CAPÍTULO 7
Por supuesto está Ovidio, el poeta romano que escribió Arte de amar; el duque de Lauzun, uno de los legendarios amantes en los que se inspira la leyenda de don Juan, y Casanova, que detalló sus conquistas en cuatro mil páginas de memorias. Pero el padre indiscutible de la seducción moderna es Ross Jeffries, un autoproclamado empollón de Marina del Rey, California. Alto, delgado y de tez porosa, este gurú californiano capitanea un ejército de sesenta mil hombres, entre los que se incluyen altos funcionarios gubernamentales, miembros de los servicios de inteligencia y criptógrafos, cuyo punto en común es su deseo de ligar.
Su arma es su voz. Tras pasar años estudiando, tanto a los principales hipnotizadores del mundo como las enseñanzas hawaianas del kahuna, mantiene haber encontrado la técnica —y que nadie se equivoque, pues eso es precisamente lo que es— necesaria para convertir a la mujer más seca y respondona en un caniche libidinoso. Jeffries, que sostiene que el personaje interpretado por Tom Cruise en Magnolia está inspirado en él, llama a su técnica Seducción Acelerada.
Jeffries desarrolló la Seducción Acelerada en 1988, al dar fin a una racha de ausencia de relaciones sexuales de cinco años con la ayuda de la programación neurolingüística, una controvertida fusión de hipnosis y psicología surgida de las actividades para fomentar el desarrollo personal que tanto éxito tuvieron durante la década de los setenta y que encumbraron a gurús de la autoayuda como Anthony Robbins. La PNL se basa en la idea de que los pensamientos, los sentimientos y el comportamiento de cualquier persona —incluidos los de uno mismo— pueden manipularse mediante palabras y gestos diseñados para influir en el subconsciente. A Jeffries no se le pasaron por alto las posibilidades que ofrecía la PNL para ligar. A lo largo de los años, Jeffries ha conseguido superar a todos los competidores que le han surgido en el campo del ligue, convirtiendo la Seducción Acelerada en el modelo dominante para conseguir que los labios de una mujer acaricien los de un hombre; al menos, ése fue el caso hasta que Mystery empezó con sus talleres.
De ahí el clamor generalizado por obtener un testimonio en Internet del primer taller de Mystery. Sus admiradores querían saber si sus talleres merecían la pena, y sus enemigos, sobre todo Jeffries y sus discípulos, querían hacerlo trizas. Y yo decidí complacerlos a todos con una descripción detallada de mi experiencia.
Mi descripción acababa con un llamamiento a posibles compañeros de ligue en Los Ángeles; los únicos requisitos eran cierto grado de confianza en uno mismo, algo de inteligencia y las habilidades sociales básicas. Yo sabía que, para convertirme en un maestro de la seducción, tendría que conseguir interiorizar todo lo que le había visto hacer a Mystery, y también sabía que eso era algo que sólo podría conseguir mediante la práctica; saliendo todas las noches.
Al día siguiente recibí un e-mail de un tal Grimble. Se identificaba a sí mismo como un alumno de Ross Jeffries y decía querer «sargear» conmigo. Sargear, en la jerga utilizada por los seguidores de la Seducción Acelerada, significa salir a ligar; el término tiene su origen en las escapadas nocturnas de Sarge, uno de los gatos de Jeffries.
Decidí devolverle el e-mail a Grimble. Una hora después sonaba el teléfono.
—¿Qué pasa, tío? —me dijo con tono de conspiración—. Dime, ¿qué te ha parecido el método de Mystery?
Le dije a Grimble lo que pensaba.
—Me mola —dijo él—. Tienes que salir un día con Twotimer[1] y conmigo.
Hemos sargeado un montón con Ross Jeffries.
—¿De verdad? Me encantaría conocerlo.
—Escucha. ¿Sabes guardar un secreto?
—Claro.
—¿Usáis muchas técnicas en vuestros sargeos?
—¿Técnicas?
—Sí, ya sabes. ¿Cuánto es técnica y cuánto es simple charla?
—Yo diría que como el cincuenta por ciento.
—Yo ya estoy en un noventa por ciento.
—¿Qué?
—Sí, empiezo con una frase de entrada cualquiera. Después encuentro sus valores y sus términos de trance. Y entonces utilizo uno cualquiera de los patrones secretos. ¿Conoces la secuencia del hombre de octubre?
—No me suena; a no ser que sea una película de Arnold Schwarzenegger —bromeé yo.
—Es la leche, tío. La semana pasada le di una personalidad completamente nueva a una chica que llevé a mi casa. Encontré sus valores y le cambié la línea temporal y la realidad interna. Después le acaricié la cara con un dedo y le dije —y, de repente, el tono de voz de Grimble se tornó lento e hipnótico— que se fijase en el rastro de energía que dejaba mi dedo al moverse. Le dije que esa energía se adentraba en ella y se extendía dentro de su cuerpo… provocándole unas sensaciones cada vez más intensas… irresistibles.
—¿Y después qué?
—Después le apoyé un dedo en los labios y ella empezó a chupármelo —exclamó triunfalmente—. ¡Y un minuto después estábamos en la cama!
—¡Qué pasada! —dije yo.
No tenía ni idea de qué estaba hablando Grimble; lo único que sabía era que quería aprender su técnica. Recordé todas esas veces que había llevado a una chica a mi casa y cómo, al intentar darle un beso, ella me había rechazado con el típico discurso de «prefiero que seamos amigos». De hecho, ésa es una experiencia tan extendida que el propio Ross Jeffries no sólo había inventado un acrónimo para ella, PQSA, sino también una letanía de respuestas[2].
Estuvimos hablando dos horas sin parar. Grimble parecía conocer a todo el mundo; desde leyendas como Steve P., cuyas seguidoras, según se decía, pagaban grandes sumas de dinero a cambio de gozar del privilegio de servirle sexualmente, hasta tipos como Rick H., el alumno más famoso de Ross Jeffries, que se había hecho célebre por un incidente relacionado con un jacuzzi y cinco mujeres.
Sí, Grimble sería un perfecto compañero de ligue.