CAPÍTULO 6

La noche siguiente, Katya volvió a casa a las dos de la madrugada. Había salido con Herbal y con la mujer de Nueva Orleans con la que se acostaba de vez en cuando. Mystery abrió la puerta de su dormitorio, se sentó en el suelo sobre un cojín y los observó mientras ellos tomaban una copa en el salón. Estaba esforzándose por no perder el control.

La mujer de Nueva Orleans debía de medir casi un metro noventa y tenía un abdomen de gimnasio, una larga melena de pelo castaño que le llegaba prácticamente hasta un escultural culo, unos pechos recién operados y una nariz demasiado grande que, sin duda, sería lo próximo que sometería al bisturí del cirujano plástico. Al ver cómo Katya se acercaba a ella y empezaban a besarse, el rostro de Mystery se contrajo. Si tan sólo hubiera mantenido a Katya a su lado unos días más, ahora estaría a punto de disfrutar del trío que tanto tiempo llevaba eludiéndole. Pero, en vez de eso, estaba sentado en un cojín, contemplando cómo Katya reía con otra mujer, cómo se quitaban la ropa para darse un baño en el jacuzzi, observando la sonrisa de satisfacción de Herbal al ir detrás de ellas.

Katya le había ofrecido a Mystery su amor y él lo había rechazado. Ahora estaba pagando el precio. Lo hiciera intencionadamente o no, Katya le estaba restregando su bisexualidad, su juventud y su felicidad en las narices.

Al día siguiente, Mystery estaba peor que nunca. Cuando no estaba llorando, tirado en algún sofá, estaba patrullando por la mansión, intentando que Katya y Herbal pasaran juntos el menor tiempo posible. Cuando no los encontraba, llamaba a Katya al móvil. Y daba igual que ella contestara o no; el resultado era siempre el mismo: Mystery perdía los nervios y destrozaba todo lo que encontraba en su camino. Tiró varias estanterías al suelo; destrozó sus almohadas, cubriendo su cuarto de plumón; estrelló su móvil contra la pared, rompiendo el aparato y dejando una profunda marca negra en la escayola.

—¿Dónde está Katya? —le preguntó a Playboy.

—Se ha ido de compras a Melrose.

—¿Dónde está Herbal?

—Está… Bueno, también ha ido a Melrose.

Y, entonces, el corazón de Mystery se contraía y su escaso ánimo se venía abajo y sus ojos se inundaban de lágrimas y sus piernas cedían bajo su peso mientras buscaba alguna extravagante explicación evolutiva para lo que le ocurría.

—Es el egoísmo de mis genes —decía—. Mis bebés potenciales me están castigando por haberlos abandonado.

Cuando Herbal volvió de Melrose con Katya, intenté avisarlo.

—Katya te está usando para devolverle a Mystery todo el daño que le ha hecho —le advertí.

—Te equivocas —me dijo él—. Katya y yo nos queremos de verdad.

—Vale —le dije yo—. Si es así, ¿podrías hacerme un favor? Intenta no salir con ella hasta que Mystery se recupere. Voy a pedirle a Katya que se vaya unos días.

—Está bien —dijo Herbal con resignación—. Pero no va a ser fácil.

Esa noche llevé a Katya y a su hermano al cine. El plan A consistía en alejar a Katya de Proyecto Hollywood para que el estado emocional de Mystery no siguiera empeorando. El plan B era acostarme con ella para que Herbal se diera cuenta de que lo que compartía con Katya era cualquier cosa menos amor.

Afortunadamente, el plan A funcionó.

—Estás matando a Mystery —le dije a Katya mientras volvíamos a la mansión—. Tienes que irte unos días. No quiero que vuelvas hasta que yo te lo diga.

Ya no se trata de vuestros problemas sentimentales. Mystery tiene serios problemas psicológicos y vuestra ruptura ha desencadenado un proceso que no sé cómo puede acabar.

—Está bien —dijo ella mirándome como una niña a la que acaban de regañar.

—Y quiero que me prometas que no vas a volver a acostarte con Herbal. Estás haciendo daño a uno de mis compañeros y estás a punto de romperle el corazón a otro. No puedo permitir que sigas haciéndolo.

—Vale —me dijo ella.

—El juego se ha acabado, Katya.

—Vale. Lo entiendo.

—¿Me lo prometes?

—Te lo prometo.

Debería haber hecho que me lo jurara.

El juego de la seducción resultaba fácil comparado con aquello. Aunque las personas no fuésemos más que programas diseñados por la evolución, como sostenía Mystery, la complejidad de esos programas era tal que ninguno de nosotros éramos capaces de entenderlos. Todo lo que habíamos conseguido descifrar eran un par de sencillas relaciones de causa y efecto: si reduces la autoestima de una mujer, ella buscará tu validación, y si pones celosa a una mujer, ella se sentirá más atraída hacia ti. Pero, más allá de la simple atracción y el deseo, existían sentimientos más profundos que pocos de nosotros conocíamos y que ninguno controlábamos. Y esos sentimientos —para los que el corazón y la palabra «amor» no son más que meras metáforas— estaban destruyendo Proyecto Hollywood.

Y así fue cómo Mystery ahuyentó a los demás inquilinos de la mansión y después empezó a amenazar con suicidarse y Katya me dio un Xanax para tranquilizarlo y yo lo llevé al centro de salud mental de Hollywood y él intentó escaparse dos veces y también intentó sargear con la psiquiatra; aunque no lo consiguió.

Seis horas después, Mystery salió del centro de salud mental con un sobre lleno de Seroquels en una mano y un nuevo Xanax en el cuerpo. Yo nunca había oído hablar del Seroquel, así que, al llegar a casa, leí el prospecto.

«Seroquel está indicado para el tratamiento de la esquizofrenia», decía.

Mystery me lo arrancó de las manos y lo leyó.

—Sólo son pastillas para dormir —me dijo—. Sólo son pastillas para dormir.

—Claro —asentí yo—. Sólo son pastillas para dormir.

El método
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