IV


LA CONQUISTA DE ITALIA

Las consecuencias del saqueo de Roma fueron más psicológicas que reales: de haber sufrido una devastación tan grave como cuentan los autores clásicos, en el registro arqueológico habría quedado una capa de cenizas que no se encuentra por ninguna parte.

En cualquier caso, para evitar que se repitiera una situación similar, los romanos levantaron una muralla de diez kilómetros de longitud que rodeaba la ciudad. Con el tiempo, se dijo que ese muro lo había construido Servio Tulio. Sin embargo, los restos que se conservan están construidos en toba volcánica extraída de la Grotta Oscura, una cantera situada cerca de Veyes, lo que significa que la muralla sólo pudo edificarse tras la conquista de esta ciudad.

En estos momentos Roma poseía un territorio de unos mil quinientos kilómetros cuadrados (por hacernos una idea, Guipúzcoa tiene algo más de mil novecientos). Pero en pocas décadas conseguiría multiplicar por cinco esta extensión.

Según la tradición, en ello influyó mucho Camilo. En el año 385, los pueblos vecinos decidieron aprovecharse de la debilidad de la ciudad y se formó una coalición de ecuos, volscos y latinos que invadieron su territorio, mientras los etruscos asediaban la ciudad aliada de Sutrio. Para solucionar la crisis, los romanos nombraron dictador por tercera vez a Camilo, que logró derrotar a los enemigos.

Como ya comentamos, en la figura de Camilo, considerado segundo fundador de Roma por la posteridad, se mezclan elementos históricos y ficticios, e incluso a veces simples repeticiones de sus propios hechos. Entre otras reformas, se le atribuye la del ejército, que habría pasado de organizarse por falanges, como el griego, a la formación en manípulos más flexible. No hay pruebas claras de ello, así que hablaremos de este tipo de formación más adelante, cuando ya es seguro que se empleaba.

Según la tradición, Camilo fue nombrado dictador por cuarta vez en el año 368. En aquel momento, la lucha entre patricios y plebeyos había vuelto a enconarse. Nueve años antes —las fechas son inseguras, pero a falta de otras mejores doy las de los historiadores romanos—, los tribunos de la plebe Cayo Licinio y Lucio Sextio habían presentado unas medidas conocidas colectivamente como leges Liciniae Sextiae. Estas medidas debilitaban el poder de los patricios; por ejemplo, limitaban la extensión de terreno público que podía poseer una sola persona. Las leges Liciniae Sextiae también proponían que se dejaran de elegir tribunos con poderes consulares, que se escogieran exclusivamente dos cónsules al año y que uno de ellos fuese por fuerza plebeyo.

Los patricios, como era de esperar, se negaron a permitir que estas leyes fueran aprobadas. Pero en 368, Camilo, que tenía ya casi ochenta años, comprendió que, si no querían sufrir una guerra civil o ser destruidos por los enemigos, los patricios debían ceder, de modo que usó su influencia para conseguir que las leyes entraran en vigor. A partir de ese año, en las listas sólo encontramos dos nombres de cónsul, y no seis o hasta ocho tribunos como había llegado a ocurrir.

Camilo fue dictador una quinta vez al año siguiente, en este caso por una emergencia militar, y derrotó a una nueva horda de galos junto al monte Albano. Dos años después, en 365, falleció en otra epidemia que azotó la ciudad. Como cuenta Plutarco, aunque en aquella plaga perecieron muchos otros ciudadanos, la muerte de Camilo apenó a los romanos más que todas las demás juntas.