EL PLACER DE VIVIR

He aquí un libro alternativo. De los que devuelven la esperanza en la existencia de otra vida y emplazada a la vuelta de la esquina. No acampada en el más allá, ni esperando más tarde, sino instalada ahora y aquí, como vindicaron siempre para sí las utopías más desobedientes con el imperio del sistema.

El dinero, la prisa, el consumo, la competitividad, el trabajo, la acumulación como sinónimo de bienestar, el éxito como una equivalencia del cielo. La civilización occidental, estimulada por la anfetamina capitalista, ha desembocado en tal excitación que, al cabo, la vida es taquicardia. Contra el ahogo, este libro procura hacer ver que hay una salida tranquila y que precisamente la mejor manera de liberarse es alzar la vista y otear el formidable horizonte que rodea nuestra agobiada manera de vivir. Ni son necesarios tantos objetos, ni es necesaria tanta sofisticación tecnológica, ni sienta bien tanta inquietud por la salud, ni es necesario ser tan eficaz, tan rápido, tan competente, tan ceñudo.

Los bienes que la existencia ofrece son, en calidad y cantidad, muy superiores a los que se incluyen en los circuitos de la publicidad. Al lado del universo mercantil existe un paraíso casi gratuito, a disposición de la mano, al alcance de la felicidad y por el que pasamos sin darnos cuenta. Acaso haciendo cuentas. Carlos Fresneda ha escrito más allá de un libro muy contemporáneo, un manifiesto existencial para el siglo por venir. Ha elaborado más allá de un catálogo de nuestros desencantos sobre el actual estado de la civilización, una lista de agravios y, como complemento, un surtido de medicinas naturales.

Occidente está harto de sí mismo. Repite su modelo hasta el hastío sobre su sombra patológica e irradia sus mismos virus sobre las demás áreas del planeta. Los pueblos que despiertan hoy al consumo, guiados por el neoliberalismo occidental empiezan a dormir pronto con las mismas pesadillas que sus colonizadores. Demasiadas prisas, demasiadas tensiones, menos relaciones humanas, menos tiempo para uno mismo y sus deseos, peor comida, peor atmósfera; peores sueños, en fin.

El progreso no puede ser esto. O, mejor: la idea del progreso ha perdido de vista a su destinatario humano y circula autónomamente, sin dirección fija, al albur de unas fuerzas económicas que se autorreproducen como las células cancerosas. Sin ningún fin productivo, sin ningún objetivo dichoso, movidas por una energía intrínseca que precipita los cuerpos a su muerte por exceso, por superabundancia, por el simple efecto de la acumulación. En esta metáfora del cáncer, se crece y se perece dentro del sistema, y contra esta fatalidad se abre el libro de Fresneda, una de las pocas piezas españolas que, por el momento, contribuyen a cambiar el punto de mira: la manera de ojear, de sopesar y de escoger...

Gracias a obras como ésta se reconoce la opción de ser libre. O más aún: la disposición ante nosotros de la libertad todavía en sazón. Efectivamente podemos decir «no» a vivir de otra manera (más sencilla, más barata, más rica en sabores humanos) pero eso será ya tras una reflexión como la que ofrecen estas páginas; será tras una elección demasiado consciente como para quejarse luego de la contrariedad. Por el contrario, el libro descubre la entidad de una realidad alternativa a la que cada vez acuden más individuos conscientes de cuatro cosas y amantes de cuatro cosas más. Conscientes de que el disfrute empieza por estar a bien con uno mismo y no lo solucionará nada relacionado con el placer del bazar. Y amantes de una lucidez que ayuda a entender que nuestra dicha se realiza entre seres humanos y no entre objetos y quehaceres inhumanos.

Si la especie mundo ha pervivido ha sido gracias a la cooperación y si ha sido habitable algún barrio de aquí lo ha sido en función de las relaciones con los otros. Las rivalidades extremas o los individualismos exacerbados a los que induce el neoliberalismo capitalista en marcha son sabotajes contra el sencillo deseo de pasarlo bien.

Con la obra de Fresneda uno se lo pasa muy bien. Doblemente: porque su lectura, amena de principio a fin, humana e innovadora, hace al lector mejor. Y porque concluidas las páginas, su empuje sigue actuando para ayudar a franquear las cercas de una realidad más acorde con los derechos de la belleza, del sexo, del corazón, de ¡a naturaleza, de la inteligencia, del sentido gozoso de vivir.

VICENTE VERDÚ

La vida simple
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