CAPÍTULO 1

Era la primera persona que no me había decepcionado desde que formaba parte de la Comunidad.

Se llamaba Tom Cruise.

—Lo vamos a pasar en grande —me dio la bienvenida con una gran sonrisa en la escuela de caballitos. Después me felicitó por mi espíritu aventurero y me clavó amistosamente el codo en el pecho. Era exactamente el tipo de gesto de MAG que había descrito Tyler Durden.

Llevaba unos pantalones y una chaqueta de motorista de cuero negro, y sujetaba un casco a juego debajo del brazo izquierdo. Debía de hacer dos días que no se afeitaba.

—Estoy practicando para saltar por encima de una caravana —me dijo señalando hacia la caravana que había junto al circuito—. Una mayor que ésa. No es difícil.

Entrecerró los ojos, visualizando la hazaña.

—Bueno —añadió—. Saltar es fácil. Lo complicado es aterrizar.

Levantó la mano derecha y me dio una palmada en la espalda.

Tom Cruise era el espécimen perfecto. Era ese MAG al que Tyler Durden y Mystery y todo el resto de la Comunidad habían estado intentando emular. Tenía una habilidad natural para convertirse en el individuo dominante, tanto física como mentalmente, en cualquier situación social y sin aparente esfuerzo. Y era la personificación de todas y cada una de las características que, según Mystery, definían a un macho alfa. Todo el mundo en la Comunidad había estudiado sus películas para imitar su lenguaje corporal y, al sargear, todos usábamos con asiduidad términos de su película Top gun. ¡Había tantas cosas que quería saber! Pero, antes, había algo que necesitaba saber.

—Pero, dime, ¿por qué pensaste en mí para este artículo?

—Me encantó lo que escribiste en el New York Times —me contestó él—. El reportaje sobre los tíos de las citas.

Así que era verdad.

Él guardó silencio durante unos instantes a la vez que entrecerraba los ojos, dando a entender que iba a decir algo importante. El ojo izquierdo se le cerraba un poco más que el derecho, lo que le confería una apariencia de intensa concentración.

—Dime la verdad. El tío ese sobre el que escribes en tu artículo, ¿de verdad dice que el personaje de Magnolia está basado en él? ¿De verdad dice eso?

Se refería a Ross Jeffries, quien sostenía que el personaje de Frank T. J. Mackey, en la película de Paul Thomas Anderson, Magnolia, estaba inspirado en él. Mackey era el personaje que interpretaba Tom Cruise: un arrogante profesor de seducción con una mala relación con su padre y auriculares en la cabeza que enseña a sus alumnos a «respetar sus pollas».

—No debería hacerlo —continuó diciendo Tom Cruise. Tragó una píldora de sales minerales y bebió de una botella de agua—. No es verdad. Lo digo en serio. Ese personaje lo inventó PTA. —PTA era Paul Thomas Anderson—. Ese tío no es Mackey. No lo es. —Parecía ser importante para él que quedase claro—. PTA y yo estuvimos cuatro meses creando el personaje. Y no nos inspiramos en ese tío[1].

Tom Cruise me dijo que me sentara en su Triumph de 1.000 centímetros cúbicos y me enseñó a encender el motor y a cambiar de marcha. Después, dio una vuelta al circuito a toda velocidad haciendo caballitos, mientras yo me estrellaba a menos de diez kilómetros por hora con su moto. Luego fuimos a su caravana. Las paredes estaban cubiertas con fotos de los niños que él y su ex mujer, Nicole Kidman, habían adoptado.

—Dime una cosa sobre ese Jeffries —insistió él—. ¿Se parece más a Mackey desde que salió la película?

—Es arrogante y megalómano como Mackey. Pero no es tan macho alfa como él.

—Te voy a decir algo —dijo Tom Cruise al tiempo que se sentaba junto a una mesa sobre la que había todo tipo de sandwiches y embutidos—. Cuando hice el monólogo de Mackey, nadie les había explicado a los extras de qué se trataba. Y los tíos se pusieron tan eufóricos al oírme que, al final del día, PTA y yo tuvimos que subir al escenario y decirles: «Mirad, tíos. Queremos que sepáis que lo que dice y hace este personaje no mola nada. No está bien».

Otra vez aquella charla. Primero Dustin; ahora Tom Cruise. No lo entendía. ¿Qué había de malo en aprender a conocer a más mujeres? Al fin y al cabo, para eso estamos aquí. Así es como sobrevive la especie. Todo lo que yo quería era hacerlo lo mejor posible, me esforzaba por mejorar, como intentaba hacerlo en las demás facetas de mi vida. ¿Quién dice que esté bien dar clases para aprender a conducir motos pero que no lo esté aprender a relacionarte con las mujeres? Lo único que había hecho yo era buscar a alguien que me enseñara a arrancar el motor y a ir cambiando de marcha. Ninguna mujer se había quejado. No engañaba a nadie ni le hacía daño a nadie. A ellas les gustaba ser seducidas. Todos queremos que nos seduzcan; eso hace que nos sintamos deseados.

—Sí, en serio. Los extras se tomaron en serio lo que decía el personaje de Mackey. Así que PTA y yo les dijimos: «Tíos, tranquilos».

«¿Lo ves? —me hubiera gustado decirle a Tom Cruise—. La seducción seduce». Pero no pude, porque, al acordarse de aquello, él se rió. Y la risa de Tom Cruise no es como la de una persona normal. Su risa llena toda la habitación. Al principio es normal. Y, al principio, tú también te ríes. Pero, entonces, cuando tú acabas de reír, la risa de Tom Cruise sólo está empezando. Y él te está mirando fijamente mientras se ríe: «Ja, ja, ja, ja, je, je». Y tú intentas volver a reír, porque sabes que eso es lo que se espera que hagas. Pero tu risa no suena natural. Tom Cruise consigue pronunciar alguna palabra entre risas y, entonces, acaba de reírse, tan repentinamente como empezó, y tú sientes un enorme alivio.

—Eso es fácil de decir para alguien como tú —le dije con el escaso aire que me quedaba tras la última risotada.

Pasamos una semana visitando varios edificios de la cienciología. No es ningún secreto que Tom Cruise pertenece a la iglesia de la cienciología, una religión, grupo de autoayuda, ONG, secta y filosofía fundada por el escritor de ciencia ficción L. Ron Hubbard en la década de los cincuenta. Pero, hasta ese momento, Tom Cruise nunca le había abierto las puertas de ese mundo a un periodista.

Cuanto más aprendía yo sobre L. Ron Hubbard, más evidente resultaba que tenía una personalidad similar a la de Mystery, la de Ross Jeffries y la de Tyler Durden. Todos eran inteligentísimos megalómanos capaces de sintetizar grandes cantidades de información y experiencia en filosofías que giraban en torno a su personalidad; filosofías que después vendían a personas que se sentían estafadas por la vida. Eran estudiosos obsesivos de los principios que guían el comportamiento humano, pero el carácter más o menos ético y la motivación que los empujaba los convertía en figuras controvertidas.

El último día que pasamos juntos, Tom Cruise me llevó al Centro de Celebridades de la Cienciología de Hollywood Boulevard. Lo primero que me enseñó fue una aula llena de estudiantes aprendiendo a usar e-metros, unos aparatos que miden la conductividad de la piel. Cuando algún curioso entra en una iglesia de la cienciología, se le conecta a un e-metro y se le hacen varias preguntas. Después, el entrevistador repasa los resultados con él y le explica por qué debe unirse a la iglesia de la cienciología para solucionar sus problemas.

Divididos en grupos de dos, los estudiantes recreaban las distintas posibilidades que pueden darse durante una de dichas entrevistas. Delante de ellos, tenían unos libros de gran tamaño. Cada palabra que pronuncia el entrevistador (o auditor, en términos de la cienciología) —cada respuesta a cada posible situación— estaba incluida en esos libros. No se dejaba nada al azar. No podía permitirse que ningún posible converso se le escurriera entre los dedos a la iglesia de la cienciología. Me di cuenta inmediatamente de que lo que estaban aprendiendo no era otra cosa que una forma de seducción. Sin una rígida estructura, sin unos patrones ensayados y sin las técnicas necesarias para superar los posibles escollos, nunca conseguirían suficientes nuevos adeptos.

Uno de los aspectos más frustrantes de sargear era tener que repetir las mismas frases una y otra vez. Yo estaba cansado de preguntarle a una chica tras otra si creía en los hechizos o si quería que le hiciera el test de las mejores amigas o si se había fijado en cómo se le movía la nariz cuando se reía. Lo que me hubiera gustado hacer era acercarme a un set y decir: «Queredme. Soy Style».

Pero, observando a los auditores, pensé que, después de todo, puede que las técnicas de seducción no fueran como las ruedecillas que se ponen en las bicicletas de los niños para que aprendan a montar, sino las propias bicis, la esencia de la seducción. Toda forma de demagogia depende de esas técnicas. La religión es seducción. La política es seducción. La vida es seducción.

Todos los días repetimos las mismas técnicas para agradarle a la gente o para hacer reír a alguien o para conseguir sobrevivir a otro día sin decirle a nadie lo que pensamos realmente de la vida.

Tras la visita, comimos en el restaurante del Centro de Celebridades. Recién afeitado y vestido con una camiseta de color verde oscuro que se ajustaba a su cuerpo como un guante, Tom Cruise era la viva imagen de la salud. Mientras se comía un saludable filete, me habló de sus valores. Creía en aprender nuevas cosas, en hacer bien su trabajo y en no competir con nadie más que consigo mismo. Era una persona centrada, con las ideas claras y una gran fuerza de voluntad. Cualquier decisión que hubiera que tomar, cualquier problema que hubiera que resolver se abordaba en un diálogo de Tom Cruise consigo mismo.

—No suelo pedir consejos —me dijo—. Soy del tipo de personas que analizan las cosas, y una vez que he tomado una decisión no tengo por qué consultarla con nadie. No soy de los que dicen: «Oye, ¿qué te parece esto?». Yo tomo personalmente todas las decisiones que tienen que ver con mi carrera o con mi vida.

Cruise se inclinó hacia adelante, con los codos apoyados en el regazo, bajando la cabeza prácticamente hasta la altura de la mesa. Mientras hablaba, se expresaba con gestos tan sutiles como una ligera subida o bajada de los párpados. Tom Cruise había nacido para vender: películas, a sí mismo, la cienciología, a mí… Cada vez que yo me criticaba a mí mismo o buscaba algún tipo de excusa para justificar mi comportamiento, él se lanzaba a mi yugular.

—Lo siento —le dije en un momento dado mientras hablábamos de un artículo que había escrito—. No quiero sonar como un escritor.

—¿Por qué pides perdón? ¿Por qué es malo sonar como un escritor? ¿Qué tiene de malo ser escritor? Los escritores son personas con talento que escriben sobre cosas que a los demás nos interesan. —Hizo una pausa antes de continuar en tono irónico—. No, desde luego, no debe de ser agradable que te confundan con una persona creativa que sabe cómo expresarse.

Cruise tenía razón. Yo creía que había acabado con los gurús, pero, al parecer, necesitaba uno más; Tom Cruise me estaba enseñando más sobre mi actitud interior de lo que me habían enseñado mi padre, Mystery, Ross Jeffries o Steve P. juntos.

Se levantó y golpeó la mesa con el puño; el gesto de un auténtico MAG.

—Sé escritor, tío. Lo digo en serio. Escribir es algo que vale la pena.

De acuerdo. Si Cruise lo decía, no había más que hablar.

Mientras charlábamos me di cuenta de que, de todas las personas a las que había conocido a lo largo de mi vida, nadie tenía la cabeza más en su sitio que Tom Cruise. Y ése era un pensamiento inquietante, pues prácticamente todas sus ideas podían encontrarse en alguno de los numerosos libros escritos por L. Ron Hubbard.

Lo descubrí cuando Cruise le pidió a su enlace personal que le trajera un pesado libro rojo y lo abrió por el código de honor de la cienciología: sé un buen ejemplo para los demás; cumple con tus obligaciones; nunca necesites alabanzas, aprobación o simpatía; no renuncies a tu propia realidad.

Cuando Cruise me dijo que me mandaría una invitación para la gala anual del centro, empecé a pensar que todo aquello no tenía nada que ver con el artículo para la revista Rolling Stone; de lo que se trataba realmente era de conseguir un nuevo converso para la cienciología. Pero, si ése era realmente el caso, Cruise se había confundido de persona. Como mucho, me estaba dando acceso a unos conocimientos de los que podría aprender algo, como también podría aprenderlo de los escritos de Joseph Campbell o de las enseñanzas de Buda o de las letras del rapero Jay-Z.

Al acabar de comer, Cruise me llevó a conocer a su madre, que también estudiaba en el edificio.

—Quiero hacerte una última pregunta sobre tu artículo del New York Times —me dijo mientras andábamos—. En él, hablas de intentar controlar a la gente y de manipular situaciones. Me imagino la cantidad de tiempo y de esfuerzo que le dedicarán los chicos a eso. ¿Te das cuenta de lo que podrían conseguir si dedicaran toda esa energía a algo más constructivo?

Finalmente, la entrevista se acabó y yo publiqué el artículo. Tom Cruise y yo volveríamos a vernos, aunque para entonces yo sería una persona completamente diferente; eso sí, él seguiría siendo exactamente el mismo. Tom Cruise nunca cambiaría. Tom Cruise era un MAG. Y, como tal, me había MAGeado; pero no me había convertido.

Él tenía su iglesia y yo tenía la mía.

El método
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