CAPÍTULO 9
Un domingo por la tarde, al volver a Los Ángeles, encontré un mensaje de Cliff, de Cliff’s List, en el contestador. Estaba en California y quería presentarme a su nuevo ala, un motero reconvertido en obrero de la construcción que se llamaba a sí mismo David X.
Cliff formaba parte de la Comunidad desde sus inicios. Ya hacía algunos años que había cumplido los cuarenta, y era tan agradable como intranquilo.
Aunque era apuesto, desde el punto de vista convencional, también era el vivo ejemplo de una persona sosa. Parecía salido de una serie de televisión de los años cincuenta. En casa tenía más de mil libros sobre el arte de ligar. Ejemplares del Pick-Up Times[1], una revista de escasa vida de los años 70; una primera edición del clásico de Eric Weber Cómo ligar con chicas, y rarezas misóginas con títulos como La seducción comienza cuando la mujer dice que no.
David X era uno de los seis MDLS que Cliff había descubierto y promocionado desde 1999. Cada MDLS tenía su especialidad, y la de David X era manejar un harén o, lo que es lo mismo, hacer malabarismos para mantener relaciones con varias mujeres al mismo tiempo sin mentirle a ninguna de ellas.
Yo, desde luego, no me esperaba lo que vi al entrar al restaurante chino con Cliff. David X posiblemente era el MDLS más feo que había visto en mi vida. Comparado con él, Ross Jeffries parecía un modelo de ropa interior de Calvin Klein. David X era inmenso, estaba prácticamente calvo, hablaba como alguien que acaba de fumarse cien mil paquetes de cigarrillos y tenía tantas verrugas en la cara que parecía un sapo.
La reunión con David X fue como tantas otras que había tenido antes; aunque las reglas siempre fuesen distintas. Las de él eran dos:
- ¿A quién le importa lo que pueda pensar ella?
- Tú eres la persona más importante de la relación.
Su lema era no mentirle nunca a una mujer. Además, alardeaba de saber aprovechar lo que decían las mujeres para conseguir acostarse con ellas. Por ejemplo, al conocer a una chica en un bar conseguía que ella le dijera que era espontánea y que no tenía reglas; luego, si ella vacilaba a la hora de irse con él, David X le decía: «Creía que eras espontánea. Creía que siempre hacías lo que te apetecía».
—Las únicas mentiras que me oirás decir son «no me correré en tu boca» y «sólo te la frotaré un poco por el culo» —dijo, repantigado en su asiento, como una rodaja de queso a punto de derretirse.
Desde luego, no era una imagen nada gratificante.
A lo largo de la cena no dejó de decirme, una y otra vez, que su filosofía era contraria a todo lo que yo había aprendido con Mystery. David X era un perfecto ejemplo de la teoría del bocazas de Cliff; un macho alfa innato.
—Hay tíos como yo y tíos como tú o como Mystery —alardeó—. Mientras vosotros todavía estáis haciendo truquitos de magia en el bar, yo ya voy por el segundo plato.
A pesar del bocazas de David X, la cena resultó interesante, pues aprendí pequeños trucos que usaría cientos de veces en el futuro. Además, esa noche me di cuenta de algo importante: no necesitaba más gurús.
Ya tenía toda la información que necesitaba para convertirme en el mejor MDLS del mundo.
Dominaba cientos de frases de entrada, cientos de comentarios de chulo gracioso, cientos de formas de demostración de valía, cientos de poderosas técnicas sexuales… Me habían hipnotizado hasta hacerme llegar al Valhalla. No, ya no necesitaba aprender nada más. A no ser que fuese por diversión, claro. Lo que debía hacer ahora era practicar en el campo del sargeo, calibrar cada movimiento, perfeccionar cada técnica… Estaba listo para el taller de Miami.
Al volver a casa me hice a mí mismo una promesa: si alguna vez volvía a conocer a otro gurú, no sería como un alumno, sino como un igual.