CAPÍTULO 7

Mystery quería hacer una gira de tres meses. Tenía pensado ofrecer talleres en Londres, Amsterdam, Toronto, Montreal, Vancouver, Austin, Los Ángeles, Boston, San Diego y Río de Janeiro.

Pero yo no podía dedicarle tanto tiempo; tenía que resucitar mi carrera. Antes de convertirme en un MDLS a tiempo completo, o, como lo llamaban ahora los chicos, en un GDLS (gurú de la seducción), yo tenía una profesión. Me dedicaba a escribir. En algún lugar, en otra vida, todas las mañanas, al levantarme, me sentaba frente a mi escritorio y me ponía a teclear en el ordenador.

Ahora que había dejado de tener problemas con las mujeres, necesitaba poner en orden el resto de mi vida. Tanto sargear empezaba a afectarme al cerebro; además, se había convertido en una adicción. Recibir atención femenina se había convertido en la única razón por la que salía de casa, además de comer, claro está. En el proceso de deshumanizar al sexo opuesto, de alguna manera, también me había deshumanizado a mí mismo.

Así que le dije a Mystery que iba a frenar un poco. Por aquel entonces yo estaba saliendo con ocho chicas al mismo tiempo. Mi cuaderno de baile estaba completo. Tenía que bailar con Nadia y con Maya y con Mika y con Hea y con Carrie y con Hillary y con Susanna y con Jill; cada una de ellas con sus propias necesidades. Aunque, eso sí, no tenía ningún compromiso con ninguna. Todas sabían que salía con otras mujeres y lo más probable era que ellas también salieran con otros hombres; pero ni lo sabía ni me importaba. Lo único que importaba era que ellas venían cuando yo las llamaba y que, cuando ellas me llamaban, yo también acudía.

Lo que no le dije a Mystery es que ya no confiaba en él. No iba a volver a hacer planes y a comprar billetes de avión para que él tuviera otra crisis y volviera a dejarme colgado en el último momento. Además, yo no era una niñera. Como siempre les decía a las mujeres, la confianza es algo que hay que ganarse. Y Mystery tendría que recuperar la mía.

Como era de esperar, Mystery no tardó en encontrar dos entusiastas alas con los que reemplazarme: Tyler Durden y Papa. Desde que Mystery había salido del psiquiátrico, los dos estaban constantemente a su lado, su cerebro absorbiendo cada gramo de información.

Mystery me llamaba todos los días para informarme de sus progresos.

—Le he dado una lección de humildad a Tyler Durden —me dijo en una ocasión—. Al principio era un engreído, pero hemos resuelto el problema y ha aceptado el lugar que le corresponde como mi discípulo.

—No esperes que Tyler Durden te caiga bien cuando lo veas por primera vez —me dijo en otra ocasión—. Basta con que lo soportes. No para de racionalizarlo todo.

—Entonces, ¿por qué pasas tanto tiempo con él? —repuse.

—No lo sé. Él me llama y me dice que va a venir a pasar el fin de semana, y yo lo dejo venir. Es como una espina clavada en las entrañas que me obliga a salir de casa.

—¿Qué me aconsejas? —le dije yo—. ¿Crees que debo ofrecerle mi casa cuando venga a Los Ángeles con Papa?

—Tyler forma parte de la Comunidad, Style. Piensa en él como en un primo un poco pesado que se tira muchos pedos.

Una semana después, Papa y Tyler Durden llamaron a mi puerta.

Papa tenía buen aspecto. Llevaba una chaqueta de cuero, gafas de sol a modo de diadema y una camisa de vestir por fuera de los pantalones vaqueros. Lo acompañaba el ser humano más pálido que he visto en toda mi vida, con la única excepción de un albino. Un mechón de pelo rubio anaranjado salía disparado de su cráneo ovoide, como si fuera un troll de juguete. Levantaba la barbilla con una sonrisa que parecía de plástico, y tenía los rasgos faciales tan aplastados que parecían estar pegados contra su rostro por una media invisible. Aunque decía ser un ávido levantador de pesas, por su aspecto, desde luego nadie lo habría dicho. Aunque, técnicamente hablando, no era una persona pequeña, había algo débil en él.

Me saludó con un movimiento de la cabeza al tiempo que entraba en mi casa, pero no dijo ni una palabra y evitó mi mirada. No me fío de la gente que no me mira a los ojos. Aun así, decidí concederle el beneficio de la duda. Puede que estuviera nervioso, que quisiera causarme una buena impresión. En sus mensajes siempre hacía referencia a mis técnicas y a mis posts. Me admiraba. Todos me admiraban. Pero la mayoría lo hacían con humildad. Tyler Durden, en cambio, se comportaba con arrogancia cuando se sentía incómodo. A Bono, de U2, le pasa lo mismo.

Tyler se relajó cuando salimos a cenar. Y comenzó a hablar sin parar, sin siquiera tomar aire entre frases. De hecho, resultaba difícil encontrar un hueco para hacer algún comentario. Además, hablaba dando rodeos, en vez de ir directamente al grano. Padecía una enfermedad llamada «pensar demasiado». La cabeza me daba vueltas mientras lo escuchaba.

—Yo le estaba entrando fuerte a esa tía —decía Tyler—. Pero fuerte de verdad.

—Levantó la cabeza, frunció los labios, arqueó las cejas y asintió. Aunque se suponía que el gesto debía transmitir contundencia, lo cierto es que resultaba extraño, poco natural. Entonces aparece un tipo y le dice: «Michelle, eres preciosa. Eres pura dinamita». Y ella me mira y me dice (Tyler pone voz de falsete, imitándola): «Odio que me digan eso. Sólo me gustan los hombres que no me desean. Odio a los tíos que me desean. Los odio».

Tyler pasó toda la cena diciendo tonterías sin parar. Al cabo de una hora, empecé a descifrar su personalidad. A sus ojos, la interacción humana era como un programa informático. El comportamiento estaba determinado por marcos, congruencias, estados, empatía y otros principios psicológicos similares. Él quería ser el mago de Oz, el tipo que está detrás del telón manejando los hilos, el tipo al que los demás ven como al señor del reino.

Me gusta analizar a las personas.

Según el propio Tyler, de niño era un poco más pequeño y un poco más lento mentalmente que la mayoría de los niños. Además, su padre, que era entrenador de fútbol americano, le imponía metas muy altas que él nunca conseguía alcanzar. Ésa fue toda la información biográfica que pude sacarle, pues debe de ser duro reconocer algo así. Y, sin embargo, yo no estaba convencido de que nos hubiera dicho la verdad.

Cada vez que la camarera se acercaba a la mesa, Tyler me pedía que pusiera en práctica alguna de mis técnicas.

—Utiliza la técnica de la novia celosa —me decía.

—Haz una DIV[1] —me decía.

Recordé lo que había dicho Vision sobre la insistencia de Tyler Durden en que le hiciera continuas demostraciones. Ahora entendía por qué lo había echado de su casa. Tyler no veía el lado humano de las personas. No le importaba en qué trabajáramos, de dónde fuésemos ni lo que pensáramos del mundo.

Tyler no se daba cuenta de que los MDLS también éramos personas.

El método
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