¿LA «LIBERACIÓN» ERA ESTO?

Al filo de los treinta años, el reloj biológico pasa factura. La mujer que ambicionó llegar muy lejos, que lo sacrificó todo por su carrera profesional, que creyó a ciegas en aquello de la realización por vía del trabajo, frena en seco y se pregunta si la «liberación» era esto.

La posibilidad de tener un hijo se dibuja entonces como una vía de escape al estrés diario, o como una fuente de gratificación personal. Pero cuando llegan los niños, la vida se complica enormemente: la presión laboral es aún más angustiosa, faltan manos para ayudarle en las tareas domésticas, la «doble jornada» se eterniza.

La empresa, dominada por los hombres, no sabe o no quiere entender. La elección final se plantea a modo de ultimátum: entrega incondicional o renuncia absoluta.

Isabel Velloso se vio en esa encrucijada recién cumplidos los treinta y dos años. Nada más tener a su primera hija (ahora son ya tres), se dio cuenta de que su trabajo como periodista «de sol a sol» era del todo incompatible con el cuidado de la niña. Así que tuvo la osadía de pedir una jornada a tiempo parcial...

«Al principio reaccionaron con sorpresa; no sabían que existe una ley que permite a las madres acogerse a una jornada a tiempo parcial. Después me dijeron que el trabajo que estaba haciendo requería una dedicación completa y que no tendrían más remedio que trasladarme a otro departamento. Tuve que renunciar a mi labor de periodista y pasé a ser documentalista, cuatro horas al día. No está mal porque te da libertad: sales del trabajo y te olvidas. Pero no era lo que yo quería. Yo pretendía seguir escribiendo, que es lo mío».

Cuatro años después, Isabel sigue dándole vueltas a su decisión. Está convencida de que hizo bien, aunque a veces siente remordimientos: «Para la mayoría de las mujeres, tan difícil es llegar como renunciar. Y el problema es que no nos dejan alternativa: o triunfas en el trabajo, o te vuelcas en tu familia. Lo ideal sería encontrar un equilibrio: dedicarte a tus hijos todo el tiempo que te haga falta sin tener que tirar por la borda tu trayectoria laboral».

Isabel se lamenta entre dientes; en el fondo se considera una privilegiada: «Dentro de unos límites, yo he podido elegir, y eso es algo que no está al alcance de la mayoría de las mujeres. Unas, porque tienen contrato temporal; otras, porque con el salario del marido no les llega... Nosotros podemos vivir con sueldo y medio. ¿Mi marido? Gana más que yo, y a la economía familiar le viene mejor que sea él quien siga trabajando a tiempo completo. Los hombres nunca se ven en la tesitura de tener que renunciar».

En igualdad de condiciones, las empresas siguen prefiriendo a los hombres. La «discriminación positiva», a todas luces necesaria para allanar el terreno a las mujeres, la practican en España tan sólo un puñado de empresas (Xerox, AG Technology, Nutrexpa) y de instituciones públicas como la Universidad de Málaga, donde funciona el «agente de igualdad», encargado de velar por la promoción femenina.

Pero, en general, los progresos han sido mínimos, tanto en el terreno social como en el económico. Lo atestigua Cecilia Castaño, editora y coautora de Salud, dinero y amor (Cómo viven las mujeres españolas de hoy): «La sociedad no está cambiando sus hábitos de comportamiento al ritmo que sería necesario para apoyar la incorporación laboral de las mujeres. La participación de los hombres en las tareas domésticas es muy baja y en muy pocos centros de trabajo hay guarderías o se ofrecen horarios flexibles o jornadas reducidas a mujeres con responsabilidades familiares».

Las opciones, por lo general, se reducen a dos: o ama de casa, o madre «supertrabajadora» (de catorce a dieciséis horas diarias, sumando la oficina, la prole y los quehaceres hogareños). El trabajo a tiempo parcial en España es un privilegio al alcance del 4,2 % de las mujeres, frente al 30 % de países como Holanda o Dinamarca, tantos años por delante.

El retraso histórico de España es aún más sangrante por el estigma del paro, que se ceba en las mujeres casi el doble que en los hombres. Y eso por hablar de la secular desigualdad a la hora de las remuneraciones. O del machismo imperante (en el trabajo y en la casa). Nuestra bajísima fecundidad, la más baja de Europa, es una causa indirecta de todo esto.

«La reducción de la natalidad es el coste que ha de pagar la sociedad española por no cambiar sus pautas de comportamiento en función de las necesidades de su mitad femenina —advierte Cecilia Castaño—. Pero éste no es un destino irreversible, como muestra la experiencia de Suecia, Dinamarca y otros países del norte de Europa, donde la natalidad ha vuelto a aumentar en paralelo con la mejora de la condición social de la mujer».

¿Soluciones? Por ley o por sentido común. Austria, sin ir más lejos, ha sido uno de los primeros países en reconocer la obligación legal de los maridos de colaborar en las tareas domésticas. La mayoría de los países centroeuropeos han extendido los permisos de maternidad de uno a tres años (en vez de las dieciséis semanas escasas). En algunos se está intentando incluso rescatar una vieja idea del estado de bienestar: subsidio para el ama de casa. Estados Unidos e Inglaterra, donde la mitad de la población femenina es ya «activa» (frente al 36% en España), van por delante en medidas como horarios flexibles, puestos compartidos, posibilidad de trabajar desde casa o programas especiales para el retorno después de la maternidad.

Aun así, a las mujeres trabajadoras les queda un largo camino, y prueba de ello es la fuga de ejecutivas que se viene detectando en la sociedad norteamericana desde finales de los ochenta. El estrés laboral y la cultura masculina en el mundo empresarial son las dos razones principales de la gran evasión.

Según una encuesta publicada en Fortune en 1995, el 87 % de las mujeres con cargos directivos deseaba «un profundo cambio en sus vidas». El 60 % visitaba regularmente el psicólogo, el 46 % tomaba antidepresivos y el 40 % se identificaba con la palabra «atrapada».

En setiembre de 1997 saltó a las páginas del Wall Street Journal la sonora dimisión de la superwoman Brenda Barnes, presidenta de la división americana de Pepsi Cola, que decidía renunciar a trescientos millones de pesetas anuales para dedicarse por entero a la familia: «No me marcho porque mis tres hijos necesitan tenerme más cerca, sino porque yo necesito estar más con ellos». A los cuarenta y tres años, Barnes confesó sentirse exhausta por la presión laboral y tuvo que jugársela al «todo o nada».

Elizabeth Perle McKenna, veinte años peleando contra viento y marea en el mundo editorial, se vio ante el mismo dilema. Hasta los treinta y siete, el trabajo fue su prioridad absoluta. Cuando se casó y tuvo un hijo, las piezas empezaron a no encajar: «Tenía una vida profesional. Tenía una vida personal. Las dos eran muy intensas y exigían una dedicación al ciento por ciento. Pero eran dos vidas distintas y cada vez más separadas. Así no podía seguir...».

Todo esto lo cuenta en un libro autobiográfico, When work doesn't work anymore (Cuando el trabajo ya no funciona), ilustrado con decenas de casos como el suyo: «Como la mayoría de las mujeres, no quería esperar a los sesenta para poder disfrutar de verdad de la vida».

Elizabeth se comió la autoestima, el éxito y el sentido de la independencia. Dejó de trabajar; mejor dicho, se despidió de su trabajo remunerado. Se volcó en su hijo, cogió la sartén por el asa y poco a poco fue cambiando de esquemas. Al cabo de unos meses comenzó a escribir en casa lo que luego sería un libro, feliz de haber encontrado por fin el equilibrio entre trabajo, juego, amor y sentido de la vida.

¿Volver a la oficina? Todo se andará... Elizabeth ve en el horizonte una «segunda ola» del movimiento de la mujer, una tendencia que está redefiniendo el concepto masculino de éxito y humanizando los lugares de trabajo: «De momento está ocurriendo a pequeña escala, pero tarde o temprano la situación tiene que estallar: a finales de los noventa, dos tercios de la nueva mano de obra en Estados Unidos será femenina. La pregunta no es ya “¿cómo cambiará el trabajo?” sino “¿cuándo?”».

La vida simple
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