CAPÍTULO 13

Así que volvimos a casa de Caroline, con su madre, su hermano, su hermana, su hijo y sus películas de Britney Spears.

Yo empezaba a darme cuenta de que me estaba convirtiendo en una carga para Caroline, además de ser una distracción que la alejaba de su hijo. Y Caroline se daba cuenta de que yo empezaba a aburrirme de ella. Lo que me molestaba no era su continua preocupación por su hijo, sino su absoluta falta de iniciativa. Los días y las noches que había estado prisionero en su casa empezaban a pasar factura; no estaba dispuesto a desperdiciar mi vida sin hacer nada.

Uno de los principios básicos del sargeo es que una chica puede desenamorarse de ti tan fácilmente como se enamora. Es algo que ocurre todas las noches. La misma chica que te roza con las tetas y se enrolla contigo en el baño de una discoteca te dejará un minuto después para arrojarse en los brazos de otro que tenga más que ofrecerle. Así son las cosas. Ésas son las reglas en el campo del sargeo.

Una vez, durante un taller en San Francisco, me había acostado con una abogada que se llamaba Anne. En la mesilla de noche tenía un pequeño libro de un tal Joel Kramer. Incapaz de dormir, estuve hojeándolo un rato. Describía a la perfección lo que nos ocurría a Caroline y a mí. Tenemos la extraña idea de que el amor es algo que debe durar eternamente, pero el amor no funciona así. El amor es una energía libre que viene y va a su antojo. A veces perdura durante toda una vida, otras sólo nos acompaña durante unos segundos, un día, un mes o un año. No podemos tenerle miedo al amor sencillamente porque nos haga vulnerables, y tampoco podemos sorprendernos cuando nos abandona. Lo único que podemos hacer es agradecer el hecho de haber podido experimentarlo.

Las ideas de Kramer me resonaban en la cabeza mientras pasaba otra noche en la cama de Caroline. Aquella noche, en San Francisco, memoricé algunas frases del libro de Kramer para usarlas como técnica en algún sargeo, pero nunca pensé que fuese algo que pudiese afectar a mi propia vida; se suponía que el amor era algo que buscaban las mujeres, no los hombres.

Pasé el día siguiente cambiando reservas de avión y planes de viaje. Conservé el vuelo a Europa oriental, pero, en vez de acompañar a Mystery mientras éste iba a la caza de mujeres bisexuales a las que convertir en sus esclavas, decidí reunirme con un grupo de MDLS con base en Croacia. Llevaba intercambiando e-mails con uno de ellos, un chico que se llamaba Badboy[1], desde que me había incorporado a la Comunidad.

Una de las razones por las que me había hecho escritor era que, al contrario de lo que ocurre cuando quieres formar un grupo de música, dirigir una película o participar en una producción teatral, para escribir no necesitas a nadie más que a ti mismo. Escribiendo, tanto el éxito como el fracaso dependen únicamente de ti. Nunca me han gustado las colaboraciones, pues la mayoría de las personas no acaban lo que empiezan, no cumplen sus sueños, incluso sabotean su propio progreso por temor a no encontrar lo que buscan. Yo había idealizado a Mystery. Había querido convertirme en él. Pero, al igual que ocurría con la mayoría de la gente, Mystery era el peor enemigo de sí mismo.

Por la tarde, al entrar en Internet, había un nuevo mensaje de Mystery. Se titulaba: «Mi último mensaje».

No volveré a participar en los foros de seducción. Quiero daros las gracias por los buenos momentos que hemos compartido y desearos buena suerte en el futuro.

Vuestro amigo,

Mystery

Fui a la página web de Mystery, pero ya no existía. Resulta sorprendente lo rápido que pueden echarse por tierra tantos aflos de trabajo.

Una hora después, me llamaron al móvil. Era Papa.

—Estoy asustado —me dijo.

—Y yo —le respondí—. No sé si es una manera de llamar la atención o si realmente Mystery va a dejar la Comunidad.

—Entiendo perfectamente cómo se siente Mystery —dijo Papa con voz distante—. Mi vida es un desastre. Lo único que hago es sargear. No he abierto un libro desde que ha empezado el trimestre, y si no apruebo me van a echar de la universidad.

Y el caso de Papa no era ni mucho menos una excepción. Había algo en la Comunidad que devoraba las vidas de quienes entrábamos a formar parte de ella. Sobre todo ahora. Antes, hasta que Mystery empezó con los talleres, sólo era una adicción a Internet. Ahora todo el mundo volaba de un extremo a otro del país para conocerse y salir juntos a sargear. No era sólo un estilo de vida; era una enfermedad. Cuanto más tiempo le dedicabas, mejor sargeabas. Y cuanto mejor sargeabas más adicto te hacías. Tipos que antes ni siquiera habían entrado en una discoteca ahora salían de ellas con los bolsillos llenos de números de teléfono y una chica del brazo. Y, para colmo, después tenían la oportunidad de contarle sus hazañas por Internet al resto de la Comunidad. Algunos MDLS incluso habían dejado el trabajo o los estudios para dedicarse a tiempo completo a mejorar sus habilidades. Así de poderosa era la atracción del éxito con las mujeres.

—Una de las cosas que más atrae a las mujeres es el éxito —le dije a Papa—. Imagínate lo fácil que sería tener a todas las mujeres que quisieras si fueses un abogado conocido por representar a estrellas del espectáculo. O sea, que estudiar derecho también es una manera de aumentar tus posibilidades con las mujeres.

—Tienes razón —admitió él—. Debo ordenar mis prioridades. Me encanta la Comunidad, pero sargear se ha convertido en una droga para mí.

La depresión de Mystery no sólo lo estaba afectando a él, sino también a todos aquellos chicos que lo veían como un modelo a seguir. Algunos, como Papa, seguían idolatrándolo, incluso en su espiral descendente.

—Todo el mundo que se involucra a fondo en la Comunidad acaba deprimido —declaró Papa—. Primero Ross Jeffries y ahora Mystery. Yo quisiera seguir sargeando, pero sin renunciar al resto de mi vida.

El problema era que esa decisión había llegado demasiado tarde, pues Papa ya se había apuntado a los próximos seminarios de David X y David DeAngelo. —Ayer me llamó mi padre —continuó diciendo Papa—. Está preocupado. Hace seis meses que no hago más que sargear. No sólo he dejado de lado mis estudios, sino también a mi familia.

Sargear no debería ser más que un hobby; tienes que aprender a darle a cada cosa la importancia que merece.

Era un buen consejo, un consejo que yo mismo debería haber seguido.

Al colgar con Papa, llamé a Mystery. Me dijo que quería regalarme su moto. También tenía pensado regalarle el ordenador a Patricia y darle los trucos de ilusionismo que había ideado para su espectáculo a un mago de Toronto.

—No puedes deshacerte de tus trucos; has trabajado mucho en ellos, y puede que en el futuro quieras volver a usarlos.

—Eso no son más que fantasías. La verdad es que lo único para lo que valgo es para seducir a la gente. Nunca he querido engañar a nadie, pero eso es exactamente lo que he estado haciendo. Y me voy a asegurar de que no vuelva a ocurrir.

No hacía falta haber estudiado psicología para reconocer las señales; si no les hacía caso, puede que algún día me arrepintiera. No podía darme la vuelta y dejar que mi mentor se tirase por un precipicio; aunque hubiera sido él mismo quien había creado ese precipicio. Una vez conocí a una chica cuyo novio siempre estaba amenazando con suicidarse. Un día, ella no escuchó sus gritos de ayuda. Él se pegó un tiro en la cabeza una hora después.

Como bien había dicho Mystery en el mensaje que había escrito desde la casa de Caroline, la Comunidad nos ofrecía una valiosa red de apoyo. El Salón de Mystery unía a cirujanos, estudiantes, guardaespaldas, directores de cine, deportistas, programadores informáticos, porteros, inversores de Bolsa y psiquiatras. Así que llamé a Doc[2].

Doc había descubierto la Comunidad cuando Mystery se apuntó, por aburrimiento, al seminario sobre citas que Doc daba en el Learning Annex de Los Ángeles. Mystery escuchó con paciencia mientras Doc compartía técnicas y daba consejos que eran material de TTF, en comparación con lo que hacíamos en la Comunidad. Al acabar fue a hablar con Doc, que tuvo que reconocer que no era precisamente lo que se dice un seductor. Así que Mystery lo sacó a sargear, le enseñó un par de técnicas y le dio la clave de acceso al Salón de Mystery. Ahora Doc era una máquina de sargear con su propio harén. Doc debía su apodo al hecho de ser doctor en psicología, así que lo llamé para pedirle consejo.

Él me sugirió que le hiciera las siguientes preguntas a Mystery y me dijo que era importante que se las hiciera exactamente en este orden:

  • ¿Estás tan deprimido que renunciarías a todo?
  • ¿Piensas mucho en la muerte últimamente?
  • ¿Has pensado en hacerte daño o en hacer algo destructivo?
  • ¿Has pensado en suicidarte?
  • ¿Cómo lo harías?
  • ¿Qué te impide hacerlo?
  • ¿Podrías suicidarte durante las próximas veinticuatro horas?

Escribí las preguntas en una hoja de papel, la doblé varias veces y me la metí en el bolsillo del pantalón. Era mi chuleta, parte de mi patrón para persuadir a Mystery.

El método
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