CAPÍTULO 7

El vapor de agua subía hacia el cielo sin estrellas de Los Ángeles. Mystery y yo estábamos sentados, uno enfrente del otro, en el jacuzzi. Mystery rodeó el borde con uno de sus pálidos brazos, mientras con el otro sujetaba una copa con un líquido naranja y unos cubitos de hielo. Si no fuera porque Mystery nunca bebía alcohol, hubiera pensado que era un cóctel.

—Ya se lo he notificado oficialmente a Papa —me dijo—. Me voy el mes que viene.

Una vez más, iba a dejarme en la estacada, igual que lo había hecho durante su crisis de Toronto. Ahora, yo tendría que convivir con la pareja feliz que había forzado su marcha y con el ejército de clones de Papa.

—¿De verdad vas a dejarte vencer tan fácilmente? —le pregunté al tiempo que cogía una colilla del agua y la dejaba en uno de los vasos vacíos que había en el borde—. No puedo creerme que no vayas a luchar. Katya no se atrevería a pisar la mansión si te quedaras. Tienes que luchar, Mystery. No puedes dejarme solo en la casa.

—No —dijo Mystery—. Siento demasiada ira, demasiado resentimiento. Tanto que prefiero irme. Así no tendré que verlos nunca más.

Le dio un pequeño sorbo a su bebida.

—¿Qué estás bebiendo? —le pregunté.

—Es un destornillador. Creo que estoy un poco borracho. ¿Sabes que nunca he estado borracho? Nunca quise emborracharme mientras mi padre estuvo vivo. Pero, ahora que ya no lo está, no veo ninguna razón para no probarlo.

—No creo que sea el mejor momento para empezar a beber, tío. Ya estás suficientemente deprimido, y el alcohol sólo va a hacer que te sientas peor.

—Está bueno.

Como de costumbre, yo desperdiciaba saliva con Mystery, que dio otro pequeño sorbo, esta vez con una pequeña floritura del brazo, como si quisiera añadirle glamour al gesto.

—Así que Isabel vino a buscarte anoche —dijo.

—Sí. Y fui muy claro con ella respecto a Lisa.

Mystery se inclinó hacia adelante, removiendo la espuma del agua con la base de la copa.

—No entiendo qué pierdes por darte un revolcón de vez en cuando con Isabel.

Es una pena desperdiciar un cuerpo como el de esa chica.

—No, esta vez quiero hacerlo bien. No quiero acostarme al lado de Lisa sintiéndome culpable por algo que no puedo decirle. Eso rompería la confianza que compartimos.

Me incliné sobre el borde del jacuzzi y metí la mano en la piscina. El agua estaba casi tan caliente como la del primero. Alguien se había vuelto a dejar el sistema de calefacción encendido. La factura del gas iba a ser astronómica.

—¿Te han contado alguna vez la historia de la rana y el escorpión? —me preguntó Mystery.

—No —respondí yo. Después salté a la piscina y permanecí flotando boca arriba mientras Mystery se apoyaba sobre el borde del jacuzzi para contarme aquella fábula.

—Un día, un escorpión que estaba en la orilla de un río le pidió a una rana que lo llevara hasta la otra orilla. «¿Y cómo se que no me clavarás tu aguijón?», le preguntó la rana. «Porque, si lo hiciera, me ahogaría», respondió el escorpión.

—La rana pensó en lo que había dicho el escorpión y se dio cuenta de que tenía razón. Así que dejó que el escorpión se subiera en su espalda y empezó a cruzar el río. Pero cuando estaban en medio de la corriente, el escorpión le clavó el aguijón en la espalda. Mientras los dos se ahogaban, la rana le preguntó: «¿Porqué?».

—Y el escorpión contestó: «Porque es mi naturaleza».

Con expresión triunfante, Mystery le dio un nuevo sorbo a su copa. Después me miró fijamente, mientras yo flotaba en la piscina, y me habló lenta y deliberadamente, como el Mystery al que había conocido durante mi primer taller; aquel que me había dicho que me deshiciera de la aburrida piel de Neil Strauss.

—Es tu naturaleza —me dijo—. Ahora eres un maestro de la seducción. Eres Style. Has probado la fruta del conocimiento y ya nunca serás como antes.

—¿No te parece que esas palabras resultan algo cínicas teniendo en cuenta que vienen de alguien que habla de casarse y de tener hijos con una chica a la que casi no conoce? —repuse. Después di un par de brazadas, nadando de espalda.

—Somos polígamos por naturaleza —añadió él—. Por eso somos infieles. Y si eso es una amenaza para nuestras relaciones, pues que así sea. —Se acabó el destornillador de un sorbo y se llevó las manos a las sienes, como si estuviera luchando contra el mareo—. Nunca subestimes el poder de negar una acusación.

—No —repuse yo sin mirarlo—. Esta vez no me vas a convencer.

Salí del agua, me cubrí los hombros con una toalla y entré en el salón. Xaneus, Playboy y Tyler Durden estaban en un sofá. Al verme se levantaron y, sin decir una sola palabra, sin tan siquiera mirarme, volvieron a la habitación de Papa. Desde luego, no era un comportamiento habitual; aunque, después de todo ese tiempo en Proyecto Hollywood, ya nada me sorprendía.

Subí a mi habitación, me duché y hojeé un ejemplar de la leyenda medieval de Parsifal que había comprado hacía un par de días. Las personas a menudo leemos libros buscando voces que nos den la razón. Y, en ese momento, la naturaleza de Parsifal me resultaba mucho más atractiva que la del escorpión.

Tal como yo interpretaba la leyenda, se trataba de la historia de un niño sobreprotegido que conoce a unos caballeros y decide que quiere ser como ellos. Así que sale al mundo en busca de aventuras y pasa de ser un necio a ser un caballero legendario. Por aquel entonces, el país se había convertido en un erial, pues el rey del grial había sido herido. Al llegar al castillo del grial, Parsifal descubre que el rey sufre unos terribles dolores. Como el ser humano compasivo que es, querría preguntarle: «¿Qué ocurre?». Y, según la leyenda, si alguien de corazón puro le hace esa pregunta al rey, éste sanará y la abundancia volverá a las tierras del reino. Sin embargo, Parsifal no lo sabe y, como caballero que es, ha sido entrenado según un estricto código de honor que, entre otras cosas, le impide hacer una pregunta o decir siquiera nada a no ser que se dirijan a él primero. Así que se va a descansar sin decirle nada al rey. Al despertar por la mañana, descubre que el castillo ha desaparecido. Al seguir sus enseñanzas, en vez de obedecer a su corazón, ha desperdiciado la oportunidad de salvar tanto el reino como al rey. Al contrario que el escorpión, Parsifal tuvo la posibilidad de elegir. Sencillamente tomó la decisión equivocada.

Al ir a la cocina a por algo de beber, vi a Mystery sentado delante de la televisión del salón. Tenía otro cóctel en la mano y estaba viendo el DVD de Karate Kid.

—Yo nunca tuve un señor Miyagi —se lamentó entre sollozos. Estaba borracho—. Mi padre nunca me enseñó nada. —Se secó las lágrimas con una mano—. Yo sólo quería tener a un señor Miyagi.

Supongo que todos buscamos a alguien que nos enseñe los trucos que nos permitirán triunfar en la vida: el código de honor de los caballeros o el comportamiento de los machos alfa. Pero una secuencia de movimientos y un código de comportamiento no pueden arreglar lo que está roto dentro de cada uno. Lo único que podemos hacer es aceptarlo.

El método
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