CAPÍTULO 1
Era el día de la limonada en Proyecto Hollywood. Al menos eso era lo que había decidido Courtney Love. Mystery se estaba recuperando, Katya había ido a pasar seis semanas a Nueva Orleans y la mansión estaba llena de buenas vibraciones.
Con un cigarrillo en la comisura de los labios y su camiseta de Betsey Johnson manchada de ceniza, Courtney sacó una gigantesca ensaladera de uno de los armarios de la cocina. Abrió la nevera y sacó dos bricks de dos litros de limonada y uno de un litro de zumo de naranja. Los vertió en la ensaladera y, al llenarse ésta, sirvió el resto en varias cacerolas. Después cogió un puñado de cubitos de hielo del congelador y los dejó caer en el zumo. Finalmente introdujo los dedos negros en el líquido y lo removió. La limonada salpicó el suelo mientras la ceniza del cigarrillo de Courtney caía en la ensaladera.
Apagó el cigarrillo sobre los azulejos amarillos de la encimera y miró nerviosamente a su alrededor. Abrió los armarios hasta encontrar los vasos y sacó cuatro metiendo un dedo en cada uno de ellos. Uno a uno, fue introduciéndolos en la ensaladera, hasta llenarlos de limonada. Después cogió el resto de los vasos, todas las tazas de café que quedaban limpias, e incluso una jarra de medidas y los llenó de limonada.
Mystery estaba sentado, con las piernas cruzadas, en un sofá del salón. Estaba dirigiendo su primer seminario desde que, tres semanas atrás, había visitado el centro de salud mental. Llevaba puesta una camiseta y un peto vaquero y estaba descalzo. Hacía varios días que no se afeitaba y los párpados se le entrecerraban. Tomaba sus Seroquels con regularidad, siguiendo una terapia de sueño para salir de la depresión. Cada vez se encontraba mejor.
—Las relaciones pasan por tres fases —les decía a sus alumnos sin salir de su letargo—. El principio, la fase intermedia y la fase final. Y, no os voy a engañar, ahora mismo, yo estoy en la fase final. He llorado tres veces en la última semana.
Sus seis alumnos se miraron con incomodidad unos a otros sin saber qué pensar. Estaban allí para aprender a ligar. Pero, para Mystery, ése no era un seminario cualquiera; más bien era una sesión de terapia. Hacía dos horas que hablaba sin parar de Katya.
—Esto es lo que os espera. Y puede ser difícil —continuó diciendo—. Aun así, con mi próxima chica también organizaré un matrimonio falso. Esta vez, el error fue dejar que Katya y su madre supieran que realmente no estábamos casados. La próxima vez celebraremos una boda en el jardín de la mansión. Contrataré a un actor para que nos case y todo el mundo, menos ella y sus padres, sabrá que no es una boda de verdad.
Uno de los alumnos, un hombre apuesto de unos treinta años con el pelo cortado al uno y una mandíbula con la consistencia de un bloque de cemento, levantó la mano.
—Pero ¿no acabas de decirnos que tu falso matrimonio fue un desastre?
—Sí, pero eso es porque todavía no había perfeccionado la técnica —dijo Mystery—. La próxima vez todo será distinto.
Cada vez que Mystery se recuperaba de una de sus depresiones, su personalidad parecía sufrir algunos reajustes. Esta vez, la ira parecía acechar en su interior, conviviendo con un resentimiento hacia las mujeres que era nuevo en él.
De repente, Courtney salió de la cocina.
—¿Quién quiere limonada?
Los alumnos la miraron boquiabiertos.
—Tomad —dijo ella al tiempo que le daba un vaso a Mystery y otro a Cementjaw[1]—. ¿Qué haces tú en un taller de seducción? —le preguntó—. No creo que tengas ningún problema para conseguir chicas. Eres una monada.
—Soy profesor de defensa personal —respondió él—. Mystery me ha invitado a venir a uno de sus talleres. A cambio, yo le doy clases de krav magá.
Courtney salió disparada en dirección a la cocina y volvió a salir con otros dos vasos de limonada, y luego con otros dos y otros dos más, hasta que en el salón hubo más vasos de limonada que personas.
—Creo que no necesitamos más limonada —le dijo Mystery cuando Courtney volvió a aparecer con una taza de café en cada mano.
—¿Dónde está Herbal? —preguntó ella.
—Creo que se está duchando.
Courtney fue al cuarto de baño y le dio una patada a la puerta.
—¡Herbal! ¿Estás ahí?
Courtney le dio otra patada a la puerta; esta vez más fuerte.
—¡Estoy en la ducha! —gritó él.
—Es importante. Voy a entrar.
Courtney abrió la puerta, entró corriendo y abrió la cortina de la ducha.
—¿Qué pasa? —le preguntó Herbal con preocupación. Tenía el pelo lleno de espuma—. ¿Se está quemando la casa?
—Te he preparado un poco de limonada —le dijo Courtney al tiempo que le ponía una taza de café llena de limonada en cada mano, y luego salió corriendo.
Herbal se quedó allí quieto, sin decir nada. Desde que, por el bien de Mystery, había accedido a dejar de ver a Katya, Herbal se paseaba en silencio por la mansión, como si fuese una nube triste. Aunque era demasiado orgulloso como para reconocerlo, tenía el corazón roto; la quería.
Mientras Mystery les daba a sus alumnos un descanso para comer, Courtney fue prácticamente a la carrera a la habitación de Papa y abrió la puerta sin llamar. Dentro, Papa, Sickboy, Tyler Durden, Playboy, Xaneus y los mini Papas estaban ocupados trabajando; cada uno delante de su propio ordenador. Extramask estaba tumbado en la cama deshecha de Papa, leyendo el Bhagavad Gita. El aburrimiento lo había empujado a hojear los libros de religiones orientales de Playboy, adentrándolo en una inesperada senda de autoconocimiento espiritual.
—Courtney —le preguntó Tyler Durden mientras ella distribuía las limonadas—, ¿podrías conseguir que incluyeran nuestros nombres en la lista de invitados de Joseph’s del próximo lunes?
Courtney cogió el teléfono, se metió en el cuarto de baño con Tyler y marcó el número de Brent Bolthouse, el patrocinador que organizaba las fiestas de los lunes en Joseph’s, que eran ramosas por el carácter restringido de su lista de invitados y por la cantidad de candidatos a gente guapa que iban a ellas.
—Brent —dijo Courtney—. Mi amigo, Tyler Durden, es un maestro de la seducción profesional.
Tyler levantó las manos y las movió frenéticamente, en un intento inútil por evitar que Courtney traicionara su condición de MDLS.
—Se gana la vida ligándose a tías. Es una pasada.
Tyler se llevó las manos a la cabeza.
—¿Puedes incluirlo en la lista de invitados?
Courtney cogió una tira de seis condones del borde del lavabo y se la puso alrededor de la muñeca, como si fuera una pulsera. Después empezó a pasear de un lado a otro del cuarto de baño y abrió las puertas de los vestidores que había a cada lado del retrete; los infames cuartos de huéspedes de Papa.
—Déjame que te haga una pregunta —dijo al tiempo que salía del vestidor de Tyler Durden, en el que tan sólo había una maleta, un montón de ropa sucia y un colchón—. ¿A ti te gustan de verdad las mujeres?
Al otro lado de la ventana del cuarto de baño podía verse a Cementjaw arrastrando un saco de boxeo por el suelo de ladrillo del patio.
—Cuando me uní a la Comunidad no era nada misógino —le contestó Tyler—. Pero después de acostarme con tantas chicas con novio, la verdad es que he empezado a desconfiar de las mujeres.
Uno de los efectos secundarios del sargeo es que puede empeorar la opinión que uno tiene del sexo opuesto. Ves demasiada traición, demasiada mentira, demasiada infidelidad. En el campo del sargeo descubres que, por lo general, resulta más fácil acostarse con una mujer que lleva más de tres años casada que con una mujer soltera. Descubres que, si una mujer tiene novio, hay más probabilidades de que folle contigo esa misma noche que de que te devuelva la llamada de teléfono al día siguiente. Con el tiempo descubres que las mujeres están tan locas como los hombres; sencillamente lo disimulan mejor.
—Al principio, cuando empecé a sargear, las chicas me hicieron mucho daño —continuó diciendo Tyler—. Conocía a una chica fantástica, a una chica que me gustaba de verdad, y nos pasábamos toda la noche hablando. Ella me decía que me quería y que había tenido mucha suerte al conocerme. Pero, luego, a la hora de la verdad, bastaba con que yo fallara un test de eliminación para que me dejara tirado. Todo lo que habíamos construido no tenía ningún valor para ella. Y eso hizo que yo me endureciera.
Hay hombres que odian a las mujeres, hombres que no respetan a las mujeres, que las llaman putas y zorras. Pero no MDLS. Los MDLS no odian a las mujeres; las temen. Al convertirse en un MDLS —un título que sólo pueden conceder las mujeres—, un hombre acepta que, a partir de ese momento, su autoestima y su identidad dependerán enteramente de la atención del sexo opuesto, al igual que la de un actor cómico depende de la risa del público. De ahí que, como mecanismo de defensa, algunos MDLS desarrollen ciertas tendencias misóginas.
Sargear podía ser peligroso para el alma.
Fuera del baño, Cementjaw sujetaba el saco de boxeo mientras Mystery lo golpeaba con puñetazos sin fuerza.
—¡Más fuerte! —le gritaba Cementjaw—. ¡Quiero ver más agresividad!