CAPÍTULO 14
Cuando nuestra hora acabó, Britney fue a cambiarse para una entrevista con la MTV. Volvió diez minutos después, acompañada de una mujer de su equipo.
Britney se sentó delante de las cámaras mientras la mujer se acercaba a mí y me miraba de manera extraña.
—Nunca la había oído hablar así de un periodista —me confesó.
—¿De verdad?
—Me ha dicho que ha sido como si estuvierais predestinados a conoceros.
La mujer y yo guardamos silencio. La entrevista estaba a punto de empezar.
—He oído que el otro día tuviste una noche loca, Britney —empezó diciendo el entrevistador.
—Sí —contestó ella—. Una noche loca.
—Pero dime, ¿cómo fue el nivel de energía cuando llegaste a la discoteca por sorpresa?
—Fue una locura.
—Sí, seguro que sí. Lo pasarías de miedo, ¿verdad?
De repente, Britney se levantó.
—Esto no funciona —le dijo al equipo—. No hay sentimiento.
Ante la incredulidad de todos los presentes, giró sobre sus talones y caminó hacia la puerta. Al pasar por mi lado, levantó la comisura de los labios dibujando una sonrisa de complicidad. Había conseguido llegar a ella. Al parecer, había algo más profundo en Britney Spears de lo que creía la industria de la música pop.
Fue entonces cuando me di cuenta de que las técnicas y las rutinas de la Comunidad funcionaban todavía mejor con los famosos que con la gente normal. Al encontrarse tan sobreprotegidos, al estar tan limitadas sus interacciones, en su caso una demostración de valía o un nega resultaban diez veces más eficaces que con las demás personas.
Durante los siguientes días pensé a menudo en lo que había ocurrido. No es que creyera que Britney Spears se sentía atraída por mí. No, Britney Spears no estaba interesada en mí de esa manera. Pero, aunque no fuera de esa manera, al menos estaba interesada en mí. Y eso ya era un paso. La seducción es un proceso lineal: captura primero la imaginación y después capturarás el corazón.
Interés más atracción más seducción es igual a sexo.
Por supuesto, es posible que todo aquello no fuese más que un caso de autohipnosis. Por todo lo que sabía, era posible que Britney Spears les pidiera el número de teléfono a todos los periodistas que la entrevistaban; así los hacía felices y se aseguraba de que publicaban un artículo favorable. Probablemente tuviera un contestador automático preparado especialmente por si algún escritor crédulo se creía que hablaba en serio al decirle ella que le gustaría volver a verlo. O puede que fuese un plan ideado por su equipo de relaciones públicas para que los periodistas creyeran que tenían una conexión especial con la artista. Puede que, en esta ocasión, fuese yo quien estaba siendo seducido.
Nunca lo sabría.
Aunque miraba su número de teléfono todos los días, nunca conseguí reunir el valor suficiente para llamarla. Me dije a mí mismo que, de hacerlo, habría cruzado la línea de la ética periodística: si a ella no le gustaba el artículo que escribía, siempre podría decir que mi artículo había sido crítico porque ella no me había devuelto la llamada.
—Coge el teléfono y llámala —me animaba Mystery todos los días—. ¿Qué tienes que perder? Dile que vais a hacer todo tipo de locuras juntos. Dile que quieres que escaléis el cartel de Hollywood, porque eso da buena suerte.
—Si no la hubiera conocido trabajando, sería diferente —decía yo.
—El trabajo acaba cuando entregas el artículo. Así que llámala —decía él.
Pero no podía hacerlo. De haber sido Dalene Kurtis, la Playmate del año, la hubiera llamado sin dudarlo un instante. Ese tipo de mujer ya no me intimidaba, pues, desde el día que la había conocido, yo había demostrado una y otra vez que estaba a su altura.
Pero pedirle una cita a Britney Spears era algo muy diferente.
Por mucho que mi autoestima hubiera aumentado durante el último año y medio, todo tenía un límite.