CAPÍTULO 7
Para el taller de Belgrado compré una bolsa negra de Armani del tamaño de un libro de tapa dura, diseñada para llevarla elegantemente cruzada sobre el pecho, pues resultaba imposible guardar todos mis trucos de magia y el resto del material necesario para salir al campo de batalla en los cuatro bolsillos de los pantalones. De ahí que prácticamente cada MDLS tenga su propia bolsa de accesorios. La mía contenía lo siguiente:
1 PAQUETE DE CHICLES
Por bueno que seas, no vas a conseguir un beso si te apesta el aliento.
1 PAQUETE DE CONDONES LUBRICADOS
Necesarios no sólo para mantener relaciones sexuales, sino también por el estímulo psicológico que supone saber que estás preparado para ello.
1 LÁPIZ Y 1 BOLÍGRAFO
Indispensables para apuntar los números de teléfono, para escribir algunas notas, para realizar trucos de magia y para los análisis caligráficos.
1 TROZO DE PELUSA DEL FILTRO DE LA SECADORA
Necesario para realizar la aproximación de la pelusa: te acercas a una mujer y te detienes junto a ella. Sin decir nada, haces como si le quitaras un trozo de pelusa (que llevas oculto en la mano) de la ropa y, sujetando en alto el pedazo de pelusa, le dices: «¿Cuánto tiempo llevará esto en tu jersey?». Después le das la pelusa.
1 SOBRE CON FOTOS
Para llevar a cabo la técnica de las fotos de Mystery.
1 CÁMARA DIGITAL
Para llevar a cabo la técnica de la cámara digital de Mystery. Primero te haces una foto sonriente con una chica, después otra con ademán serio y, finalmente, una dándole un beso (puede ser en la mejilla o en los labios). Después, miras las fotos con ella. Al llegar a la última, dices: «¿Verdad que hacemos buena pareja?». Si dice que sí, ya has logrado tu objetivo.
1 PAQUETE DE CARAMELOS
Para la técnica de los caramelos. Ponte dos caramelos, preferiblemente pequeños, en una mano. Chupa uno muy despacio. Después ofrécele el otro a ella. Si acepta, di: «Vale, pero hay algo que tienes que saber. Nunca regalo nada; sólo lo presto. Cuando acabes quiero que me devuelvas mi caramelo». Después, bésala.
CACAO PARA LOS LABIOS, MAQUILLAJE Y LÁPIZ DE OJOS
Maquillaje opcional masculino.
CHULETA, 3 PÁGINAS
Una página con tus técnicas favoritas. Dos páginas con entradas.
1 JUEGO DE RUNAS VIKINGAS TALLADAS EN MADERA Y 1 BOLSA DE TELA
Para leer el futuro.
1 CUADERNO
Para apuntar números de teléfono, para tomar notas, para realizar trucos de magia y para la técnica del mal dibujante de Ross Jeffries, en la que, con gesto de concentración, dibujas un retrato de una chica y le dices: «Es tu belleza la que me ha inspirado». Después le enseñas una figura hecha a base de palos con un pie del tipo: «Chica más o menos guapa en una cafetería, 2005».
1 COLLAR QUE BRILLE EN LA OSCURIDAD
Para pavonearse.
2 JUEGOS DE FALSOS PIERCINGS
Adorno corporal opcional.
1 PEQUEÑA GRABADORA DIGITAL
Para grabar conversaciones a escondidas con el fin de analizarlas después.
2 ANILLOS DE PULGAR Y 2 CADENAS DE BISUTERÍA (1 DE REPUESTO)
Para regalar a las chicas tras un cierre con teléfono. Le dices: «No serás una ladrona, ¿verdad?». Después te quitas lentamente la cadena o el anillo y se lo pones. Finalmente la besas v dices: «No es un regalo. Te lo dejo para que te acuerdes de mí, pero quiero que me lo devuelvas la próxima vez que nos veamos». Cuando se vaya, te pones el anillo o la cadena de repuesto.
1 PEQUEÑA LINTERNA DE LUZ NEGRA
Para resaltar el trozo de pelusa o la caspa que pueda haber en la ropa de una chica.
MUESTRAS DE 4 TIPOS DISTINTOS DE COLONIA
En primer lugar, para oler bien. Y en segundo lugar, para la técnica de la colonia. Te pones una colonia distinta en cada muñeca y le pides a una chica que las huela y que te diga cuál prefiere. Después dibujas una cruz con un bolígrafo en la muñeca elegida. Haz un recuento de las cruces al acabar la noche y sabrás cuál es la colonia que más te conviene.
VARIOS TRUCOS DE MAGIA
Para leer el pensamiento, hacer levitar botellas de cerveza y hacer desaparecer cigarrillos.
Sí, había traído todo el arsenal. Era una noche importante —mi primer taller como ala—, y tenía que demostrar mi valía.
Dado que la matrícula que cobraba Mystery por sus talleres ascendía a la mitad del salario anual de un serbio, la mayoría de nuestros alumnos eran extranjeros. Nos reunimos en Ben Ahiba, un bar lujosamente decorado situado a la vuelta de la esquina de la plaza principal de Belgrado. Exoticoption[1] era un norteamericano que estudiaba en la universidad de Florencia, desde donde había venido en tren; Jerry era un monitor de esquí de Munich, y Sasha, aunque era serbio, estudiaba en Austria. Los desconocidos se miden unos a otros en cuestión de segundos. Cien pequeños detalles, desde la ropa hasta el lenguaje corporal, se combinan para crear una primera impresión. La misión de Mystery —y ahora también la mía— era convertir a esos tres chicos en verdaderos MDLS.
Exoticoption era un chico simpático; de hecho, se esforzaba tanto por serlo que, al final, su extremada simpatía llegaba a perjudicarle. Jerry tenía un gran sentido del humor, pero resultaba algo anodino. Y Sasha… Bueno, Sasha necesitaba toda la ayuda que pudiéramos ofrecerle. Cualquier tipo de relación social era un desafío para Sasha, que, más que un chico, parecía una cría de ganso con acné. Esta vez me tocaba a mí hacer las preguntas de rigor mientras daba la vuelta a la mesa: «¿Qué puntuación tienes?». «¿Cuáles son tus puntos flacos?». «¿Con cuántas chicas te gustaría acostarte?».
A sus veinte años, Exoticoption se había acostado con dos mujeres.
—Por lo general, no me cuesta entrarles a las chicas; incluso se me da bien —dijo al tiempo que apoyaba un brazo sobre el respaldo del asiento vacío que tenía al lado—. Lo que me cuesta es dar el siguiente paso. No soy capaz de seguir adelante; ni siquiera cuando noto que le gusto a la chica.
A sus treinta y tres años, Jerry se había acostado con tres mujeres.
—Me gusta ir a cafés y a sitios por el estilo. Siempre voy a lugares tranquilos. No me siento cómodo en las discotecas.
A sus veintidós años, Sasha decía haberse acostado con una mujer, aunque Mystery y yo sospechábamos que exageraba; al menos, en una.
—Me gusta ligar porque es como Dragones y Mazmorras. Cuando aprendo un nega, o cualquier otra técnica nueva, me siento como si hubiera conseguido un bastón o un hechizo.
Uno a uno, nuestros alumnos pusieron sus miedos —y sus grabadoras— sobre la mesa. Ahora, me tocaba a mí introducirlos en el juego.
La parte teórica resultó fácil. Todo lo que tuve que hacer fue evitar que Mystery se saliera de la rutina de iniciación acostumbrada, pues le encantaba el sonido de su propia voz.
El verdadero desafío llegaría cuando pasáramos a la práctica.
Enviamos a los chicos en distintas misiones a las mesas de nuestro alrededor. Les dijimos que abordaran a varios grupos —sets[2], como prefería llamarlos Mystery—, y estudiamos su lenguaje corporal y las consiguientes reacciones y respuestas de las mujeres. Después lo repasamos todo con ellos.
«Te has inclinado demasiado hacia el set y eso transmite necesidad. Ponte recto y balancea el peso del cuerpo sobre el pie de detrás, como si fueses a marcharte en cualquier momento».
«Al quedarte tanto tiempo, has hecho que se sientan incómodas. Deberías haberte puesto un límite de tiempo. Por ejemplo, podrías haber dicho: "Sólo puedo quedarme unos minutos, porque mis amigos me están esperando". Así no les hubiera preocupado la posibilidad de que te pegaras a ellas».
Sasha fue quien peor lo hizo. Vacilaba en las aproximaciones y se miraba continuamente los pies, demostrando falta de confianza en sí mismo. Si alguna chica lo escuchaba, era por educación.
Me fijé en dos chicas sentadas a la barra; una de ellas, de aspecto delicado y cabello negro, y la otra más alta, con un perfecto moreno de bote, marcados hoyuelos y el pelo rubio recogido en multitud de trenzas, al estilo Bo Derek. Ambas irradiaban energía y seguridad en sí mismas. Desde luego, no eran un set fácil. Y por eso mismo elegí a Sasha.
—Acércate a ese set de dos de la barra —le dije—. Diles que estás con unos amigos norteamericanos y pregúntales si conocen algún sitio animado al que podamos ir.
Era una misión condenada de antemano al fracaso. Sasha se acercó a ellas humildemente por detrás e intentó llamar su atención en varias ocasiones. Y, cuando por fin lo consiguió, apenas la mantuvo durante unos segundos. Como tantos otros hombres, se comunicaba sin energía. Todos esos años de inseguridades y ostracismo social habían acabado por ocultar su fuerza y su alegría en lo más profundo de su ser. Cada vez que abría la boca, el mensaje que farfullaba llegaba con perfecta claridad: «He nacido para ser ignorado».
—Ayúdalo —me dijo Mystery mientras observábamos cómo Sasha vacilaba, sin saber qué más decirle a la rubia con el peinado a lo Bo Derek.
—¿Qué?
—Ve con él. Demuéstrales a los chicos cómo se hace.
Primero, el miedo se apodera de tu pecho, se agarra suavemente a la base de tu corazón. Después empiezas a sentirlo de verdad. El estómago se te hace un nudo, la garganta se te cierra, y tragas, intentando luchar contra la sequedad. Y te intentas convencer a ti mismo de que, cuando abras la boca, tu voz sonará clara y confiada. A pesar de todo mi entrenamiento, estaba aterrorizado.
Por lo general, las mujeres son más perceptivas que los hombres. Siempre saben cuándo alguien les está mintiendo. Así que un maestro de la seducción tiene que ser congruente con su técnica y creer de veras en lo que dice. La otra opción es ser un gran actor. Cualquiera que se preocupe por lo que una mujer piense de él está condenado al fracaso. Cualquiera al que una mujer sorprenda pensando en acostarse con ella —eso es, antes de que ella piense en acostarse con él— fracasará. Y la mayoría de los hombres pensamos en acostarnos con las chicas antes de que lo hagan ellas. No podemos evitarlo; somos así por naturaleza.
Mystery lo llama homeóstasis social dinámica. Es una paradoja que nos golpea todos los días; por un lado, nuestro incontenible deseo de acostarnos con una chica y, por otro, la necesidad de protegernos de la humillación pública. Según Mystery, ese miedo existe porque estamos programados evolutivamente para vivir una existencia tribal, en la que toda la tribu se entera cuando un hombre es rechazado por una mujer. Entonces, el hombre es condenado al ostracismo, y sus genes, como suele decir Mystery, quedan al margen de la cadena evolutiva.
Ignorando el miedo, valoré racionalmente la situación mientras me acercaba a la barra. El problema de Sasha era su posicionamiento. Las dos chicas estaban sentadas de cara a la barra y él se había aproximado desde atrás, de tal manera que ellas habían tenido que darse la vuelta para hablar con él.
Pero, en cuanto quisieran dejar de hablar con él, les bastaría con volver a darse la vuelta, dándole de nuevo la espalda.
Miré hacia atrás. Mystery y nuestros otros dos alumnos me observaban. Tenía que trabajar bien los ángulos. Me aproximé al set de dos desde el lado derecho de la barra, el lado en el que estaba la chica del pelo negro; el obstáculo, como diría Mystery.
—Hola —me aclaré la garganta—. Soy el amigo del que os ha hablado Sasha. Decidme, ¿qué sitio nos recomendáis?
Tanto las chicas como Sasha recibieron mi presencia con un silencioso suspiro de alivio, pues mi llegada hacía que la situación resultase menos incómoda para todos.
—Reka es divertido para cenar —dijo la chica del pelo negro—. Algunos de los barcos del río están bien, como Lukas, Cruz o Exil. Y Underground y Ra también son divertidos, aunque yo no suelo ir a ese tipo de sitios.
—Oye, ya que estoy aquí, ¿os importa que os haga otra pregunta? —Ya estaba en terreno conocido—. ¿Creéis en la magia?
A esas alturas yo ya me sabía de memoria esa técnica: la historia de un supuesto amigo que se había enamorado de una rnujer como consecuencia de un hechizo lanzado por ella. Así que, mientras mi boca hablaba, mi cerebro pensaba en términos de estrategia. Tenía que reposicionarme para quedar junto a la rubia si quería robarle la chica a mi alumno.
—Os lo pregunto porque yo antes no creía en esas cosas, pero hace poco me pasó algo increíble —continué diciendo—. Mira —le dije a la rubia—, deja que te enseñe algo.
Rodeé las banquetas hasta posicionarme junto a mi objetivo.
Pero, aunque ahora estaba donde quería, todavía tenía que encontrar un sitio donde sentarme. Si no, mi presencia acabaría por incomodarla. Desgraciadamente, no había ningún taburete vacío, así que tendría que improvisar.
—Enséñame las manos —le dije—. ¿Te importaría levantarte para que pueda verlas mejor?
Y, en cuanto ella se levantó, yo me senté en su taburete. Por fin estaba donde quería. Ahora era ella la que estaba de pie, sin saber qué hacer. Como en una partida de ajedrez, yo acababa de realizar un movimiento impecable.
—Acabo de robarte el asiento —me reí.
Ella sonrió y me golpeó juguetonamente el brazo. La partida había comenzado.
—Acércate un poco más —continué diciendo—. Si quieres, podemos intentar un experimento. Pero sólo puedo quedarme un momento. Ahora mismo te devuelvo tu asiento.
Aunque no conseguí adivinar su número (era el diez), ella se divirtió. Mientras hablábamos, vi cómo Mystery se acercaba a Sasha y le decía que mantuviera ocupada a la chica del pelo negro, para que no se entrometiese en mi juego.
Marko tenía razón: las chicas de Belgrado eran guapísimas. Además, eran extremadamente inteligentes y hablaban inglés casi mejor que yo. La verdad es que disfruté hablando con esa chica; resultaba cautivadora, había leído mucho y tenía un máster en administración de empresas.
Cuando llegó el momento de irse, le dije que me gustaría verla otra vez antes de regresar a Estados Unidos. Ella sacó un bolígrafo del bolso y me dio su número de teléfono. Acababa de ganarme el respeto de mis alumnos. Sí, Style era un verdadero maestro de la seducción.
Mientras tanto, Sasha seguía hablando con la chica del pelo negro.
—Dile que tenemos que irnos y pídele su e-mail —le susurré al oído.
Él lo hizo y… ¡milagro! La chica se lo dio.
Nos unimos a los demás y salimos del café. Sasha era un hombre nuevo.
Emocionado, se puso a saltar como un niño en la calle, al tiempo que cantaba en serbio; era la primera vez que una chica le daba su dirección de correo electrónico.
—Estoy tan contento —exclamó—. Creo que éste es el mejor día de mi vida.
Como sabe cualquiera que lea el periódico o historias sobre crímenes reales, un importante porcentaje de los delitos violentos que se cometen, desde secuestros hasta asesinatos, son consecuencia de la represión de los impulsos sexuales. De ahí que, al recuperar para la sociedad a tipos como Sasha, Mystery y yo, estábamos haciendo del mundo un lugar más seguro.
Mystery me rodeó los hombros con el brazo y me apretó la cara contra su abrigo de mago.
—Estoy orgulloso de ti —dijo—. No sólo has conseguido a la rubia, sino que lo has hecho delante de los chicos; ahora ellos saben que es posible.
Fue entonces cuando me di cuenta de uno de los efectos secundarios del juego. En mi cabeza, hombres y mujeres estaban separados por un abismo cada vez mayor. Yo empezaba a ver a las mujeres como meros indicadores cuya utilidad principal era medir mis avances como maestro de la seducción. Eran los parámetros de mi test, identificables tan sólo por el color del pelo y un número: una rubia 7, una morena 10. Incluso cuando entablaba una conversación de interés, o cuando una mujer compartía conmigo sus sueños y sus puntos de vista, mentalmente yo sólo estaba tachando un paso superado de mi lista. Al fortalecer los lazos que me unían a otros hombres, estaba desarrollando una actitud poco sana hacia el sexo opuesto. Y lo más preocupante de todo era que esa actitud era precisamente la que me permitía tener más éxito con las mujeres.
Después, Marko nos llevó a Ra, una discoteca ambientada en el antiguo Egipto cuya puerta estaba presidida por dos estatuas de hormigón del dios Anubis. Estaba prácticamente vacía. Dentro sólo había guardias de seguridad, camareros y un grupo de nueve ruidosos serbios sentados en taburetes alrededor de una pequeña mesa redonda.
Estábamos a punto de irnos cuando Mystery se dio cuenta de que había una chica entre los serbios. Era joven y delgada, con el pelo muy largo y un traje rojo que dejaba a la vista unas piernas tan hermosas como largas. Era un set imposible: una chica sola rodeada por nueve tipos corpulentos con el pelo rapado, al estilo militar; hombres que, sin duda, habrían luchado en la guerra, que probablemente habrían matado a otros hombres. Y Mystery iba a acercarse a la mesa.
El maestro de la seducción es la excepción a la regla.
—Toma —me dijo—. Junta las manos y entrelaza los dedos, y cuando te diga que abras las manos, tú actúa como si no pudieras hacerlo.
Acto seguido, Mystery hizo como si sellara mis manos mediante el arte del ilusionismo y yo fingí la correspondiente sorpresa.
El espectáculo atrajo la atención de los porteros de la discoteca, que lo desafiaron a intentar hacer lo mismo con sus puños. Pero Mystery los obsequió con su truco de parar las agujas del reloj. Apenas unos minutos después, el encargado de la discoteca nos estaba invitando a unas copas y el grupo de serbios, incluida la chica, nos observaba atentamente.
—Si sois capaces de conseguir que una chica os envidie —le dijo Mystery a nuestros alumnos—, conseguiréis que se acueste con vosotros.
Mystery estaba trabajando con dos principios. Por un lado, estaba demostrando su valía al ganarse la atención de los encargados de la discoteca, y, por otro, estaba usando un peón; en otras palabras, estaba sirviéndose de un grupo para conseguir llegar a otro grupo, al que resultaba más difícil acceder.
Como colofón, Mystery le dijo al encargado que haría levitar una botella. Se acercó a la mesa de los serbios, les pidió que le prestaran una botella vacía de cerveza y la hizo flotar en el aire durante unos segundos. Había conseguido el acceso al grupo donde estaba su objetivo. Obsequió a los chicos con varios trucos más mientras ignoraba a la chica. Pasados los cinco minutos de rigor, implacable, empezó a hablar con ella, y unos minutos después la aisló de los demás, llevándola a un asiento cercano. Había utilizado como peones a todos los hombres presentes en la discoteca para conseguir llegar hasta ella.
Como la chica apenas hablaba inglés, Mystery usó a Marko como traductor. —Todo lo que has visto esta noche no es más que una ilusión —le dijo a través de Marko—. La he creado para poder conocerte. Es mi regalo para ti.
Finalmente intercambiaron sus números de teléfono. Después, Mystery y Marko se reunieron con el resto de nosotros en la barra y juntos nos dirigimos hacia la salida. Pero, antes de que pudiéramos salir, uno de los MAG de la mesa nos cortó el paso. La ajustada camiseta negra que llevaba puesta revelaba una corpulencia que hacía que el cuerpo de Mystery pareciese el de una mujer.
—Así que te gusta Natalija, ¿eh, hombre mago?
—¿Natalija? Sí, hemos quedado en volver a vernos. ¿O es que no te parece bien?
—Natalija es mi novia —dijo el MAG—. Aléjate de ella.
—¿No crees que eso debería decidirlo ella? —dijo Mystery al tiempo que daba un paso hacia el MAG.
Mystery no se había acobardado; el muy idiota.
Mientras miraba las manos del MAG, yo me pregunté cuántos cuellos croatas habría roto durante la guerra.
El MAG se levantó el jersey, dejando ver la culata negra de una pistola.
—A ver si puedes doblar esto, hombre mago.
No era una invitación; era una amenaza.
Marko se volvió hacia mí, aterrorizado.
—Tu amigo va a hacer que nos maten —dijo—. Estas discotecas están llenas de ex combatientes y de mañosos. Para esta gente, matar es lo más normal del mundo.
Mystery colocó una mano delante de la frente del MAG.
—¿Recuerdas cómo moví la botella sin tocarla? —le preguntó—. Pesa ochocientos gramos. Ahora, imagínate lo que podría hacerle a una de las diminutas neuronas que tienes en el cerebro.
Chasqueó los dedos, recreando el sonido de una neurona al romperse.
El MAG miró fijamente a Mystery, intentando decidir si era un farol.
Mystery le sostuvo la mirada. Pasaron dos segundos. Después tres, cuatro, cinco. Yo no podía soportar la tensión. Ocho, nueve, diez. El MAG se bajó el jersey, ocultando la culata de la pistola.
Mystery jugaba con ventaja en Belgrado, pues allí nadie había visto a un mago actuando en directo; tan sólo habían visto magos en la televisión. Así que, al demostrar que la magia era algo más que un truco televisivo, Mystery había dado vida a una vieja superstición: aquella según la cual la magia podía ser algo real. El MAG permaneció quieto donde estaba, mientras nosotros salíamos de la discoteca sin un solo rasguño.