CAPÍTULO 5

Mystery se arrastraba en bata por la mansión, hablándole a cualquiera que quisiera escucharlo del antiguo alumno que le estaba robando el negocio y de la puta que le había arruinado la vida. Cualquier sugerencia acerca de avisar a un terapeuta era rechazada con una larga explicación sobre la justificación evolutiva de sus emociones y sus acciones. La ventana de vulnerabilidad y honestidad que había abierto durante la reunión volvía a estar cerrada. Su marco se había reafirmado: su mente había reconstruido los tortuosos muros que separaban la razón de la realidad.

Aunque él no parecía estar enfadado conmigo, yo me sentía culpable. Al fin y al cabo, había sido yo quien había sugerido el acuerdo por el que iba a abandonar la mansión.

Para empeorar las cosas, Katya estaba hurgando en la herida. Había notificado al dueño de su apartamento que se iría dentro de sesenta días, y tenía la intención de instalarse en la habitación de Herbal en cuanto volviésemos a admitirla en la casa. Entonces, su venganza sería completa.

Ese viernes acompañé a Mystery al aeropuerto a recoger a su hermana, a su madre y a sus sobrinas. Se subieron a la limusina y se sentaron alrededor de él, proporcionándole el amor que tan desesperadamente necesitaba.

Después fuimos a la terminal de United Airlines. Mystery tenía otra visita, Ania, que también venía a pasar una semana con él. Ania era la chica que había conocido en Chicago, la chica que, según decía, sería su futura esposa. Una de las especialidades de Mystery siempre habían sido lo que él llamaba mercenarias: camareras y strippers. Ania era la chica del ropero del Crobar de Chicago.

Aparcamos fuera de la terminal y esperamos.

—Estáis a punto de conocer a mi futura esposa —le anunció Mystery a su familia.

—Espero que no la espantes, como hiciste con la anterior —bromeó su madre.

Parecía haber aprendido que el secreto para sobrevivir a los problemas que su marido y sus hijos habían cargado sobre ella consistía en no tomarse nada ni a nadie demasiado en serio. La vida era una broma entre ella y Dios.

Reconocimos a Ania en el momento que se abrieron las puertas automáticas, mostrándonos a una mujer de escasa estatura con el pelo rubio de bote, un trasero desproporcionado para su cuerpo y un rostro que, al igual que los de Patricia y de Katya, no dejaba duda alguna sobre su origen eslavo.

Mystery le dio la bienvenida, cogió sus maletas y la trajo a la limusina. Al margen de un dócil «hola», Ania no dijo una sola palabra durante el trayecto hasta la mansión, sino que se limitó a escuchar en silencio a Mystery. Era perfecta para él. Puede que no fuera una juerguista, como Katya, pero Ania también tenía su propio equipaje, que llegó inesperadamente al día siguiente. Se llamaba Shaun.

Shaun apareció el sábado en la puerta de la mansión. Ania se había olvidado de decirle a Mystery que estaba prometida. Y, al parecer, tampoco le había dicho a su prometido que iba a viajar a Los Ángeles para que le presentaran a la familia de un maestro de la seducción que había conocido en el Crobar. Al parecer, Shaun había oído los mensajes de Mystery en el contestador de Ania y había decidido viajar a Los Ángeles a enfrentarse a su rival.

Mystery era consciente de lo irónico de la situación.

—Entiendo por lo que debe de estar pasando Shaun. Yo soy para él lo que Herbal es para mí. Lo que quiere es matarme y llevarse consigo a su prometida. —Mystery guardó silencio durante unos segundos, al tiempo que su cuerpo adoptaba lo que hubiera sido la pose de un macho alfa de haber tenido pectorales—. Voy a hablar con él —decidió finalmente.

Mientras él hablaba con su rival, yo esperé en el salón con su hermana y su madre. Nos sentamos en la tapicería —tan asquerosa a esas alturas que hasta las manchas estaban manchadas— que había servido de telón de fondo a las lágrimas, las chicas y las reuniones que habían consumido mi vida los últimos meses. Yo sentía la necesidad de escapar de aquella trampa que me había puesto a mí mismo; de aquella trampa que Mystery se ponía una y otra vez a sí mismo; de las trampas que todos nos ponemos una y otra vez a nosotros mismos; de esas trampas de las que nunca parecemos aprender.

—¿Os dais cuenta de que va a repetir los mismos errores con esta chica que con Patricia y con Katya? —les dije a la hermana y a la madre de Mystery.

—Sí —reconoció la madre—. Él cree que el problema son las chicas, pero se equivoca. Su problema es la falta de autoestima.

Tan sólo una madre podía reducir la razón de ser y la ambición de una persona a un problema básico de inseguridad.

—Lo que me preocupa son sus tendencias violentas —señalé—. Mystery empieza a ver la violencia como una solución a sus problemas y eso puede ser peligroso.

—La violencia nunca ha resuelto nada —dijo la madre—. No siempre hay que enfrentarse a todo de cara. A veces es mejor rodear los obstáculos.

—Ahora sé de dónde sacó Mystery su método.

Sin querer hacerlo, su madre acababa de resumir el Método de Mystery para seducir a las mujeres: el método indirecto.

Martina frunció el entrecejo y cambió de postura en su asiento.

—Las depresiones son cada vez peores —suspiró—. Antes nunca había sido violento.

—No sé —intervino su madre—. ¿Te acuerdas del día que se enfadó y, al dar un portazo, mató al hámster que tenía de mascota? Aunque nunca lo he vuelto a ver así. Ni siquiera cuando se murió el gato. «Es ley de vida», eso es todo lo que dijo.

—Yo creo que lo que pasa es que, ahora que papá ya no está, Mystery se está dando cuenta de que no era tan malo como creía —sugirió Martina—. Y eso está haciendo que se comporte como papá.

Recordé lo que me había dicho Mystery en la frontera de Trans-Dniéster: había descrito a su padre como si se tratara de un monstruo.

—Entonces, ¿vuestro padre no era tan malo como dice Mystery?

—Lo que pasaba era que se parecían demasiado —me explicó Martina—. Papá se convertía en el centro de atención allí donde fuera. Tenía mucho carisma; pero también era muy tozudo. Mystery siempre le llevaba la contraria, y en vez de comportarse como un adulto, papá perdía los nervios. Nunca se entendieron.

—Teníamos que sentarlos en lados opuestos de la mesa —intervino la madre de Mystery—. Bastaba con que uno pensara que el otro lo había mirado mal para que empezaran a pelearse.

—Y, ahora que papá ya no está, Mystery necesita dirigir toda esa ira hacia otra persona —dijo Martina—. Y parece que ha elegido a Katya. A sus ojos, ahora es ella la responsable de su confusión emocional.

Ésa era mi oportunidad. Tenía que hacerles la pregunta que me liberaría de una vez por todas de la incomprensible necesidad de salvar a Mystery que sentía. —Entonces, ¿qué podemos hacer?

Discutimos distintas posibilidades durante media hora. Finalmente, Martina llegó a la conclusión de que lo único que podíamos hacer era no inmiscuirnos. Teníamos que darle a Mystery la oportunidad de crear algo de provecho con su genio y su talento. Teníamos que darle también la oportunidad de encontrar a dos chicas diez que lo quisieran y que se quisieran entre sí. Y teníamos que esperar que, entre crisis y crisis, se fuera acercando a sus objetivos vitales; hasta que, finalmente, en una de esas crisis, se viera obligado a regresar definitivamente a casa para que cuidaran de él.

Mystery caminaba sobre arenas movedizas y lo único que lo mantenía a flote eran unos frágiles globos de helio. En eso era igual que el resto de nosotros; sólo que sus globos se estaban deshinchando más rápido que los de los demás.

Seguimos hablando de él, hasta que Mystery volvió a entrar en la mansión.

—Tema resuelto —dijo—. He llevado al prometido de Ania a Mel’s y hemos estado hablando. Le he dicho que ya era demasiado tarde para arreglar las cosas, que ahora Ania está conmigo y que nos queremos. Él lo ha entendido.

Martina me miró con complicidad. La madre de Mystery cruzó los brazos delante del pecho y se rió.

Mystery se sacó una grabadora del bolsillo.

—He grabado toda la conversación —dijo—. ¿Queréis oírla?

—No —le respondí yo—. Ya he tenido suficiente melodrama estos últimos días.

Además, tenía una cita con Lisa.

El método
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