CAPÍTULO 1
Bastó con una mujer para acabar con Proyecto Hollywood.
A primera vista, Katya era una chica marchosa como otra cualquiera. Le gustaba beber, bailar, follar y drogarse, aunque no necesariamente en ese orden. Pero —fuese por inocencia, por venganza o por verdadero amor— lo cierto es que Katya iba a acabar con la mansión. Todos esos años de cuidadoso análisis, todas esas técnicas y esos patrones de comportamiento, todas esas botas de plataforma no fueron rivales para una mujer despechada.
Cuando volví de Nueva York, Mystery acababa de impartir un nuevo taller. Ahora cobraba mil quinientos dólares por taller, y la gente los pagaba. Se habían apuntado cinco alumnos, garantizándole unos cuantiosos beneficios a cambio de pasar un fin de semana hablando y sargeando. Katya no era más que uno de los muchos números de teléfono que había conseguido la primera noche. La había conocido en un bar de Hollywood que se llamaba Star Shoes. Ella estaba borracha.
Los lunes eran días de llamadas en Proyecto Hollywood. Todos llamaban a las chicas que habían cerrado con número de teléfono durante el fin de semana para averiguar con cuáles podían llegar más lejos y con cuáles no merecía la pena seguir intentándolo. Ese lunes, la única chica que respondió a las llamadas de Mystery fue Katya. Si ella no hubiera estado en casa en ese momento, nuestras vidas serían muy distintas ahora.
A pesar de todas nuestras técnicas, aparearse no deja de ser una actividad que depende en gran medida del azar. Todas las mujeres se encuentran en un momento distinto de su vida cuando nos cruzamos con ellas. Pueden estar buscando al hombre de su vida, un revolcón de una noche, un marido o un polvo de revancha. O puede que no estén buscando nada en absoluto, que tengan una relación que las satisfaga o que se estén recuperando de una relación emocionalmente destructiva.
Katya buscaba un lugar donde poder quedarse.
Cuando Mystery la llamó, ella ni siquiera se acordaba de él. Aun así, tras media hora de conversación (o de cimentación de confianza, como lo llamó Mystery), accedió a venir a la mansión.
—No te arregles demasiado —le dijo Mystery—. Sólo voy a poder dedicarte un par de horas.
Usar términos como «no demasiado» e introducir una limitación temporal formaban parte de una estrategia que tenía como objetivo convertir la visita en un acontecimiento carente de tensión para la mujer. Es una manera mucho mejor de conseguir que una chica te dedique parte de su tiempo que las típicas citas de los TTF, un asunto potencialmente doloroso que obliga a dos personas que pueden no tener nada en común a compartir una larga velada de incómodas conversaciones. Katya apareció con un chándal rosa y un pequeño y descuidado terrier al que llamaba Lily. Tanto Katya como Lily se sintieron inmediatamente como en casa: la primera se durmió en la piscina de cojines y la segunda se cagó en la moqueta.
Mystery salió de su habitación con una camiseta negra de manga larga, pantalones vaqueros y el pelo recogido en una coleta.
—Voy a conectar el portátil al proyector —le dijo a Katya—. Quiero enseñarte unas películas que he hecho.
—Bien —le contestó Katya animadamente con su marcado acento ruso. Tenía una naricita que se movía continuamente, unas mejillas sonrosadas y una corta melena rubia que parecía flotar sobre su cuerpo, acentuando su atractivo.
Mystery bajó las luces y le enseñó nuestros vídeos caseros. De un tiempo a esta parte, los vídeos se habían convertido en una popular técnica, pues nos permitían mostrar cualidades positivas sin tener que hablar siquiera. Después de los vídeos, Mystery y Katya se dieron mutuos masajes y terminaron besándose. Tres días después, tras varios momentos de RUH, cerraron con un completo.
—Me voy de mi apartamento —le dijo un día Katya a Mystery—. ¿Te importa que deje a Lily aquí este fin de semana? Me voy a Las Vegas.
Dejar a Lily en la mansión demostró ser una táctica muy astuta, pues mientras Katya estuvo fuera, todos le cogimos cariño a la perra —que era tan juguetona como adorable— y, por extensión, a su dueña. Tenían personalidades similares. Las dos eran juguetonas y animadas, y a las dos les gustaba chuparle la cara a Mystery.
Cuando Katya volvió de Las Vegas, Mystery la ayudó a sacar las cosas de su viejo apartamento.
—Me parece completamente ridículo que alquiles otro apartamento cuando sabes que vas a pasar la mayor parte del tiempo en la mansión —le dijo a Katya—. ¿Por qué no te instalas en mi habitación?
Todo lo que tenía Katya eran dos bolsas de lona, un maletín de maquilladora profesional, a Lily y un Mazda cuatro por cuatro lleno de ropa y zapatos. Por lo que sabíamos, Katya no tenía trabajo ni fuente alguna de ingresos, aunque había posado como modelo para un par de calendarios baratos de chicas en biquini. Por las tardes iba a una academia a aprender maquillaje para efectos especiales. Por las noches, al volver de clase, se paseaba por la mansión con falsas quemaduras de soga en el cuello o un trozo de cerebro saliéndosele de una herida en la frente o las arrugas y las manchas hepáticas de una mujer de noventa años.
Katya se adaptó rápidamente al estilo de vida de la mansión. Se había ofrecido voluntaria para hacer de pivote en los talleres de Papa, le pintaba los ojos a Herbal cada vez que éste salía de noche, limpiaba la cocina a pesar de que todos los demás éramos demasiado perezosos para ayudarla, salía de compras con Xaneus y hacía de anfitriona en las fiestas de Playboy.
Katya tenía un don innato para llevarse bien con todo el mundo, pero su motivación para hacerlo no acababa de estar clara: puede que sencillamente le gustaran las personas o puede que apreciara la oportunidad de tener una casa sin pagar alquiler. Sea como fuere, Katya le había dado a la mansión sus primeros rayos de calor y de camaradería desde aquella primera noche, en el jacuzzi, cuando habíamos soñado con un futuro compartido. Katya me caía bien. Katya nos caía bien a todos. Hasta dejamos que su hermano de dieciséis años, un chico con síndrome de Tourette y pelo de escoba, se instalara en la piscina de cojines.
Mystery parecía especialmente satisfecho de sí mismo; Katya era la primera chica con la que tenía una relación más o menos estable desde que Patricia lo había dejado.
—Lo cierto es que soy completamente feliz con mi chica —dijo una tarde con orgullo ante la foto del calendario de Katya en biquini a un grupo de MDLS—. Pienso continuamente en ella. Tengo un instinto de protección muy desarrollado. Quiero cuidar de esa chica y asegurarme de que nunca le pase nada.
Más tarde, esa misma noche, mientras Herbal preparaba unos filetes en la barbacoa, Katya y yo nos metimos en el jacuzzi con una botella de vino.
—Estoy asustada —me dijo ella.
—¿Por qué? —pregunté yo, aunque creía saberlo.
—Me estoy enamorando de Mystery.
—Mystery es un tío fantástico. Y tiene mucho talento.
—Ya lo sé —dijo ella—. Pero nunca me había sentido así. No lo conozco lo suficiente. Estoy asustada.
No dijo nada más. Permaneció en silencio, esperando que yo dijera algo, que le dijera que estaba cometiendo una equivocación. Pero yo no dije nada.
Un par de días después, volé a Las Vegas con Mystery y con Katya. La primera noche, mientras nos cambiábamos para salir, Mystery insistió en su tema favorito durante las últimas semanas.
—Me encanta esa chica —me dijo mientras se pintaba de negro la raya de los ojos y se cubría las ojeras con maquillaje—. Si hasta es bisexual. De vez en cuando se acuesta con una pareja de amigos de Nueva Orleans. —Se ajustó el sombrero vaquero negro que se había comprado en Australia y se admiró en el espejo—. Me siento como si estuviera creando lazos de pareja.
Cenamos en Mr Lucky’s, en el Hard Rock Casino. Katya bebió dos copas de champán. Después fuimos al Paradise, un club de striptease, donde Katya bebió otras dos copas de champán.
—¿Verdad que es superatractiva? —le comentó Katya a Mystery cuando la camarera se acercó a atendernos.
Mystery la miró de arriba abajo. Era una latina con actitud desenfadada. Tenía una larga melena negra que reflejaba las luces del escenario y un cuerpo que amenazaba con hacer explotar su ajustado vestido.
—¿Has visto la película Poltergeist? —le preguntó Mystery al tiempo que hacía flotar en el aire una de las pajitas de su bebida. Después le dijo que no le gustaría y le preguntó si era famosa por algo—. Todo el mundo es famoso por algo —dijo.
A partir de ese momento, la camarera se pasaba por la mesa siempre que tenía la oportunidad para flirtear con Mystery.
—Me encantaría ver a esa chica devorándote —le dijo Mystery a Katya.
—Lo que quieres es follártela —replicó ella arrastrando las palabras.
Supongo que, para cualquier mujer, y especialmente para una mujer borracha, tiene que resultar difícil ver cómo el hombre del que está enamorada usa con otra mujer las mismas técnicas que la cautivaron a ella.
Katya se levantó y se alejó hecha un basilisco. Mystery la siguió, intentando calmarla. Pero, al ver que no entraba en razón, finalmente fue él quien salió a la calle como un niño enfadado. Aunque Katya era bisexual, Mystery seguía sin conseguir tener ese trío que siempre había anhelado. Siempre cometía el mismo error: ejercía demasiada presión. Debería seguir el consejo de Rick H. e intentar amoldar el encuentro sexual a las fantasías de las chicas en vez de a las suyas propias.
Volví a Los Ángeles a la mañana siguiente. Mystery y Katya iban a quedarse en el hotel hasta la hora de su vuelo, que salía por la tarde.
Al cabo de un par de horas, me llamaron por teléfono.
—Soy Katya —dijo ella.
—Hola, Katya. ¿Pasa algo?
—No. Mystery quiere que nos casemos. Se ha arrodillado en la piscina del Hard Rock y se me ha declarado. Todo el mundo se ha puesto a aplaudir. ¡Ha sido tan bonito! ¿Crees que debería aceptar?
La única razón por la que se me ocurría que Mystery podría querer casarse con alguien era para conseguir un pasaporte estadounidense. Pero Katya no era ciudadana norteamericana; seguía teniendo pasaporte ruso.
—Es mejor no apresurarse con una decisión así —la aconsejé—. Si quieres, puedes comprometerte con él, pero yo no me casaría tan de prisa. En Las Vegas celebran ceremonias de compromiso. Podéis hacer eso. Después esperad un poco antes de casaros; así podréis estar seguros de que realmente queréis hacerlo.
Mystery se puso al teléfono.
—Te vas a cabrear conmigo —me dijo—, pero nos vamos a casar. Quiero a esta chica. Es maravillosa. Ahora mismo vamos de camino a la capilla. Bueno, tengo que dejarte. Adiós.
Mystery era un estúpido.
Esa noche, Mystery entró en Proyecto Hollywood con Katya en los brazos y cantando «Ya se han casado».
Hacía tres semanas que se conocían.
—Mira el anillo que me ha regalado —me dijo Katya sin disimular su emoción—. ¿A que es precioso?
—Nos costaron ocho mil dólares —declaró Mystery con orgullo.
Ocho mil dólares era más o menos el dinero que debía de tener Mystery en su cuenta. Aunque ingresaba montañas de billetes gracias a los talleres, era muy aficionado a todo tipo de juguetes: ordenadores, cámaras digitales, agendas electrónicas… Básicamente cualquier cosa que llevara un chip.
—Todo este asunto de casarse es la mejor técnica que he usado nunca —me dijo Mystery mientras Katya estaba en el cuarto de baño—. Ahora me adora. Le encanta decir que soy su marido. Es como una distorsión temporal.
—Pero, tío —le dije yo—, es una locura. Es la peor técnica del mundo. Sólo puedes usarla una vez.
Mystery se acercó a mí y se quitó el anillo.
—Voy a contarte un secreto —me susurró al oído al tiempo que ponía el anillo en mi mano—. No estamos realmente casados.
Si cualquier otro MDLS me hubiera dicho que acababa de casarse en Las Vegas con una chica a la que acababa de conocer, no habría tenido la menor duda de que estaba mintiendo. Pero Mystery era tan testarudo y tan impredecible que le había concedido el beneficio —o, para ser más preciso, el detrimento— de la duda. —Cuando te fuiste, encontramos una tienda de bisutería en el Hard Rock y decidimos fingir nuestro matrimonio. Así que compré dos anillos por cien dólares. ¿Verdad que Katya es buena mintiendo? Te lo has tragado todo.
—Desde luego. Tengo que reconocer que sois buenos actores.
—No le digas a Katya que te lo he dicho. Está disfrutando mucho con su papel.
A nivel emocional, para ella es casi como si realmente se hubiera casado.
Mystery tenía razón: la percepción es realidad. Durante los días que siguieron a su vuelta, su relación cambió por completo. De hecho, empezaron a comportarse como un típico matrimonio.
Ahora que vivía con una mujer, Mystery ya no se sentía obligado a salir tan a menudo. A sus ojos, las discotecas eran para sargear. A ojos de Katya, sin embargo, estaban hechas para bailar. Así que ella empezó a salir sin él. Mystery, en cambio, ya casi nunca salía de su cuarto; para ser exactos, prácticamente no se levantaba de la cama. Resultaba difícil saber si sencillamente estaba haciendo el vago o si se estaba sumiendo en una nueva depresión.
Existe un patrón que los MDLS llaman pedruscos contra oro. Es la charla que le da un hombre a la mujer con la que está saliendo cuando ella deja de acostarse con él. Le dice que lo que las mujeres buscan en una relación son pedruscos (o diamantes), mientras que los hombres buscan oro. Para las mujeres, los pedruscos son salir por la noche, el romanticismo y crear un lazo emocional. Para los hombres, el oro es el sexo. Si sólo le das oro a una mujer o si sólo le das pedruscos a un hombre, ninguno de los dos se sentirá satisfecho. Tenía que haber un intercambio. Y aunque Katya le daba a Mystery su oro, él ya no le daba a ella sus pedruscos. Para empezar, ya nunca salían de casa.
Y el resentimiento no tardó en aparecer.
Él decía:
—Se emborracha todas las noches. No puedo soportarlo más.
Ella decía:
—Cuando lo conocí tenía todo tipo de planes y ambiciones. Ahora ni siquiera se levanta de la cama.
Él decía:
—Nunca se calla. Siempre está diciendo alguna tontería.
Ella decía:
—Me emborracho todas las noches para olvidar mi realidad.
Mystery necesitaba a una chica con menos energía. Katya necesitaba a un hombre más activo.
En cuanto al resto de nosotros, la situación sencillamente nos entristecía. Después de vivir tantos meses en una casa en la que sólo había hombres, nos habíamos acostumbrado a la energía positiva y al optimismo de Katya.
Aunque supiera todo lo que había que saber sobre el arte de seducir a las mujeres, Mystery no tenía ni idea de cómo convivir con ellas. Tenía a una bellísima criatura, una mujer llena de vida y de alegría, y la estaba echando de su lado.
Pronto llegaría a Proyecto Hollywood una mujer con una energía muy distinta de la de Katya.
Recibí el mensaje en mi móvil a las once y treinta y nueve de la noche.
«¿Puedo quedarme en tu casa? Me han confiscado el coche. Y otras cosas peores. Necesito compañía».
Era Courtney Love.