COMPRADORES COMPULSIVOS

Suelen pulular por los centros comerciales y los grandes almacenes, aunque donde mejor se les reconoce es en las tiendas de «Todo a cien». Hay también hombres, pero la mayoría son mujeres, jóvenes y menos jóvenes, unidas por el impulso irrefrenable de engordar la cesta de la compra... Al pasar por caja comienzan los remordimientos. Una vez en casa, cuando se dan cuenta de lo inútil y superfluo de la cosecha del día, se hunden en un pozo de desilusión y autoculpabilidad. La única manera de salir del bache es saliendo otra vez de «caza». Vuelta a empezar.

Los compradores compulsivos son legión: todos conocemos alguno. El problema es que ni ellos son conscientes de su adicción ni el entorno ayuda. Más bien al contrario: la publicidad explota hasta la extenuación el estereotipo del consumidor insaciable y nos invita a seguir su «modélico» ejemplo.

En Estados Unidos se les llama shopaholics. alcohólicos de las tiendas. Allí fue fue donde primero se detectó el mal, catapultado en las dos últimas décadas con el «boom» de las tarjetas de crédito. Carolyn Wesson, autora de Wowen who shop too much (Mujeres que compran demasiado), estima que unos cincuenta y nueve millones de americanas vuelcan en mayor o menor medida su ansiedad en la cesta de la compra.

Los shopaholics tienen mucho en común con los ludópatas (la caja registradora ejerce el mismo imán que las máquinas tragaperras). También son parientes cercanos de los bulímicos —devoradores de alimentos— y de los cleptómanos, ladrones por naturaleza. En Nueva York existe incluso una asociación de adictos a las compras. Deudores Anónimos, que utiliza las mismas técnicas de desintoxicación que los alcohólicos.

En España, quien mejor ha estudiado el tema es el psicólogo Jesús de la Gándara, autor de Comprar por comprar. A diferencia de otras adicciones, señala De la Gándara, la compra compulsiva «no es sólo entendida y tolerada sino, incluso, aplaudida». Su libro incluye un cuestionario para delectar los síntomas: ¿Salir de compras le ayuda a olvidar disgustos? ¿Alguna vez ha tenido dificultades económicas o familiares por las compras? ¿Compra ropa u objetos innecesarios que luego no utiliza?

Nuestro país va por delante del resto de Europa en el tratamiento de los compradores compulsivos. La Unión de Consumidores de Aragón-UCE creó en 1997 un grupo de autoayuda y editó una pequeña guía de divulgación con consejos prácticos para corregir los malos hábitos: evitar a toda costa los saldos, llevar una calculadora para anotar todo lo que se ha gastado en el día, meter las tarjetas de crédito dentro de un sobre, para ser más conscientes de su uso...

A veces, cuando la adicción está íntimamente ligada al uso de las tarjetas de crédito, no queda otro recurso que cancelarlas y pagar siempre al contado. Ese consejo no vale, sin embargo, para las socorridas tiendas de «Todo a cien», consuelo de tantísimas amas de casa que compran baratijas inútiles como si fueran cartones de bingo.

Las «Todo a cien», que proliferan como esporas en los barrios de clase media-baja, consiguen mitigar el sentimiento de culpabilidad con la misma y engañosa estrategia de los saldos: al tiempo que se compra, se ahorra... A razón de quinientas pesetas diarias, serán quince mil a final de mes: todo un «lujo» para familias hipotecadas hasta el cuello.

En la clínica Capistrano de Palma de Mallorca, uno de los contadísimos centros que existen en España para el tratamiento de las adicciones, han elaborado incluso una patología específica de los adictos a las «Todo a cien». Salvando las distancias, se «enganchan» a ellas porque tienen las mismas ventajas que las drogas blandas: menos nocivas, más baratas.

Dejamos las tiendas baratijas y saltamos a la droga «dura»: supermercados, hipermercados y grandes almacenes, donde los productos están anunciados y dispuestos de una manera tal que hasta el más conspicuo ahorrador termina mordiendo el anzuelo.

Según otro estudio de la Unión de Consumidores, el comprador medio se acaba gastando del 20 % al 37 % más de lo que había previsto antes de entrar en una gran superficie. Las ofertas (tres por el precio de dos) son por lo general trampas para obligarnos a consumir al por mayor. Las estanterías están salpicadas de «productos imán»: marcas muy conocidas de cuyo gancho se benefician todos los artículos que le rodean. Los carteles espectaculares, la iluminación más potente o los puestos de demostración nos arrastrarán como una marea hacia las «zonas calientes». Si encima se lleva al niño a la compra, las tentaciones infantiles —situadas a una altura liliputiense, amenizando la cola ante la caja registradora— acabarán poniendo el suma y sigue a la factura.

Al final entre lo que gastamos por mero impulso y el viaje en coche, acaba saliéndonos más barato —y mucho menos compulsivo— comprar en la tienda de la esquina. Mejor aún si llevamos una lista de lo que realmente necesitamos y la respetamos a rajatabla. O si nos fijamos un límite de dinero y procuramos no sobrepasarlo.

Claro que, entre la venta por catálogos, la teletienda y el invento de la telecompra, uno puede cultivar la adicción veinticuatro horas al día sin moverse siquiera del sofá.

Internet se está destapando como un insaciable filón comercial, sobre todo para cadenas como El Corte Inglés o Alcampo, pioneras en esto de los grandes almacenes virtuales. Los bancos y las compañías de tarjetas de crédito han superado la reticencia inicial de los consumidores y les han convencido de que la telecompra es un sistema tan seguro como práctico. Para el año 2000, se calcula, el volumen de ventas «electrónicas» superará los 32 000 millones de dólares en todo el mundo.

En Estados Unidos comienzan a proliferar ya los cybermalls como el de Santa Mónica, California: cincuenta ordenadores en cadena, con acceso directo a miles de tiendas en todo el mundo. Sus estanterías invisibles están repletas de quesos franceses, dulces japoneses y flores del trópico.

La vida simple
titlepage.xhtml
sec_0001.xhtml
sec_0002.xhtml
sec_0003.xhtml
sec_0004.xhtml
sec_0005.xhtml
sec_0006.xhtml
sec_0007.xhtml
sec_0008.xhtml
sec_0009.xhtml
sec_0010.xhtml
sec_0011.xhtml
sec_0012.xhtml
sec_0013.xhtml
sec_0014.xhtml
sec_0015.xhtml
sec_0016.xhtml
sec_0017.xhtml
sec_0018.xhtml
sec_0019.xhtml
sec_0020.xhtml
sec_0021.xhtml
sec_0022.xhtml
sec_0023.xhtml
sec_0024.xhtml
sec_0025.xhtml
sec_0026.xhtml
sec_0027.xhtml
sec_0028.xhtml
sec_0029.xhtml
sec_0030.xhtml
sec_0031.xhtml
sec_0032.xhtml
sec_0033.xhtml
sec_0034.xhtml
sec_0035.xhtml
sec_0036.xhtml
sec_0037.xhtml
sec_0038.xhtml
sec_0039.xhtml
sec_0040.xhtml
sec_0041.xhtml
sec_0042.xhtml
sec_0043.xhtml
sec_0044.xhtml
sec_0045.xhtml
sec_0046.xhtml
sec_0047.xhtml
sec_0048.xhtml
sec_0049.xhtml
sec_0050.xhtml
sec_0051.xhtml
sec_0052.xhtml
sec_0053.xhtml
sec_0054.xhtml
sec_0055.xhtml
sec_0056.xhtml
sec_0057.xhtml
sec_0058.xhtml
sec_0059.xhtml
sec_0060.xhtml
sec_0061.xhtml
sec_0062.xhtml
sec_0063.xhtml
sec_0064.xhtml
sec_0065.xhtml
sec_0066.xhtml
sec_0067.xhtml
sec_0068.xhtml
sec_0069.xhtml
sec_0070.xhtml
sec_0071.xhtml
sec_0072.xhtml
sec_0073.xhtml
sec_0074.xhtml
sec_0075.xhtml
sec_0076.xhtml
sec_0077.xhtml
sec_0078.xhtml
sec_0079.xhtml
sec_0080.xhtml
sec_0081.xhtml
sec_0082.xhtml
sec_0083.xhtml
sec_0084.xhtml
sec_0085.xhtml
sec_0086.xhtml
sec_0087.xhtml
sec_0088.xhtml
sec_0089.xhtml
sec_0090.xhtml
sec_0091.xhtml
sec_0092.xhtml
sec_0093.xhtml
sec_0094.xhtml
sec_0095.xhtml
sec_0096.xhtml
sec_0097.xhtml
sec_0098.xhtml
sec_0099.xhtml
sec_0100.xhtml
sec_0101.xhtml
sec_0102.xhtml
sec_0103.xhtml
sec_0104.xhtml
sec_0105.xhtml
sec_0106.xhtml
sec_0107.xhtml
sec_0108.xhtml
sec_0109.xhtml
sec_0110.xhtml
sec_0111.xhtml
sec_0112.xhtml
sec_0113.xhtml
sec_0114.xhtml
sec_0115.xhtml
sec_0116.xhtml
sec_0117.xhtml
sec_0118.xhtml
sec_0119.xhtml
sec_0120.xhtml
sec_0121.xhtml
sec_0122.xhtml
sec_0123.xhtml
sec_0124.xhtml
sec_0125.xhtml
sec_0126.xhtml
sec_0127.xhtml