Los Cónsules

Como ya hemos dicho, la magistratura superior era el consulado. El nombre de cónsules parece significar «los que van juntos». Los cónsules heredaron las prerrogativas de los reyes, salvo algunos rituales que quedaron reservados al rex sacrorum. Poseían un sinfín de atribuciones: convocaban al senado y los comicios, presentaban y ejecutaban decretos, presidían fiestas y sacrificios, etc. En la guerra mandaban como generales supremos, casi siempre por separado.

Los romanos conocían bien la importancia de los símbolos, de modo que rodeaban a sus cónsules de toda esa pompa que ahora llamamos «parafernalia». (Para los romanos, esta palabra se refería a los bienes que la novia llevaba al matrimonio aparte de la dote).

Para empezar, los cónsules eran epónimos. Eso significa que gozaban del honor de darle nombre al año, pues los antiguos tendían a nombrar los años en lugar de numerarlos. Por ejemplo, el 63 a.C. era conocido como el año de Marco Tulio Cicerón y Cayo Antonio Híbrida, primero el senior y después el iunior.

Existen fasti consulares o listas anuales de cónsules que se remontan hasta el 509, fecha en que se derrocó la monarquía. Los dos primeros nombres de esa lista son Junio Bruto y Tarquinio Colatino —el esposo de la infortunada y virtuosa Lucrecia.

Como es de suponer, los fasti consulares resultan más fiables cuanto más modernos son. En el primer siglo de la República debieron interpolarse muchos nombres. Además, se observa que durante más de un siglo hay muchos años que no tienen cónsules, sino tribunos con poderes consulares. Pero a partir del 366 a.C. sólo aparecen cónsules.

Aparte del honor de poner nombre al año, el símbolo más visible del poder de los cónsules era la escolta que los acompañaba: doce lictores para cada uno. Los lictores, hombres de condición libre, eran robustos guardaespaldas que precedían a los magistrados con imperium y les abrían paso apartando sin contemplaciones a todo el mundo, salvo a matronas y vestales.

Hagamos hincapié en la noción de imperium, porque para los romanos era sumamente importante. Consistía en el poder de dar órdenes y de exigir que fueran obedecidas. Para los romanos tenía algo de sobrenatural y estaba relacionado con el poder mágico de la palabra. Los primeros que poseyeron el imperium fueron los antiguos reyes. Después, el imperium se transfirió a los cónsules, los pretores y otros magistrados superiores. Por supuesto, también gozaban de él los procónsules y propretores en sus provincias.

La muestra externa más importante del imperium eran precisamente los lictores. Como hemos dicho, un magistrado dotado de esta capacidad podía exigir obediencia a sus mandatos. Pero ¿y si alguien se resistía? En tal caso había que tomar una acción ejecutiva, una forma eufemística de decir que la emprendían a palos con el díscolo.

Para ello, los lictores, de por sí hombres de fuerte complexión, llevaban al hombro izquierdo las fasces. Éstas eran unos haces de varas de abedul o de olmo unidas con correas rojas, que usaban para azotar a quienes se resistieran a la autoridad. Así actuaban cuando estaban dentro del pomerium, el recinto sagrado de la ciudad, donde no se podían llevar armas ni derramar sangre. Al salir de Roma, introducían un hacha dentro del haz de varas, ya que fuera de la ciudad los cónsules y otros magistrados con imperium tenían poder de ejecutar la pena de muerte ordenando a los lictores que decapitaran al condenado.

Otro de los signos externos de la autoridad de los cónsules y demás magistrados con imperium era la silla curul. Se trataba de un asiento plegable, con patas de marfil o de bronce que se abrían formando una X. No tenía respaldo ni reposabrazos, de modo que no debía de resultar muy cómoda. Pero sentarse en ella implicaba una demostración de poder, y normalmente se hacía a la hora de impartir justicia, otra de las competencias de los cónsules. (La división de poderes no existía en Roma: todo estaba un poco mezclado).