MEJOR SOLAS...
Bendita soledad. Cada vez son más las españolas que deciden vivir sin compañía. No son las solteronas de antaño, sino jóvenes profesionales que pueden permitirse el lujo de no depender de nadie. La gran ciudad es su elemento natural, donde mejor podrán escapar a la presión social y más fácil será el encuentro casual con otras almas solitarias.
«Estoy muy a gusto como estoy: por las noches, a veces, se te hace un poco cuesta arriba, pero otras es una auténtica delicia». Laura Aílza tiene treinta y tres años y se gana la vida haciendo traducciones y escribiendo guiones de televisión. Casi todo el tiempo trabaja en casa; su tendencia a la soledad, reconoce, es a veces exagerada...
«¿Pero qué le voy a hacer? Me encanta ir al cine sola, salir a correr sola, ir de compras sola. Antes no era así, salía mucho más. Durante dos años tuve novio y viví con él; estuvimos pensando en casarnos y todo eso, pero al final lo dejamos. Desde que tengo piso propio me estoy volviendo un tanto "especial", pero prefiero cien veces esto a tener que cambiar pañales o a estar peleando por tu espacio propio. Pienso que casarse y tener hijos es una manera de complicarse la existencia».
A Laura le revienta la palabra «soltera» y prefiere la inglesa single, que no tiene el estigma social y que además significa «singular» o «persona que decide vivir a solas». «Llaneras solitarias», las bautizaba en 1997 la revista Harpers & Queen en un reportaje que exploraba los nuevos estilos de vida de las mujeres en los países occidentales.
Aunque siempre ha habido casos aislados, el fenómeno social de las singles es relativamente nuevo en España, donde el 85 % de las mujeres se casa antes de cumplir los veintinueve años. Pese al camino avanzado, aún estamos a mucha distancia de Estados Unidos, donde en 1996 hubo por primera vez más jóvenes solteras que casadas entre los veinte y los treinta.
En Norteamérica existen publicaciones especializadas (Single Living) y asociaciones como Childfree Network, que hacen proselitismo de la vida sin hijos. Su creadora, Leslie Lafayette, sólo le ve enormes ventajas a la soledad: mayor autoconocimiento y desarrollo personal; mayor proyección laboral; menor desgaste emocional; menos penurias económicas; menos compromisos sociales; total libertad de acción para viajar, mudarse o cambiar de trabajo; menos tensiones y más tranquilidad de espíritu.
El aislamiento y la depresión son los dos fantasmas que acucian a hombres y mujeres que viven sin compañía. Leslie Lafayette les sugiere que no se recluyan ante el televisor o el ordenador y hagan un esfuerzo permanente por socializar en cafeterías, librerías, gimnasios, clubes de todo tipo o en organizaciones de voluntarios. En última instancia, invita a las «llaneras solitarias» a que se afilien a cualquiera de los cincuenta grupos de apoyo de Childfree Network en Estados Unidos, donde siempre encontrarán algún corazón amigo.
Las singles son un grupo no del todo homogéneo. Algunas están dispuestas a vender muy cara su libertad: el noviazgo no entra en sus planes y sólo se «casan» con el trabajo. Otras mantienen relaciones más o menos duraderas, pero procuran no implicarse excesivamente y guardar las distancias. Camino de los cuarenta, más de una renunciaría a su soledad, pero el listón de exigencias a esa edad está ya demasiado alto.
Ante la imposibilidad de encontrar un hombre que dé la talla como padre, las hay que optan por «encargar» un hijo fuera del matrimonio. Los americanos lo llaman el «síndrome de Murphy Brown», en honor a la protagonista de la famosa serie televisiva. Ser madre soltera en Estados Unidos no es ya un castigo del cielo; más bien un motivo de autosuficiencia y orgullo.
Uno de cada cinco hijos nacidos en 1994 en Norteamérica se estaban criando en un hogar sin padre, según la oficina del censo. Disminuía el número de adolescentes embarazadas, pero aumentaban —espectacularmente— las veinteañeras y treintañeras que decidían ser madres sin estar casadas (del 6,7% al 12,9 % en apenas una década).
«En muchos casos estamos ante mujeres económicamente independientes y sin pareja estable, que sienten la necesidad de ser madres y, simplemente, no pueden esperar a encontrar el hombre ideal», comenta Amara Bachu, la autora del informe oficial.
«Mejor sola que mal acompañada», habla la voz de la experiencia: Ronne Mendelson, treinta y cuatro años y un hijo que crece «maravillosamente bien» sin la presencia del padre... «Es un error pensar que un niño se educa con carencias si no lo hace ante los ojos de una pareja estable. Yo crecí en una familia disfuncional y sé lo que se sufre. Es mucho más saludable hacerlo con una sola persona que asume los dos papeles antes que estar soportando tensiones, peleas y abusos».
Ronne vive en Dallas y es jefa de departamento en una fábrica de productos lácteos. Se lleva al niño al trabajo, lo deja en la guardería de la empresa, baja a darle de comer y salen juntos a las cinco de la tarde. ¿El padre? «Vive muy lejos, a más de mil kilómetros. No he tenido problemas con él; se conforma con poco. Como mucho lo ve cuatro veces al año... Nunca he sido capaz de durar con un hombre más de dos años. Procuro ser realista: no vivimos en un mundo ideal, y aquello de hasta que la muerte os separe se ha caído por su propio peso».