La Legión, Los Manípulos y Los Mandos
A estas alturas ya hemos repetido un par de veces que en la época de los reyes, legión y ejército eran lo mismo. La palabra legio significa «selección», porque al principio de la temporada de guerra se presentaban todos los ciudadanos que podían ser movilizados y se elegía entre ellos a los que iban a servir con las armas ese año.
Esa primitiva legión constaba de unos seis mil hombres, y su unidad mínima era la centuria. Como es fácil de imaginar, cada centuria tenía cien hombres, o al menos una cifra cercana. Al caer la monarquía, el poder del rey se repartió entre los dos cónsules. Lo mismo se hizo con el ejército, que por tanto se dividió en dos legiones.
La instauración de la República no significó automáticamente que hubiera más soldados disponibles, por lo que el número de hombres en cada legión y en cada centuria se redujo. Eso explica que a partir de entonces nunca llegara a haber cien legionarios en cada centuria, para desconcierto de los lectores actuales. De todos modos, ha ocurrido así a lo largo de toda la historia militar: no existe ninguna unidad, sea una legión, una falange, un batallón o una compañía que cumpla los números reglamentarios, pues siempre se producen bajas por enfermedad, muerte, traslado o deserción.
En algún momento a partir del año 400 a.C., la propia organización interna de la legión cambió. En cada legión había sesenta centurias de infantería. Pero, como cada centuria se había reducido mucho en número y ahora tenía tan sólo sesenta hombres, los romanos debieron pensar que era demasiado pequeña como unidad operativa y la asociaron con otra centuria, formando manípulos.
El manípulo, por tanto, se convirtió en la nueva unidad táctica. Cada manípulo constaba de dos centurias y tenía dos oficiales denominados centuriones. El que mandaba el manípulo era el más veterano de los dos. Además, cada centurión nombraba un lugarteniente llamado optio.
Había otros mandos subalternos en la centuria. Uno de ellos era el portaestandarte o signifer. Los estandartes no sólo eran importantes como símbolo del espíritu de cuerpo de cada unidad, sino porque en combate servían como señales visuales para que los soldados pudieran reagruparse a su alrededor.
Otro de los oficiales era el tesserarius. Se llamaba así porque llevaba en una tessera o tablilla de madera la contraseña que le entregaba cada noche el tribuno militar, aunque esas tablillas también podían llevar otro tipo de órdenes. También había un cornicen que transmitía las órdenes mediante toques de corneta.
Por encima de los centuriones principales que mandaban los treinta manípulos había seis tribunos militares. Estos altos oficiales pertenecían a las clases superiores, y su servicio como tribunos era una forma de empezar su carrera política y adquirir la experiencia de mando necesaria si más adelante se convertían en pretores o cónsules. No tenían unidades específicas bajo su mando: todos ellos mandaban la legión entera de forma rotativa.
Por encima de los tribunos estaban los generales. En realidad, el grado de general no existía como tal. Llamamos así a todo aquel que recibía el mando de un ejército.
En la primera época de la República, normalmente encontramos a los cónsules dirigiendo en persona las tropas. Con el tiempo, los romanos lucharon en guerras más complicadas, con muchos escenarios distintos y cada vez más legiones en liza, de modo que empezaron a nombrar pretores o bien otros promagistrados. Desde nuestro punto de vista, todos ellos actuaban como generales.