CAPÍTULO 8

Algunas chicas son diferentes.

Eso es lo que decía Marko. Y, a pesar de todo lo que había visto durante el taller de Mystery, seguía pensando lo mismo. Insistía en que Goca no era como las demás. Goca era una chica de buena familia, había recibido una buena educación y tenía moralidad, no como esas chicas materialistas de las salas de fiestas.

Yo les había oído decir lo mismo a decenas de hombres. Al igual que les había oído decir a decenas de mujeres que nuestras técnicas no funcionarían con ellas. Pero en cambio había visto a esas mismas mujeres intercambiando números de teléfono, o saliva, con uno de nuestros chicos tan sólo unas horas después. Cuanto más inteligente es una chica, mejor funciona. Las strippers, con síndrome de déficit de atención, ni siquiera te dedican el tiempo necesario para que desarrolles una de tus técnicas, pero una chica más perceptiva, una chica con mundo que te escuche con atención, caerá inevitablemente en tus redes.

Y así fue cómo Mystery y yo acabamos saliendo con Marko y Goca en Nochevieja. Vestido con un flamante traje gris, Marko se bajó del coche delante de su casa a las ocho en punto, corrió hasta el otro lado, le abrió la puerta y le ofreció una docena de rosas. Goca tenía la apariencia de una chica inteligente de buena familia. Era baja y tenía el cabello castaño muy largo, una mirada agradable y una sonrisa que se prolongaba un poquito más en la mejilla izquierda que en la derecha. Marko tenía razón: parecía una de esas chicas que están hechas para el matrimonio.

El restaurante al que nos llevó Marko ofrecía platos típicos serbios, con abundantes pimientos rojos y mucha carne. La música era un ejercicio de pura anarquía. Cuatro bandas con instrumentos de viento iban y venían de una sala a la otra, llenándolas con una cacofonía de marchas militares que se superponían entre sí. Observé atentamente a Marko y a Goca durante la cena para ver si su relación realmente podía tener futuro.

Al llegar, se sentaron el uno al lado del otro de forma poco natural. Sus intercambios verbales versaron sobre los acontecimientos de la velada: el menú, el servicio, el ambiente…

—Ja, ja. ¿Verdad que resulta divertido que el camarero se haya confundido y te haya servido mi filete?

La tensión me estaba matando.

No podía decirse precisamente que Marko tuviera un don natural con las mujeres. En el colegio nunca había sido muy popular, en parte por ser extranjero y en parte por tener el mote de «cabeza de calabaza» y por pertenecer al club de Jóvenes Republicanos. Y las cosas le fueron todavía peor que a mí; yo por lo menos besé a una chica durante mis años escolares.

Fue en la universidad cuando Marko dio los primeros pasos dirigidos a entablar relaciones con miembros del sexo opuesto. Se compró una chaqueta de cuero, se inventó un pasado aristocrático, se puso extensiones en el pelo a lo Terence Trent D’Arby y se compró su primer Mercedes-Benz. Aunque sus esfuerzos se vieron recompensados con la amistad de un par de chicas, Marko no llegó a sentirse lo suficientemente cómodo con las mujeres como para quitarse un poco de ropa hasta su tercer año de universidad. Y si llegó a estarlo en aquel momento fue, en gran medida, gracias a la amistad que había entablado con un estudiante más joven que él: Dustin. El sabor de aquellas pequeñas victorias fue tan dulce que Marko se quedó tres años más en la universidad, disfrutando de la popularidad que tanto le había costado obtener; hasta que la dirección le impidió matricularse por séptimo año consecutivo. Uno de los hábitos más extraños de Marko es que se ducha durante una hora todas las noches. Nadie entiende qué hace todo ese tiempo en la ducha, pues lo cierto es que no hay ninguna explicación lógica; para masturbarse, por ejemplo, no hace falta ni mucho menos tanto tiempo. (Si se os ocurre alguna explicación, mandadla a ManOfStyle@gmail.com.)

Llevaba una hora observando a Marko sentado inútilmente junto a Goca cuando, muerto de hastío, cogí mi cámara digital y les hice una demostración de la técnica de la cámara de Mystery. Les pedí que se sacaran una foto sonriendo, una con gesto serio y, por último, una que transmitiera apasionamiento; por ejemplo, podían darse un beso. Marko estiró el cuello corno una gallina y le dio un piquito en la mejilla.

—No, un beso de verdad —insistí yo, aunque lo único que conseguí fue que los labios de los futuros prometidos chocaran entre sí en lo que sin duda fue el beso más torpe que había visto en mi vida.

Al acabar de cenar, Mystery y yo sembramos el terror en las dos salas del restaurante, bailando con señoras mayores, haciendo trucos de magia para deleite de los camareros y flirteando con todas las mujeres. Cuando volvimos a la mesa, mi mirada se cruzó con la de Goca y, por un momento, sus ojos parecieron brillar, como si buscasen algo en los míos. Hubiera jurado que se trataba de un IDI.

Esa noche me despertó el calor de un cuerpo metiéndose debajo de las sábanas de mi cama. Aunque me tocaba compartir la cama doble con Marko, ése, desde luego, no era el cuerpo de mi amigo serbio. Era un cuerpo de mujer. Una mano llena de calidez me acarició el cráneo recién afeitado.

—¡¿Goca?!

—Chis —dijo ella. Después me mordió el labio superior y lo absorbió entre los suyos.

Yo me aparté.

—Pero ¿y Marko?

—Está en la ducha —dijo ella.

—¿Habéis… ?

—No —dijo ella con un desprecio que me cogió por sorpresa.

Justo antes de venir a mi cama, Goca también se le había insinuado a Mystery, aunque él había fingido no darse cuenta. Pero resultaba más difícil ignorarla cuando estaba metida en tu cama, en tu olfato, en tu boca. Sí, había bebido un par de copas, pero el alcohol nunca ha hecho que nadie haga algo que no desea hacer. Al contrario, el alcohol les permite a muchas personas hacer precisamente lo que siempre han deseado. Y, ahora, parecía que lo que quería Goca era acostarse con un hombre que poseyera todas las características de un macho alfa.

Es fácil decir que está mal acostarse con la chica de tu amigo, pero cuando sientes su cuerpo apretado contra el tuyo, sumiso, y hueles el aroma a fresa del suavizante en su pelo y sientes la tormenta de su deseo y la pasión empieza a envolverte, no es nada fácil decirle que no.

Le pasé los dedos por el cabello y le acaricié lentamente la cabeza. Ella se estremeció con un escalofrío de placer. Nuestros labios se encontraron. Después, nuestras lenguas, nuestros pechos…

No podía hacerlo.

—No puedo hacerlo.

—¿Por qué no?

—Por Marko.

—¿Por Marko? —preguntó ella como si fuera la primera vez que oía su nombre—. Marko es un encanto, pero sólo es un amigo.

—Creo que lo mejor será que te vayas —le dije yo—. Marko terminará pronto de ducharse.

Quince minutos después, cuando Marko salió por fin de la ducha, oí cómo discutía en serbio con Goca. Después oí un portazo.

Marko entró en la habitación arrastrando los pies y se dejó caer en su mitad de la cama.

—¿Qué ha pasado? —le pregunté.

—Quiero apuntarme al próximo taller de Mystery.

El método
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