El ejército Cataginés
Aunque la población total de Cartago pasaba de setecientos mil habitantes, los ciudadanos de pleno derecho eran relativamente pocos. Además, desde muy pronto dejaron de tomar las armas en defensa de su ciudad y confiaron en tropas extranjeras para ese menester.
Se trataba de una práctica habitual en muchas ciudades de la Antigüedad, y estaba directamente relacionada con su prosperidad y con cierta decadencia moral. Así ocurrió en el siglo IV con Atenas, que confió cada vez más en mercenarios y menos en sus propios ciudadanos, para desesperación del orador Demóstenes…, que no destacó precisamente como guerrero. También sucedió en la opulenta Tarento, que recurrió a Pirro para que le sacara las castañas del fuego. Con el tiempo, la propia Roma sufriría una evolución parecida, aunque con matices diferentes.
Volviendo a los cartagineses, los más acomodados sólo empuñaban las armas si la ciudad sufría una amenaza excepcional y directa, tal como ocurrió cuando el cónsul Régulo invadió África, en la guerra que libró Amílcar Barca contra los mercenarios o en vísperas de la batalla de Zama. Cuando combatían, lo hacían a la manera griega, formando una falange apretada, con escudos y lanzas. Aunque se tratase de la crème de la crème de la sociedad, debido a su falta de adiestramiento no puede decirse que fueran una fuerza de élite, y como mucho sumaban diez mil hombres.
En realidad, los cartagineses no poseían un ejército permanente, sino tropas temporales que reclutaban y pagaban para misiones completas. El ejército del que más sabemos es el que luchó en la Segunda Guerra Púnica a las órdenes de Aníbal, y es el que describo a continuación.
El núcleo de la infantería pesada lo constituían los soldados libios y libofenicios. (Estos últimos eran habitantes de las colonias fenicias del norte de África, aliados de Cartago; el nombre parece indicar que eran de ascendencia mixta). Su armamento era parecido al de los hoplitas griegos: escudo redondo, coraza rígida de varias capas de lino, yelmo y lanza. Combatían en formación cerrada y con gran disciplina, como demostraron en varias batallas en Italia.
Las tropas de infantería ligera estaban armadas con escudos pequeños y jabalinas, y las suministraban tanto los libios como los númidas, que vivían más al oeste.
Pero los númidas destacaban sobre todo como jinetes. Montaban a pelo y sin bridas, manejando a sus monturas con las rodillas, ya que tenían las manos ocupadas con el escudo y con las jabalinas. Obviamente, era una caballería ligera que no buscaba el choque. Pero su rapidez, su valor y su puntería la hacían muy valiosa para perseguir al enemigo, acosarlo o atraerlo a encerronas.
Con el tiempo, Cartago amplió sus dominios y contrató mercenarios en otros lugares. De España provenían los afamados honderos baleares. Se decía que aprendían a manejar la honda desde niños, por la cuenta que les traía: sus madres les ponían los trozos de pan encima de un palo, y sólo podían comerse aquellos que lograban tirar al suelo con sus proyectiles. Cada soldado llevaba tres hondas, una en la cabeza a modo de diadema, otra enrollada en la cintura y otra más en la mano.
Los hispanos también suministraban infantería ligera y pesada. Como arma ofensiva llevaban una lanza con la punta dentada y forjada toda ella en hierro, y también una jabalina parecida al pilum romano. Pero, sobre todo, eran famosos por sus espadas. Las había de dos tipos. Uno, el llamado gladius hispaniensis, el modelo que adoptaron las legiones, de hoja recta, doble filo y unos sesenta centímetros de longitud. El otro era la falcata, más corta, con la hoja curvada y un solo filo. El gladius resultaba más apropiado para asestar estocadas y la falcata para dar tajos, aunque ambas eran bastante versátiles.
En la Segunda Guerra Púnica también combatieron tropas galas. Sus guerreros de a pie peleaban desnudos, o cubiertos tan sólo con unos pantalones, ya que el manto de lana que constituía su vestimenta habitual debía de resultarles muy agobiante en verano. Se protegían con grandes escudos ovalados y llevaban lanzas de dos metros y medio. También blandían grandes espadas de doble filo y casi un metro de hoja.
La información de Polibio de que estas hojas se doblaban es errónea. Los herreros galos eran tan hábiles que poseían una reputación casi de magos. De hecho, fueron los galos —los celtas en general— quienes empezaron a fabricar cotas de malla en Europa hacia el siglo IV a.C.
Esas cotas de malla las llevaban sobre todo sus jinetes, guerreros escogidos de entre la nobleza que también sirvieron en la Segunda Guerra Púnica como caballería pesada. Siglos después, Estrabón comentó que los galos eran muy belicosos, pero mejores guerreando a caballo que a pie.
Como vemos, el ejército cartaginés era una complicada amalgama. Resumiendo, contaba con:
- Infantería pesada formada por libios, libofenicios, hispanos (iberos sobre todo) y galos.
- Infantería ligera constituida por libios, númidas e hispanos.
- Caballería pesada de galos y también de hispanos. Hay que añadir que estos jinetes desmontaban a menudo y combatían a pie, del mismo modo que hacían los romanos.
- Caballería ligera formada por númidas.
¿Cómo se entendían todos en esta torre de Babel? Sabemos que los generales eran cartagineses, pero ¿en qué idioma se dirigían a sus tropas? Según Polibio, uno de los problemas que provocó la revuelta de los mercenarios entre la Primera y la Segunda Guerra Púnica fue que no se entendían entre ellos.
Existen varias posibilidades. Una es que los generales conocieran varios idiomas. Así ocurría, seguramente, en el caso de Aníbal, que aparte del fenicio dominaba el griego y había pasado tantos años en España que conocía rudimentos de las lenguas que allí se hablaban. Los generales darían instrucciones a los oficiales de cada unidad, y éstos las repetirían a los soldados.
Pero la opción que personalmente me resulta más verosímil es que existiera algún tipo de lingua franca en que se comunicaran todos. Al fin y al cabo, los soldados no tenían por qué dominar el idioma a fondo; bastaba con que conocieran los fundamentos para comunicar instrucciones, peticiones e incluso emociones básicas e imprescindibles.
Una posibilidad para esta lingua franca sería el griego, que estaba muy extendido por el Mediterráneo. Asimismo, aunque no he mencionado a los griegos, en los ejércitos cartagineses siempre había unos cuantos, pues no faltaban en ningún lugar como mercenarios.