CAPÍTULO 9
Mientras yo jugaba a ser papá, Mystery perdía el control. Llevarlo al club de striptease no había sido una buena idea. Ver a Patricia sólo había empeorado las cosas, pues no sólo le había dicho que no quería volver con él, sino que, al parecer, estaba saliendo con otro hombre.
—Ahora se pasa tres horas al día en el gimnasio —me dijo Mystery por teléfono—. Ha perdido seis kilos y se le ha quedado un culo de impresión. ¡Joder! Las cosas que hacen las tías cuando están de mala leche.
—No pienses en lo buena que está —le aconsejé yo—. Piensa sólo en sus defectos y exagéralos. Así te resultará más fácil.
—Da igual lo que haga. Estoy hecho una mierda. Al volver a verla me sentí como un estúpido. Ese cuerpo, ese moreno… Era la stripper más guapa del club. Y yo ya no puedo acostarme con ella. Ni con ella ni con Carly. ¿Para qué habré ordenado mi apartamento?
—Eres un maestro de la seducción, Mystery. Hay cientos de chicas como Patricia. Todo lo que tienes que hacer es salir a sargear.
—No soy un maestro de la seducción, Style. Seduzco a las mujeres porque las adoro. Soy un adorador de mujeres. Te lo juro, ya ni siquiera pienso en acostarme con dos chicas al mismo tiempo. Lo único que quiero es que Patricia vuelva conmigo. La echo tanto de menos.
Las técnicas de seducción de Mystery se habían vuelto en su contra y le estaban abofeteando en la cara. Patricia le estaba haciendo un TM. Sólo que en el caso de Patricia no era una técnica, sino algo real. Y estaba funcionando a las mil maravillas. Mystery prácticamente ni se acordaba de Patricia hasta que ella lo rechazó, y ahora vivía obsesionado con ella.
Mystery no tenía ninguna paciencia para lo espiritual. Su religión era Darwin. El amor, para él, no era más que un impulso evolutivo que permitía que los seres humanos satisficieran uno de sus objetivos fundamentales: la supervivencia de la especie. Mystery llamaba a ese impulso enlazamiento.
—Nunca deja de sorprenderme lo fuerte que es el instinto de enlazamiento —comentó—. Me siento tan solo.
—Tengo una idea —le dije yo—. Mañana iremos a por ti y te traeremos a las afueras. Eso te animará.
Caroline y yo pusimos a Cárter en su cochecito y fuimos caminando hasta un parque. Sentado en un banco, pensé en lo patéticos que resultábamos Mystery y yo. Miles de chicos pensaban que ahora mismo debíamos de estar en un jacuzzi rodeados de modelos en biquini. Pero, en vez de eso, Mystery estaba solo en su apartamento, probablemente llorando y viendo porno lésbico, y yo estaba en un barrio residencial de las afueras de una gran ciudad, paseando a un bebé en un cochecito.
Al día siguiente, Caroline y yo fuimos a recoger a Mystery al centro. No se había afeitado desde la última vez que lo había visto y una sombra de dos días cubría su pálida piel de bebé. Llevaba puesta una camiseta gris que le caía sobre unos viejos pantalones vaqueros.
—Está bien —dijo—. Iré con vosotros si Caroline me promete que nadie de su familia me va a pedir que le haga un truco de magia.
Y, aun así, aquella tarde, cuando la madre de Caroline le preguntó en qué trabajaba, Mystery ofreció una espectacular demostración de ilusionismo. Presentó cada truco con gran bombo y platillo —lectura del pensamiento, levitación de botellas, autolevitación, prestidigitación… —, hasta encandilar a toda la familia de Caroline: dejó completamente atónita a la madre, enamoró a la hermana pequeña y le enseñó al hermano a hacer levitar una tiza para asustar a los profesores. Fue entonces cuando yo me di cuenta por primera vez de que Mystery realmente tenía las habilidades necesarias para convertirse en una estrella del ilusionismo.
Cuando los demás fueron a acostarse, Mystery le preguntó a Caroline si tenía algún somnífero.
—Lo único que tenemos es Tylenol tres, que tiene codeína —le dijo Caroline.
—Eso valdrá —dijo Mystery—. Dame todo el bote; tengo un alto grado de tolerancia.
Caroline, que ya pensaba como una enfermera, le llevó cuatro pastillas. Pero no fueron suficientes: mientras Caroline y yo dormíamos, Mystery pasó toda la noche escribiendo en el Salón de Mystery.