CAPÍTULO 5

Por la noche, al volver de Standard, Mystery fue a la cocina a por un Sprite. Y fue entonces cuando los oyó. Otro hombre estaba disfrutando de los gemidos que hasta hacía unas horas estaban reservados para él. Se quedó paralizado, escuchando a Herbal y a Katya al otro lado de la puerta. Y Katya parecía estar disfrutando de veras.

Mystery fue al salón y se dejó caer en el suelo. La sangre abandonó su rostro. Al igual que había ocurrido con la muerte de su padre, la pérdida de Katya le había afectado más de lo que él mismo había creído posible.

Nunca subestimes tu capacidad afectiva.

—Estoy enamorado de ella —dijo mientras la primera lágrima manchaba su mejilla—. Estoy enamorado de Katya.

—No, no lo estás —lo corregí yo—. El otro día dijiste que la odiabas y que lo único que te gustaba de ella era su cuerpo. La única razón por la que te sientes así es porque ella está con otro.

—No es verdad —protestó él—. Lo que me duele es que Katya no sienta lo mismo que yo siento por ella.

—Katya te ha querido más que ninguna otra chica que yo haya conocido. Una noche, en el jacuzzi, me dijo que se estaba enamorando de ti. Y en cuanto ocurrió, tú empezaste a tratarla como un frío, distante y miserable cabrón.

—Pero la quiero.

—Dices lo mismo de cada chica con la que te acuestas. Eso no es amor, Mystery. Es vanidad.

—No es verdad —me gritó él con todas sus fuerzas—. ¡Te equivocas!

Se levantó, se fue a su cuarto y cerró la puerta de un portazo; unos trozos de pintura cayeron sobre la moqueta.

Eran tantas sus carencias que una pérdida como aquélla era como un detonador que sacaba a la superficie todos sus problemas afectivos, destruyendo el caparazón narcisista tras el que se escondía.

De camino a mi habitación recordé la escena de El mago de Oz en la que el Mago le dice al Hombre de Hojalata: «Un corazón no se juzga por lo que ama, sino por lo que lo aman los demás».

Lo que más deseaba en aquel momento era dormir, que mis sueños limaran mis pensamientos, mis preocupaciones y mis problemas, y levantarme al día siguiente con fuerzas renovadas. Pero Courtney me esperaba en la puerta de mi habitación con unas hojas de papel en la mano.

—Tienes que conseguir localizar a Frank Abagnale —me exigió—. Y llama a Lisa y dile que necesito verla.

—Vale.

No tenía ni la menor idea de qué me estaba pidiendo. No sabía cómo ponerme en contacto con Frank Abagnale (el falsificador de obras de arte cuyas memorias inspiraron la película Atrápame si puedes), ni tampoco sabía dónde estaba Lisa, la guitarrista del grupo de Courtney. Pero, a esas alturas, ya había aprendido que lo mejor que podía hacerse ante las constantes órdenes de Courtney era decir que sí y luego no hacer nada. Dentro de un par de horas ya no se acordaría de lo que me había pedido.

A la mañana siguiente fui a ver cómo estaba Mystery. Estaba en bata, sentado en la cama, temblando. Tenía los ojos enrojecidos y llenos de lágrimas. Nunca lo había visto así. En Toronto, durante su depresión, sencillamente se había encerrado en sí mismo, sumiéndose en un estado catatónico. Pero esta vez realmente se lo veía sufrir.

Hacía unas horas, Katya había ido al cuarto de Mystery a coger su cepillo de dientes.

—¿Vas a contarme lo que pasó anoche? —le había preguntado Mystery.

—¿Por qué iba a hacerlo, después de que me entregaste a Herbal, como si fuera un regalo?

—¿Te has acostado con él?

—Ha sido el mejor polvo de mi vida —le dijo ella.

Eso acabó de destrozar a Mystery.

—La mataría —me dijo Mystery. Después se hizo un ovillo sobre la cama y gimió como un perro a las puertas de la muerte—. Sé que me estoy dejando llevar por mis emociones, pero ahora mismo no soy capaz de pensar con lógica. Me siento como si me hubieran desollado. —Cerró un puño, agarrando un trozo de sábana—. Me siento vacío. —Rodó sobre la cama, mientras las lágrimas volvían a fluir de sus ojos—. Me siento como una mierda.

Mientras Mystery se lamentaba, yo pensé en la letra de una de las canciones de Courtney: «Hice la cama. Me acostaré en ella». Mystery había hecho su cama y ahora era Herbal quien se acostaba en ella.

Levantó las manos hacia el techo y gritó con su voz de Anthony Robbins. De repente, Courtney asomó la cabeza por la puerta.

—¿Es por mi culpa? Si queréis, puedo dormir en el cuarto de delante.

Podía ser tan dulce.

Salí y le conté a Courtney lo que pasaba. Katya estaba fumándose un cigarrillo en el patio.

—Me siento tan mal —dijo—. Pobre Mystery.

Herbal salió al patio y se sentó junto a Katya. Guardó silencio durante unos segundos, buscando algo que decir. Ninguno de los dos parecía lamentar haberse acostado con el otro. Pero tampoco imaginaban que Mystery fuese a tomárselo tan mal. Lo cierto es que nadie lo imaginaba.

Courtney encendió un cigarrillo y le habló a Herbal de cómo compartir puede ser querer y de la vez que se había escapado a San Francisco para unirse a Faith No More y de cómo había tenido la idea de las Suicide Girls y de la vez que, estando en Europa, había intentado convertir a una fan en una artista. Entre sus divagaciones debía de esconderse una metáfora para el actual dilema de Herbal —atrapado entre su mejor amigo y la chica de la que se había enamorado—, aunque ninguno de nosotros supiera dónde.

Y, entonces, alguien llamó al móvil de Herbal. Él contestó y, con gesto de incredulidad, le pasó el teléfono a Courtney.

—Es Frank Abagnale —dijo—. Parece ser que ha recibido mi mensaje.

Los dejé a los tres en el patio y llamé a Martina, la hermana de Mystery.

—Vuelve a estar mal —le dije.

—¿Qué ha pasado esta vez?

—Todo empezó con el típico desengaño amoroso, pero esta mañana ha cruzado algún tipo de frontera. Es como si la situación hubiera provocado una reacción química de algún tipo. En estos momentos está llorando desconsoladamente en su cama.

—Si las cosas empeoran, lo mejor sería que volviera a Toronto. Si tú te encargas de meterlo en el avión, nosotras nos encargaremos de lo demás.

—Pero si vuelve a Toronto, todos sus sueños habrán acabado. Ya nunca conseguiría ser un gran ilusionista. Y también perdería su negocio de seducción.

—Lo sé, pero ¿qué otra cosa podemos hacer?

—Voy a intentar resolver las cosas sin que Mystery tenga que irse de Los Ángeles.

—¿No crees que sería mejor que volviera a Toronto? Aquí, la sanidad es gratis. No podemos pagar una clínica en Estados Unidos.

—Déjame que lo intente. Si las cosas no mejoran, te prometo que lo llevaré a Toronto.

Ver lo que había ocurrido entre Mystery y Katya me había abierto los ojos.

Mystery la había invitado a mudarse con él; se había casado con ella; la había dejado no embarazada; la había ignorado, la había tratado con crueldad y le había dicho a Herbal que podía acostarse con ella. No había duda: el único culpable de lo que había sucedido era él mismo.

Mientras tanto, desde que había salido publicado el artículo en el New York Times, Mystery había recibido ofertas de media docena de reality shows, entre ellos, «American Idol»[1]. La cadena VH1 había llegado a mandarle un contrato para un programa en el que Mystery convertiría a un don nadie en un auténtico playboy. La fama que tanto anhelaba Mystery lo estaba esperando a la vuelta de la esquina; pero él no había hecho nada por disfrutarla.

—No es la primera vez que le pasa algo así —dijo Martina con un suspiro cuando le hablé de las ofertas de los reality shows—. Siempre que está a punto de conseguirlo, se viene abajo y lo echa todo a perder.

—Es como si…

—Sí —asintió ella—. Es como si le tuviera miedo al éxito.

El método
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