MIRARSE HACIA DENTRO
En las culturas tradicionales, sobre todo en las orientales, la salud está íntimamente ligada al cultivo de la armonía. Pero el modo occidental de vida ha evolucionado precisamente en sentido contrario: pecamos siempre por exceso o por defecto, y ahí deberíamos buscar la raíz de algunos de nuestros males.
«La búsqueda intuitiva del equilibrio es tal vez la mejor medicina natural», sostiene Paul Pearsall, médico de origen hawaiano y autor de The Pleasure Prescription (La receta del placer). Pearsall convivió durante un tiempo con los pueblos indígenas de la Polinesia, intrigado por su envidiable estado de salud, y llegó al convencimiento de que su secreto está en lo que ellos llaman aloha, o aliento vital.
Pearsall sostiene que gran parte de las enfermedades que aquejan a las sociedades modernas tienen su raíz en nuestra falta de «aliento vital». «La salud es la llave de la felicidad, y a ella se llega cultivando el aloha y adoptando una actitud positiva hacia las cosas», escribe el autor, que nos invita a ser un poco niños, recuperar el sentido lúdico de la vida y descubrir el valor terapéutico de la risa.
Otra de las recetas que Pearsall ha decidido tomar prestada de los polinesios es su conexión permanente con la tierra, algo que hace mucho perdimos en las ciudades de Occidente. Nos podemos pasar semanas, meses incluso, sin contemplar una puesta de sol o un amanecer. Vivimos en ambientes cien por cien artificiales y el tiempo que pasamos a cielo abierto es mínimo. El contacto con la naturaleza se reduce a esporádicas escapadas de fin de semana, consumidas en gran parte dentro del coche. El aire que respiramos habitualmente es una nube de sustancias tóxicas.
Nuestros oídos sufren también las consecuencias de la contaminación acústica. Sirenas, excavadoras, taladradoras, el camión basura, alarmas anti-robo, el incesante rumor del tráfico... La vida en las grandes ciudades se ha convertido en un muestrario de ruidos, que pueden acabar provocando graves trastornos en el sistema nervioso.
En los hogares, otro tanto: con la invasión de aparatos electrónicos, el silencio —tan curativo— se ha convertido en una utopía al alcance de muy pocos. Habría que «blindar» las casas contra los ruidos, reservar alguna estancia para la lectura o la reflexión, acotar un espacio donde podamos estar verdaderamente solos, sin interferencias.
«Hoy en día, más que nunca, necesitamos recuperar el contacto con nosotros mismos —escribe la psicóloga Ester Buchholz en The Call of Solitude (La llamada de la soledad)—. Pasar un tiempo a solas nos da el poder de regular y ajustar nuestras vidas. Es una manera también de recargar las baterías, de calibrar nuestras necesidades, de estimular la creatividad y la curiosidad por lo desconocido».
La televisión y el teléfono deberían estar proscritos en ese tiempo y ese espacio «estrictamente personales». Los dormitorios tendrían que ser santuarios para el descanso. El sueño es sagrado, y si tenemos problemas para dormir hay soluciones mucho más naturales que las píldoras o la película de medianoche. Una secuencia respiratoria y unos ejercicios de relajación podrían bastarnos.
Otra «medicina» gratuita es la meditación, tan en las antípodas de nuestro estilo de vida. Con la ayuda del yoga o del taichi, o con la práctica de pequeños rituales que nos obliguen a hacer un alto en algún momento del día, podremos controlar situaciones de ansiedad y de estrés a los primeros síntomas.
El ejercicio «espiritual» es tan necesario como el ejercicio físico, en opinión de Herbert Benson, un cardiólogo de Harvard que mereció hace veinte años idéntico tratamiento que Galileo. Y todo por decir que el factor mental es decisivo a la hora de invocar o combatir la enfermedad.
Benson se desquitó en 1992 con la creación del Instituto Médico Mente/Cuerpo y publicó otro de los puntales de la medicina alternativa americana, Timeless Healing (Curar sin tiempo). Las técnicas de relajación y meditación son el instrumento con el que combate no sólo el estrés y la ansiedad, también la alta presión sanguínea y el riesgo de infarto. A sus pacientes les habla además del poder invisible de un tercer elemento, el alma, que para él es el hilo conductor entre la mente y el cuerpo: «La fe no sólo mueve montañas; también cura».
Claro que, de la mano de la fe, corremos el riesgo de caer en la «industria del milagro». Al socaire de la medicina alternativa han medrado los gurús esotéricos y los mercaderes de las curas mágicas, que a la postre no han servido más que para desprestigiar las terapias complementarias y alimentar con razón el escepticismo de los médicos.
Deberíamos desconfiar, por norma, de todo aquel que nos invite a poner ciegamente nuestra salud en sus manos, y abrirnos sin embargo a quien nos ayude a descubrir las múltiples conexiones entre la salud física y la salud mental. Al fin y al cabo, la capacidad para sanar o enfermar la llevamos dentro.