edad media. Confesaron haberse lanzado a la red más por la novedad que por la utilidad. Algunas reconocieron pasarse hasta cuarenta horas semanales enganchadas, y muchas admitieron que no sabían poner límites entre el uso profesional y personal. Las «cibercharlas» y el correo electrónico son las dos actividades que más dependencia parecían crear. Respuesta habitual: «Me meto en el "web" con la intención de buscar una información y termino curioseando por aquí y por allá. Cuando quiero darme cuenta, han pasado de dos a tres horas».

Kimbcrley Young, pionera en el estudio de la adicción a Internet, confiesa que la inquietud le surgió cuando ella misma notó los primeros y preocupantes síntomas: «Se empieza perdiendo poco a poco el control e incrementando inconscientemente las horas que uno pasa delante del ordenador. Así hasta que la conexión diaria se convierte en una obsesión y en una prioridad absoluta, por delante del sueño, de la familia y de los amigos».

«Decenas de miles de personas utilizan Internet no para obtener información, sino como una manera de huir de sus problemas y buscar una satisfacción inmediata —certifica la doctora Young—. Los efectos secundarios son los mismos que los de cualquier otra adicción, como las drogas, el alcohol o, sobre todo, el juego».

En el hospital McLean de Boston funciona desde 1996 la primera unidad clínica especializada en el tratamiento de ciberadictos. La Universidad de Pittsburgh abrió ese mismo año su Centro de Adicción On Line; en Harvard, Maryland y Michigan hay servicios similares en los campus, donde la adicción a Internet se propaga como el peor de los virus. A disposición de cualquier usuario existe ya una decena larga de grupos de apoyo on line, con nombres tan autocríticos como El Cementerio Internet o Ciberviudas.

J. C. Henz, una joven periodista americana, también se arrojó ingenuamente a la red en su época de estudiante. Al poco de licenciarse, decidió vender su idea a un editor: convertirse en internauta, explorar hasta el último rincón del universo paralelo y, por supuesto, contarlo todo en un libro, Surfing the Internet (Surfeando en Internet).

Ocho meses duró su particular odisea desde la base de operaciones en Miami, a razón de nueve o diez horas diarias. El viaje empezó delirantemente bien —«¡No puedo creerlo! ¡Qué maravilla!»— pero se fue convirtiendo en un auténtico suplicio. «Llamaba cada dos por tres al editor para decirle que se olvidara de la idea, que me estaba volviendo loca». El libro acaba con un suicidio virtual: «No lo soporto, me estoy poniendo enferma, me dan náuseas [...] Me río cuando me acuerdo de lo entusiasta y apasionada que era al principio [...] No más "cibercharlas", no más correo electrónico. Lo que necesito es un buen sueño [...] Adiós, muchachos, me voy definitivamente de aquí... NO CARRIER».

J. C. Henz estuvo a un paso de acabar como Angela Bennet, la protagonista de la película La red... Encerrada en su casa-búnker de Los Ángeles, Bennet no conoce a los vecinos, ha perdido el contacto con la familia y vive en su propia cárcel de relaciones fantasma. Sólo «habla» con personajes incorpóreos que, al igual que ella, han convertido el teclado en su segunda voz. Utiliza la pantalla hasta para ponerle colorines a una telepizza que, desgraciadamente, tendrán que traérsela en mano (aún no se ha inventado la comida on line).

El director Irwin Winkler se inspiró en su propia esposa para dar cuerpo al personaje: «Recuerdo que llegaba a casa de noche y allí me la encontraba, enganchada al ordenador. Me decía: "Hola, cariño, estoy aquí." Pero al rato volvía a imantarse a la pantalla y en realidad era como si no existiera. Se me ocurrió la idea de alguien tan atrapado en el laberinto tecnológico que acabara perdiendo definitivamente su identidad y "desapareciera" en la vida real».

La vida simple
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml