CAPÍTULO 6
Había aprendido varios trucos de prestidigitación, un principio de magia llamado equivoque, los fundamentos de la adivinación mediante la lectura de runas vikingas y a hacer desaparecer un cigarrillo encendido. Desde luego, había sido el vuelo más productivo de mi vida. Y, ahora, Mystery y yo estábamos en Belgrado, en la que probablemente fuese la peor época del año en esa ciudad. Marko nos llevó a su apartamento conduciendo por calles cubiertas de hielo y de nieve en un Mercedes plateado de 1987 que tenía la mala costumbre de calarse cada vez que él metía la segunda marcha.
Sentado en el asiento de delante, con el pelo sucio recogido en una coleta, Mystery hurgó entre el contenido de su mochila hasta encontrar un abrigo negro de tela demasiado fina. En el tercio inferior del abrigo, que prácticamente le llegaba hasta los pies, la tela original había sido sustituida por una tela negra cubierta de estrellas. Parecía el tipo de prenda que alguien llevaría a una feria renacentista. Además, Mystery llevaba un gran anillo de plástico sobre el que él mismo había pintado un ojo.
Lo cierto era que, en el fondo, Mystery no era más que un pardillo cuya mayor ambición consistía en transformarse a sí mismo en un apuesto mago todas las noches.
—Vas a tener que afeitarte la cabeza —me dijo al tiempo que me observaba de arriba abajo.
—No, gracias —le dije yo—. ¿Y si luego resulta que tengo un cráneo raro o manchas en la cabeza? Mi padre tenía una mancha muy rara en la piel.
—Mírate. Llevas gafas. Tienes que ponerte un gorro para disimular esa inmensa calva que tienes. Y estás pálido como un muerto. Y, por tu aspecto, apostaría a que no has ido a un gimnasio desde el parvulario. Las cosas te han ido bien hasta porque eres listo y aprendes rápido, pero el aspecto también importa. Te llamas Style, así que empieza a comportarte com si tuvieras algo de estilo. Ponte las pilas; afeítate la cabeza, opérate la vista, apúntate a un gimnasio…
Desde luego, Mystery era un pardillo de lo más insistente.
Se volvió hacia Marko.
—¿Sabes dónde hay una peluquería?
Desgraciadamente, sabía dónde había una. Marko aparcó delante de un pequeño edificio y nos llevó a una peluquería. Mystery me sentó en una silla, le dijo a Marko que le indicase al viejo peluquero serbio que me rapase al cero y luego supervisó todo el proceso, asegurándose de que no me quedara ni un solo pelo en el cráneo.
—Nadie elige quedarse calvo —me dijo—, pero sí puedes elegir afeitarte. Si alguien te pregunta por qué te afeitas la cabeza, dile: «Solía tener una melena hasta el culo, pero un día me di cuenta de que me estaba tapando lo mejor de mí». —Se rió—. O, si no, también podrías decir: «Hay que afeitarse la cabeza para practicar la lucha grecorromana».
En cuanto pudiera, apuntaría esas dos respuestas en mi chuleta.
Al acabar, me miré en el espejo y vi a un paciente de quimioterapia.
—Te favorece —dijo Mystery—. Ahora lo que necesitas es un salón de rayos uva. Vas a ver; un par de horas allí y parecerás un auténtico matón.
—Está bien —accedí yo—, pero, por mucho que insistas, te aseguro que no voy a operarme la vista en Serbia.
Lo primero que pensé al verme con el cráneo afeitado y la tez morena fue por qué no lo habría hecho antes. No había duda de que mi aspecto había mejorado. En una escala del uno al diez, mi atractivo habría pasado de un 5 a, digamos, un 6,5. Después de todo, venir a Belgrado no había sido tan mala idea.
A Marko tampoco le hubiera venido mal un cambio de imagen. Medía metro noventa de estatura y era de constitución corpulenta; de hecho, era bastante más grande que la mayoría de los serbios. Además, tenía la piel oscura y la cabeza tan desproporcionada como la de un personaje de Snoopy. Llevaba puesto un abrigo de lana que le venía demasiado grande, un grueso jersey gris con motas blancas de J. Crew y un cuello alto beige que le hacía parecer una tortuga.
Al no ser capaz de cumplir su ambición universitaria de entrar en los círculos más elitistas de Estados Unidos, había optado por competir en una liga más modesta, la Serbia, donde su padre era un afamado artista.
Llegamos a su pequeño apartamento, en el que sólo había dos camas; una de ellas, doble. Al no haber un sofá, ni siquiera un saco de dormir, decidimos turnarnos para ver quién dormía en la cama pequeña mientras los otros dos compartían la más grande.
—¿Qué haces con un tío como ése? —me preguntó Marko mientras Mystery se duchaba.
—No te entiendo. ¿Qué quieres decir?
—¿Es que no ves que no está a nuestra altura? Nosotros hemos ido a los mejores colegios privados y a la universidad de Vassar. Tu amigo no es uno de los nuestros.
—Ya, ya. Tienes razón. Pero, créeme, Mystery te va a cambiar la vida.
—No sé… —dijo Marko—. Bueno, ya veremos. He conocido a una chica que me gusta de verdad. Esta vez quiero hacerlo bien. Espero que tu amigo no me deje en ridículo con uno de sus estúpidos trucos.
Aunque Marko no había salido con una sola chica desde que había vuelto a Belgrado, hacía unos meses había conocido a una chica que se llamaba Goca y estaba convencido de que era la mujer de su vida. Todas las noches iba a recogerla con flores, la invitaba a cenar y la dejaba pronto en casa, como un perfecto caballero.
—¿Todavía no te has acostado con ella? —le pregunté.
—No. Ni siquiera la he besado.
—Pero, tío… Te estás comportando como un TTF. Uno de estos días se le va a acercar alguien en una discoteca y le va a decir: «¿Crees en la magia?». Y después se la va a llevar a la cama. Lo que quiere tu Goca es un poco de aventura en su vida. Quiere follar. Eso es lo que quieren en el fondo todas las chicas.
—Goca no es como las demás —dijo Marko—. Además, aquí, las chicas tienen más clase que en Los Ángeles.
Los MDLS tenemos un calificativo para esa actitud; lo llagarnos monoítis. Es una enfermedad típica entre los TTF. Se obsesionan con una chica con la que ni están saliendo ni se están acostando, y se vuelven tan pegajosos que lo único que consiguen es espantarla. El mejor remedio contra la monoítis es acostarse con una docena de chicas diferentes; después de eso, incluso la chica más especial deja de parecerlo.