La fundación de Roma
Tras una serie de monarcas, los llamados «reyes latinos», que suena a banda juvenil, en la primera mitad del siglo VIII el soberano legítimo de Alba Longa era Numítor. Pero su hermano pequeño, Amulio, le arrebató el trono y lo expulsó de la ciudad.
En aquella época todavía dominaba el derecho de sangre: cualquier ofensa cometida contra alguien debía ser vengada por sus familiares más cercanos. Para evitar problemas con los hijos varones de Numítor, Amulio los mató. Tan sólo dejó con vida a su hija Rea Silvia, juzgando que era inofensiva.
En los mitos y leyendas, esto siempre supone un error. Por ejemplo, el rey Acrisio de Argos supo por un oráculo que, si su hija Dánae engendraba un vástago varón, éste lo mataría. En lugar de cortar de raíz la amenaza liquidando a Dánae, Acrisio la encerró en una cámara subterránea de bronce y la condenó a virginidad de por vida. Pero Júpiter, encaprichado de ella, se convirtió en una lluvia de oro líquido, entró en la cámara y la dejó embarazada. Años después, el hijo así concebido, Perseo, mató por accidente a Acrisio, cumpliendo de este modo con el oráculo y demostrando que es imposible huir del destino.
Amulio, que no debía de estar versado en mitología griega, intentó con Rea Silvia algo parecido a lo que había hecho Acrisio con Dánae. La diferencia fue que, en lugar de encerrarla, la obligó a convertirse en vestal.
Las vestales eran seis sacerdotisas consagradas a Vesta, patrona del fuego sagrado de la ciudad. Puesto que Vesta era una diosa virgen —como Minerva y Diana—, sus sacerdotisas debían abstenerse de relaciones sexuales en las tres décadas que duraba su servicio. Pasadas éstas, podían abandonar el sacerdocio y fundar sus propias familias; aunque, con un mínimo de treinta y seis años de edad, eran muy pocas las que se decidían a casarse y tener hijos. Enfrentarse a un parto en la Antigüedad era estadísticamente más peligroso que librar una batalla, máxime a ciertas edades.
El castigo para las vestales que incumplían su voto de castidad era terrible. Al principio consistía en apedrearlas, pero a partir del rey Tarquinio Prisco las enterraban vivas en el Foro, como ocurrió con la vestal Minucia en el siglo IV. No se trataba de pura y simple crueldad, sino de evitar que corriera la sangre dentro del recinto sagrado de la ciudad. Los antiguos eran muy mirados con la sangre derramada. La culpa no era la misma si se asesinaba con herida que si se mataba por inanición o desamparo, lo que explica tantos mitos y leyendas sobre bebés abandonados.
Amulio confiaba en que Rea, ordenada como vestal, no podría tener hijos que amenazaran su futuro. Sin embargo, al igual que Júpiter había frustrado los planes de Acrisio, aquí también intervino un dios. En este caso fue Marte, señor de la guerra, quien sedujo a Rea y la dejó embarazada.
De nuevo, Amulio se buscó complicaciones innecesarias. En lugar de condenar a muerte a Rea, el usurpador esperó a que diera a luz. Después ordenó a un sirviente que se encargara de los gemelos recién nacidos ahogándolos en las aguas del Tíber.
Para ello, el criado tuvo que darse una buena caminata, casi veinte kilómetros. Al llegar al punto elegido, comprobó que la corriente del río bajaba con fuerza: las crecidas del Tíber en invierno y primavera eran un problema habitual en la comarca. Temiendo por su propia vida, el sirviente dejó el canastillo que servía de cuna a los bebés entre unas cañas, en una especie de charca, esperando que las aguas subieran y lo arrastraran hasta el mar. Técnicamente no se trataba de un asesinato, ya que existía la posibilidad de que alguien los rescatara.
Y así ocurrió, aunque de una manera inesperada. No fue ni un dios ni una persona quien encontró a los gemelos, sino una loba atraída por sus llantos. La loba los amamantó, y así les salvó la vida. Desde entonces se convirtió en símbolo de Roma, y como tal fue inmortalizada en una estatua de bronce del siglo VI y en monedas acuñadas a partir del año 269.
Poco después pasó por allí un pastor llamado Fáustulo que recogió a los bebés y se los llevó a su mujer Larentia. Los pequeños se criaron precisamente en el emplazamiento de la futura Roma, en la colina del Palatino. (Según otra versión, esta Larentia era conocida con el nombre de Loba por su lujuria; el equivalente al despectivo «zorra» de nuestros días. Es la típica racionalización posterior de una leyenda que, personalmente, prefiero en su versión original).
Los gemelos recibieron los nombres de Rómulo y Remo. Cuando crecieron y descubrieron quiénes eran, marcharon a Alba Longa al frente de un pequeño ejército de pastores, mataron a Amulio y reinstauraron en el trono a su abuelo Numítor.
Con el tiempo, los dos gemelos, o al menos uno de ellos, deberían haberse convertido en reyes de Alba. Pero al percatarse de que su abuelo gozaba de buena salud y ese momento iba a tardar, decidieron fundar su propia ciudad. Los acompañaron los pastores que les habían ayudado a derrotar a Amulio, y también jóvenes de Alba Longa deseosos de aventuras o que, simplemente, no veían un futuro muy claro allí. Fundar otras ciudades con los excedentes de población era una práctica muy común por aquella época: al mismo tiempo que Rómulo y Remo partían de Alba, los griegos estaban instaurando sus primeras colonias italianas más al sur, en la región de Campania.
El lugar que eligieron Rómulo y Remo era el mismo donde el sirviente los había abandonado: las orillas del Tíber, a unos veinte kilómetros al noroeste de Alba Longa.
Las desavenencias entre ambos hermanos empezaron pronto. Rómulo quería fundar la ciudad en el monte Palatino, donde habían pasado su infancia. Remo prefería el Aventino, situado a menos de un kilómetro al sur. También se hallaba en juego quién impondría su nombre a la ciudad. Para decidir quién se llevaría el gato al agua, cada uno subió a su colina favorita. Quien más buitres avistase sería el ganador. Se trataba de la práctica conocida como augurio o auspicio: esta última palabra significa precisamente «contemplar aves».
Remo avistó seis buitres desde el Aventino. Más tarde, Rómulo divisó doce. Eso suscitó una discusión: Remo había sido el primero en recibir la señal de los cielos, pero Rómulo había visto más rapaces. Al final, Rómulo quedó como vencedor, le dio su nombre a la ciudad, Roma, y decidió que el núcleo fuera el Palatino.
Por desgracia, la disputa había enturbiado la relación entre ambos hermanos. Con un arado, Rómulo trazó el perímetro de la nueva ciudad e hizo levantar sobre el surco una muralla. Cuando todavía estaba a medio construir, Remo saltó sobre ella en señal de burla. Rómulo lo mató con una estaca y proclamó que ése sería el destino de quien volviera a saltarse los muros de Roma.
Todo esto ocurría, según la tradición, el 21 de abril del año 753 a.C. De este modo, el mismo acto de fundación de Roma estuvo manchado de sangre y violencia. La violencia en cuyo manejo los romanos se convertirían en auténticos expertos y que, junto con otras virtudes, los llevaría a dominar el mundo.
¿Es fiable la fecha? Las excavaciones arqueológicas demuestran que las colinas de Roma ya se encontraban habitadas hacia el año 1000, aunque parece que lo que allí había eran pequeñas aldeas separadas y formadas por humildes cabañas. A mediados del siglo VIII la población creció mucho y empezaron a construirse edificios e instalaciones urbanas en piedra, algo que podría deberse a que esas aldeas hubieran decidido unirse en una sola ciudad.
Eso contradice y a la vez corrobora la leyenda: Roma como tal debió aparecer más o menos en las fechas tradicionales, pero no surgió de la nada sino como agrupación de poblaciones que ya existían antes.
En cuanto al relato de Rómulo y Remo, contiene muchos elementos legendarios y folclóricos: la concepción divina (Perseo, Jesús, Eneas), el rey malvado que trata de evitar que los descendientes del derrocado se venguen (lo que hace Pelias con el héroe Jasón), un animal que salva a unos bebés abandonados (las palomas que cuidan a Semíramis), el canastillo en el río (así se salvaron Moisés o Sargón de Akkad). Es más fácil pensar que Rómulo es un fundador mitológico creado a posteriori a partir del nombre de Roma y no al contrario. En cuanto a su relación con Alba Longa —cuyos restos todavía no se han localizado—, hay que tener en cuenta que esta ciudad era el principal centro religioso de los latinos, por lo que el hecho de que Rómulo y Remo descendieran de ella otorgaba más prestigio a Roma.