CAPÍTULO 3
Me di cuenta de que todo había cambiado cuando viajé a Croacia tras la crisis depresiva de Mystery. Yo ya no estaba en la Comunidad para conocer mujeres, sino para liderar a otros hombres; hasta tal punto era así que dos de los MDLS croatas con los que me quedé habían llegado al extremo de afeitarse la cabeza para emularme.
A pesar de mi aversión a los gurús, me había convertido en uno de ellos. Cuando me aproximaba a una chica en una discoteca, se hacía el silencio a mi alrededor. Los chicos se acercaban todo lo posible, intentando oír lo que yo decía, apuntando mis palabras en sus cuadernos para luego memorizarlas.
Al volver a casa, vi cómo Ross Jeffries llevaba a cabo una variación de mi frase de entrada de la novia celosa (la de la chica que no quiere que su novio hable con su ex novia de la universidad), seguida de una falsa limitación de tiempo. Un día, incluso me mandó un e-mail pidiéndome una copia de mi técnica evolucionada de cambio de fase. ¡Ross Jeffries estaba copiando abiertamente mis patrones, y tenía intención de enseñarlos en sus seminarios!
Además, al poco tiempo, Thundercat colgó en el foro su lista de valoraciones, declarándome el número uno. Style ya no era un alumno. Neil Strauss había muerto. A ojos de esos hombres yo era el rey de los MDLS. Había gente a lo largo y ancho del planeta usando mis chistes, mis frases, mis técnicas para conocer, besar y acostarse con una mujer.
Había logrado mi objetivo y mucho más.
En los viejos tiempos yo sólo era el alade Mystery o el discípulo de Ross Jeffries o el objeto hipnótico de Steve P. Ahora, en cambio, tenía que demostrar lo bueno que era cada vez que salía. Al verme, la gente se preguntaba si era en realidad tan bueno como decían, y si no estaba besándome con la chica más guapa del local a los quince minutos de llegar pensaban que era un fraude. Antes de unirme a la Comunidad me daba miedo fracasar con las mujeres; ahora me daba miedo fracasar ante los hombres.
Y la presión era bidireccional, pues yo mismo empecé a albergar expectativas poco razonables sobre mí mismo. Si estaba cenando en un restaurante italiano y había una mujer atractiva cinco mesas más allá, me sentía como un fracasado si no la abordaba. Si, al ir a la tintorería, me cruzaba con una camarera que aspiraba a ser modelo o actriz, me sentía defraudado conmigo mismo si no me aproximaba a ella. Y, mientras que durante mis días de TTF me bastaba con hablar con una desconocida para sentirme eufórico, ahora tenía que acostarme con ella en menos de una semana para sentirme satisfecho.
Aunque era consciente de que mi visión de la vida estaba seriamente distorsionada, sentía que era más honesto siendo un maestro de la seducción de lo que me lo había sentido siendo un TTF. Ser un MDLS no consistía sólo en memorizar frases de entrada y estrategias de aproximación, sino también en aprender a ser sincero con las mujeres con respecto a tus expectativas. Ya no necesitaba engañarlas diciéndoles que quería tener una relación con ellas cuando lo único que quería era follar; ni pretender ser su amigo cuando lo único que quería era ser su amante; ni hacerles creer que teníamos una relación monógama mientras yo salía con otras.
Había conseguido interiorizar la idea de que las mujeres no siempre buscan una relación estable. De hecho, una vez liberadas, las necesidades físicas de una mujer a menudo son mayores que las de un hombre. Lo que ocurre es que, antes de sucumbir a ellas, necesitan superar una serie de barreras. La razón de mi éxito como MDLS radicaba en que sabía evitar las reacciones que provocaban el rechazo de las mujeres.
[Mientras escribo esto, levanto la vista del teclado y miro a la mujer que tengo encima de mí. Es rubia y lleva una camiseta sin mangas con un sujetador negro. Me está sonriendo. Yo estoy dentro de ella. Ella se muerde el labio inferior al tiempo que se frota el clítoris contra mi pelvis. Tiene una mano apoyada en mi muslo y la otra sobre la pantalla del ordenador.
—Me pone cachonda oírte teclear —acaba de decirme—. Déjame que te la chupe.
Se acabó el viejo estereotipo del escritor. Éste es el nuevo escritor. Puedo escribir y jugar al mismo tiempo. Me recuerda a algo que me dijo una vez Steve P. sobre estar siempre en tu propia realidad. En nuestra realidad, el resto de las personas sólo son huéspedes. Así que, si yo tengo que trabajar y tú quieres echar un polvo conmigo, pues bien venida a mi realidad.
Creo que está a punto de correrse. Se está corriendo. ¡Bien hecho![1 ].
Así que el proceso de sargear está diseñado para prever y eliminar las objeciones de la mujer; hablo de los verdaderos MDLS, no de los principiantes.
La frase de aproximación, por ejemplo, debe ser casual. Ella no debe percibirte como alguien que intenta ligar con ella, sino como un agradable desconocido. Te acercas a ella y a sus amigas y les dices:
—Mi vecina acaba de comprarse dos perros y quiere ponerles el nombre de un dúo de los ochenta o de los noventa. ¿Se os ocurre alguno?
Cuando te diriges a un grupo de personas, lo primero que piensan es: «¿Se nos va a pegar este tío toda la noche? ¿Cómo nos deshacemos de él?».
Así que te das a ti mismo una falsa limitación temporal.
—Sólo puedo quedarme un minuto —les dices—. Me están esperando unos amigos.
Mientras interactúas con el grupo, te fijas en las personas que pueden intentar excluirte: los hombres celosos, las amigas sobreprotectoras. Los halagas para hacer que se sientan bien mientras le dedicas negas a tu objetivo. Si tu objetivo te interrumpe, puedes decir:
—Vaya, vaya. ¿Es siempre así? ¿Cómo lo soportáis?
Si ella se molesta, retienes su atención con un ligero cumplido.
Cuando se les acaban los posibles nombres para los perros (Milli y Vanilli, Hall y Oates, Dre y Snoop; los he oído todos), pasas a la demostración de valía. Les haces a las chicas el test de las mejores amigas o les enseñas algo sobre su lenguaje corporal o les haces una lectura caligráfica. Entonces les dices que tienes que volver con tus amigos.
Pero ellas ya no quieren que te vayas. Ya estás dentro del grupo. Les has demostrado que eres la persona más divertida y más interesante del local. Ya has realizado el enganche. Puedes relajarte y disfrutar de su compañía, escucharlas, aprender cosas sobre ellas, crear un lazo afectivo.
En el mejor caso posible, puedes llevarte al grupo entero o a tu objetivo, en una cita inmediata, a otro bar, a un café o a una fiesta. Ahora formas parte del grupo. Puedes empezar a centrar tu atención en el objetivo, que empieza a sentirse atraída por ti como consecuencia de tu liderazgo y de tus negas. Cuando llega el momento de marcharse, dices que has perdido a tus amigos y preguntas si alguien de ellos puede llevarte a casa. Así le estás dando a tu objetivo la oportunidad de quedarse a solas contigo sin que sus amigos piensen que pretende acostarse contigo. (Si la logística es demasiado complicada, consigue su número de teléfono y dile que la llamarás a la semana siguiente.)
Al llegar a tu casa, invítala a pasar para enseñarle eso de lo que habéis estado hablando: una página web, una canción, un libro, un vídeo, una camisa, una bola de jugar a los bolos… Lo que sea. Pero, primero, invéntate otra falsa limitación temporal. Dile que tienes que acostarte pronto porque tienes mucho que hacer al día siguiente. Dile que sólo puede quedarse quince minutos, que después tiene que irse. Llegado este punto, los dos sabéis que vais a acostaros juntos, pero tú tienes que seguir disimulando para que ella pueda decirse a sí misma que las cosas ocurrieron por sorpresa, sin que nadie lo hubiera planeado.
Enséñale tu casa. Ofrécele una copa. Dile que quieres mostrarle un vídeo graciosísimo que sólo dura cinco minutos. Desgraciadamente, la televisión del salón está rota, pero tienes otra en el dormitorio.
Por supuesto, en tu dormitorio no hay sillas; sólo está la cama. Cuando ella se sienta en la cama, tú te colocas lo más lejos posible. Así, ella se siente cómoda y, quizá, un poco sorprendida de que no intentas algo.
Al pasar por su lado, la rozas de manera sugerente, pero vuelves a alejarte de inmediato. Continúas usando una combinación de limitaciones temporales y de tiras y aflojas para aumentar su interés. Le recuerdas que tienes que acostarte pronto.
Entonces, le dices que huele bien. La olfateas lentamente, desde la base del cuello hasta justo debajo de la oreja. Ahora es cuando entra en juego la técnica evolucionada del cambio de fase: la muerdes suavemente en el brazo, en el cuello y, a no ser que ella se abalance sobre ti, sigues hablándole para mantener su mente ocupada mientras aumentas la intensidad del contacto físico, aunque de vez en cuando retrocedes para que ella no llegue a sentirse incómoda. Tú siempre debes ser el primero en decir que no. Eso se llama robarle su realidad. El objetivo es excitarla sin hacer que se sienta presionada, utilizada o incómoda.
Le quitas la camisa. Ella te quita la tuya. Empiezas a quitarle el sujetador. ¿Qué ocurre? ¿Ahora dice que no quiere seguir? Los MDLS tenemos un nombre para eso: resistencia de última hora, RUH. Tú debes retroceder un par de pasos. Esa resistencia no es un deseo real. Sólo esta defendiendo su reputación (DR). No quiere que pienses que es una chica fácil. Así que os acurrucáis y habláis. Ella te hace preguntas tontas, como si tienes hermanos, y tú le respondes con paciencia, hasta que consigues que vuelva a sentirse cómoda. Entonces vuelves a empezar desde el principio: la besas, le quitas el sujetador… Esta vez ella no opone ninguna resistencia. Le chupas las tetas. Ella arquea la espalda. Está excitada. Se sienta encima de ti y se frota contra tu muslo. Tú te empalmas.
La levantas y empiezas a desabrocharle los pantalones. Ella te aparta la mano.
—Tienes razón —le dices respirándole en el oído—. No deberíamos estar haciendo esto.
Os seguís besando. Vuelves a intentar desabrocharle los pantalones, pero ella sigue sin dejarte. Así que enciendes la luz, apagas la música y arruinas el momento.
Después coges el ordenador portátil y miras a ver si tienes algún e-mail mientras ella se queda sentada en la cama, sin saber qué hacer. Eso se llama crear hielo. Hace un momento ella estaba disfrutando de toda tu atención, de tus caricias y de la intimidad del momento; se sentía bien. Ahora le has quitado todo eso.
Se acerca a ti y empieza a besarte el pecho, intentando recuperar tu atención. Tú dejas el ordenador en el suelo, apagas la luz y le devuelves los besos y las caricias. Intentas desabrocharle los pantalones de nuevo. Ella vuelve a detenerte. Dice que acabáis de conoceros. Tú le dices que la entiendes. Vuelves a encender la luz. Ella te pregunta qué estás haciendo. Tú le dices que respetas sus sentimientos, pero que ha arruinado el momento con su negativa. Le dices que no pasa nada con voz tranquila. Ella se pone encima de ti y protesta juguetonamente.
Quiere acostarse contigo, pero antes de hacerlo quiere estar segura de que vas a volver a llamarla, de que no se va a arrepentir de haberlo hecho; aunque posiblemente sea ella quien no quiera volver a verte a ti. Así que tú le dices que la comprendes y que la vas a llamar.
Luego le pides que se quite los pantalones.
Ella lo hace y disfrutáis el uno del otro, con un orgasmo tras otro, a lo largo de la noche, de la mañana y, quizá, de la noche siguiente.
Hasta que ella te pregunta con cuántas mujeres te has acostado.
Ése es el único momento en el que te está permitido mentir.