EL TIEMPO ES DINERO
Bill Gates, el hombre más rico de Norteamérica, sabe muy bien lo que vale el tiempo. Por eso, cuando convoca a la plana mayor de Microsoft decide olvidarse del reloj y entregarse suavemente al vaivén de su mecedora. El tic-tac lo marca él, con sus idas y venidas. Los demás no tienen más remedio que adaptarse a su tempo.
Tom Jackson, presidente de la firma Equinox, impone un minuto obligatorio de silencio antes de empezar las reuniones. De esa manera consigue frenar en seco la sensación de urgencia y crear una atmósfera distendida y relajada, mucho más propicia para la comunicación...
En ningún otro lugar como en el trabajo se libra una batalla más desigual contra el reloj. La gran mayoría no tenemos el privilegio de sentarnos en una mecedora, como Bill Gates, ni de poder imponer una pausa como la de Tom Jackson. Día tras día, nos sentimos un poco quijotes, espoleados por los molinos de viento del tiempo.
El tiempo es dinero, nos dijeron. Con esa máxima, grabada a sangre y fuego, afrontamos la jornada laboral. Y así, hasta cuando no producimos hay que fingir que lo hacemos, porque está mal visto pararse un momento, corregir la postura, hacer una pausa reflexiva.
En cientos de empresas españolas, el deporte favorito es el «tiempo fachada»: las horas de más que pasamos en la oficina por guardar las apariencias, por no figurar en la lista negra del jefe, por que no digan. Nadie paga por esas horas extras pero son el salvavidas al que se agarran los empleados temporales pendientes de renovación (y los fijos que no quieren ganarse fama de «escaqueadores»).
En Estados Unidos, el «tiempo fachada» comienza a estar mal visto por las propias empresas. «Trabajar inteligentemente es mejor que trabajar prolongadamente», decía una cartel colgado en la sede neoyorquina de United Technologies. Menos horas y más eficiencia fue el nuevo lema de la compañía, que incitó a sus empleados a que se tomaran «pausas estratégicas» y a que aprovecharan la hora del almuerzo para reponer fuerzas y tomar el aire. A las seis de la tarde, por «imperativo» empresarial no quedaba en las oficinas un alma.
Aunque casos como los de United Technologies, lamentablemente, no abundan. Según la economista de Harvard Juliet Schor, hoy por hoy se trabaja en Norteamérica casi un mes al año más que hace dos décadas. Los americanos han perdido por término medio el 40 % de su tiempo libre y ahora disfrutan tan sólo de diecisiete horas semanales de esparcimiento.
En España, las estadísticas dicen que en 1996 trabajamos 5,93 horas menos que en 1995. Aunque la percepción real es muy distinta, y la gente admite sentirse cada vez más atrapada en la espiral del trabajo. En bastantes compañías, eso sí, se ha optado por pequeños ajustes para adelantar la hora de salida.
El nuestro es, sin duda, el país occidental donde más tarde se sale de trabajar por norma. Los peculiares horarios a la española, que tanta extrañeza siguen causando allende nuestras fronteras, se pelean sin remedio con la jornada estándar a la americana o a la europea: de nueve a cinco.
«El problema en España es que las compañías no están bien estructuradas y son por lo general poco sensibles a los múltiples problemas de los trabajadores» afirma Lola Rodríguez, la experta en formación de personal que conocimos en páginas anteriores.
Lola lleva varios años intentando introducir en las empresas españolas el concepto del control del tiempo; sin excesivo éxito, reconoce: «No somos conscientes de los vertiginosos cambios sociales por los que estamos pasando. Todo esto es muy difícil de digerir, y la gente lo está pagando con su salud física y mental».
Coincidencia general entre los expertos: el ritmo de trabajo impone la pauta al resto de nuestras actividades. Si perdemos las riendas del tiempo en la oficina, lo más probable es que el resto del día corramos desbocados: nuestro comportamiento frenético acabará salpicándolo todo, desde la vida familiar a la tabla de ejercicios del gimnasio.
Las empresas no ayudan, es cierto, pero tal vez ha llegado el momento de dejar de comportarnos a la desquiciada manera de Charlie Chaplin en Tiempos modernos. No hace falta someternos a programas draconianos de control del tiempo; basta con firmar una tregua con el reloj minutos antes de fichar en el trabajo.