La amenaza de Tarquinio y Los Etruscos
La joven República tuvo que enfrentarse pronto a sus primeros enemigos. Tarquinio y sus partidarios no se resignaron tan fácilmente a la pérdida del poder. Lo primero que hicieron fue enviar embajadores al senado para pedirles que les devolvieran las propiedades familiares que habían dejado en la ciudad. Mientras el senado deliberaba, los enviados de Tarquinio se reunieron en secreto con ciertos miembros de la nobleza que deseaban el regreso de la monarquía.
Entre los conspiradores se hallaban dos cuñados de Bruto y, aún peor, sus hijos Tito y Tiberio. Un esclavo de la casa de los Vitelios, donde se habían reunido los conjurados, avisó a los cónsules. Bruto hizo que los arrestaran a todos. A los enviados de Tarquinio los soltó y les ordenó que se marcharan de la ciudad, pues los embajadores eran inviolables y ponerles la mano encima habría sido un sacrilegio.
En cuanto a los conjurados, el mismo Bruto presidió la ejecución. Los lictores los azotaron primero con las fasces, y luego los decapitaron fuera del recinto sagrado de la ciudad. Los ojos de todos estaban clavados en Bruto, que contempló la muerte de sus propios hijos con la entereza propia de un romano.
La reclamación de Tarquinio fue rechazada por el senado, como era de esperar. Las tierras del antiguo rey, que se extendían entre la ciudad y el Tíber, fueron confiscadas, consagradas y convertidas en propiedad pública con el nombre de Campo de Marte.
Frustrado ese primer intento, Tarquinio decidió recurrir a la guerra y buscó la alianza de las ciudades etruscas de Veyes y Tarquinia. En el año 509, que como estamos viendo fue muy movido, el ejército etrusco luchó contra el romano en el bosque conocido como Silva Arsia. Allí se enfrentaron en combate singular Junio Bruto y Arrunte, el hijo de Tarquinio. Como en una justa medieval, se embistieron con sus caballos, cada uno hirió al otro con su lanza y ambos murieron en el acto.
Ése fue el heroico final de Junio Bruto, fundador de la República. Como en todos los relatos de los primeros tiempos de Roma, puede haber mucho de legendario. Pero lo cierto era que, como ya hemos mencionado al hablar de los Horacios y los Curiacios, durante buena parte de su historia los romanos fueron muy proclives a este tipo de duelos, que cuadraban perfectamente con sus ideales aristocráticos y heroicos.
Tarquinio no se rindió, y esta vez recurrió a la ayuda de Larte Porsena —el nombre aparece a menudo como Lars—, el poderoso rey de la ciudad etrusca de Clusio.
Porsena atacó Roma con su ejército y logró tomar el Janículo, la colina elevada al otro lado del Tíber desde la que los romanos avistaban a los enemigos y donde ondeaba la bandera roja que presidía los comicios. Tras una breve batalla, las tropas que protegían el Janículo se retiraron por el pons Sublicius, el puente de madera que cruzaba el río.
El único que aguantó la posición fue el joven patricio Horacio Cocles, que se plantó en el puente para contener a los enemigos. Mientras luchaba él solo contra los invasores, los demás defensores se dedicaron a talar los pilares de madera con hachas. Cuando le dijeron a Cocles que el puente estaba roto, se arrojó al río y cruzó a nado hasta el otro lado. Con sus armas, añade el relato de Livio, que se muestra algo escéptico en este punto.
(Hay un relato similar de época muy posterior. El extremeño Diego García de Paredes, oficial al servicio del Gran Capitán, contuvo a un ejército de franceses blandiendo un montante en el puente del río Garellano, que separaba el Lacio de Campania. El relato parece verídico, aunque muy exagerado, pues los cronistas hablan de dos mil franceses. Del mismo modo, la historia de Cocles puede tener una base real: en un sitio muy estrecho y contra un adversario fuerte y decidido, ¿quién da el primer paso y se arriesga a morir? Ahora bien, como en tantos otros casos, los romanos le fueron añadiendo adornos con el tiempo hasta convertir la historia en leyenda).
Tras su primer asalto fallido, el rey Porsena asedió la ciudad, decidido a rendirla por hambre. Se produjo entonces otro acto de valentía que quedó registrado en los anales. Un joven llamado Cayo Mucio se presentó ante el senado y se ofreció voluntario para infiltrarse entre los etruscos y matar a Porsena. Logró penetrar en el campamento enemigo con una espada escondida debajo de la ropa, como si fuera uno más —romanos y etruscos eran pueblos similares en sus costumbres, incluyendo el vestido—, y se acercó al estrado real. Allí vio a un hombre ataviado con un manto púrpura, se abalanzó sobre él y lo mató.
Para su desgracia, la víctima era un secretario de Porsena que vestía casi igual que él. Mucio fue apresado y Porsena le interrogó para saber si había más conjurados. Como Mucio no decía nada, el rey etrusco amenazó con quemarlo vivo. Para demostrar que no temía al dolor, el joven romano metió la mano derecha en las llamas del altar y la dejó allí hasta que se abrasó. Impresionado, Porsena ordenó que lo apartaran del fuego. Mucio le dijo que había otros trescientos jóvenes romanos como él, conjurados para acercarse a matarlo uno tras otro, a modo de terroristas suicidas.
Porsena ordenó que soltaran a Mucio, que regresó a la ciudad y desde entonces fue conocido como Scaevola o Escévola, «el zurdo», pues se había abrasado la mano hasta el hueso.
En cuanto a Larte Porsena, le inquietó tanto saber que los jóvenes romanos habían dictado una especie de fatwa contra él que decidió negociar con Roma. La ciudad le entregó rehenes para garantizar la paz, lo que demuestra que Roma no era precisamente la ganadora de aquel conflicto.
Entre esos rehenes había una joven llamada Cloelia que escapó cruzando el río a nado y volvió a la ciudad. El rey reclamó que se la devolvieran, cosa que hicieron los romanos. Después, en un gesto caballeroso, Porsena le devolvió la libertad a la joven y dejó que rescatara a la mitad de los rehenes. Cuando Cloelia regresó a Roma por segunda vez, los ciudadanos le concedieron un honor sin precedentes, pues le erigieron una estatua ecuestre en la vía Sacra.
Como dirían en inglés, todo esto es saga stuff, pero tiene su encanto. Desbrozar la leyenda de la historia resulta casi imposible. Algunos autores presuponen que durante todo este tiempo Roma estuvo bajo el dominio etrusco, y que las historias heroicas de Cocles, Escévola o Cloelia son invenciones destinadas a salvar el honor nacional. Pero un experto en la época como T. J. Cornell en Los orígenes de Roma piensa que esa dominación nunca existió, y que en realidad etruscos y latinos, incluidos los romanos, formaban una especie de comunidad cultural con muchos rasgos en común.
Como fuere, Porsena obtuvo una victoria sólo a medias: se llevó rehenes, pero no restauró en el trono a Tarquinio. Éste, sin embargo, no se rindió, y en el año 496 volvió a enfrentarse a su antigua ciudad en la batalla del lago Regilo, donde los romanos, mandados por Postumio Albo, al que habían nombrado dictador para afrontar la emergencia, obtuvieron una gran victoria.
En este trance, la República recibió la ayuda de los gemelos Cástor y Pólux, hijos de Zeus —los mismos que forman la constelación de Géminis—, por lo que los romanos les consagraron un templo en el Foro. Como estos dos personajes pertenecen a la mitología griega, podría pensarse que se trata de una tradición inventada siglos después. A pesar de todo, los restos más antiguos del templo de Cástor están datados a principios del siglo V. Los romanos solían construir templos con los despojos obtenidos tras sus victorias, de modo que puede que la batalla del lago Regilo no sea tan legendaria y que algunos romanos creyeran haber visto realmente a los gemelos divinos. (Hoy habrían avistado a unos marcianos, supongo).
La victoria de Roma sobre Tarquinio acarreó más consecuencias. Los romanos se habían asociado para la ocasión con las demás ciudades latinas. Poco después, en 493, formó con ellas la llamada Liga Latina, una alianza en la que todos los miembros se encontraban en igualdad de condiciones. Por aquel pacto, los latinos podían casarse con los romanos, votar en Roma y llevar a cabo operaciones comerciales. A cambio, en lugar de formar parte de las legiones, se alistaban en las tropas auxiliares que desde entonces siempre, acompañaron a los romanos en sus campañas. Tampoco podían ser elegidos como magistrados, a no ser que se domiciliaran en Roma: en este caso, obtenían la ciudadanía completa.
Según los términos de la alianza, romanos y latinos debían compartir el botín obtenido en las victorias. La forma de repartirlo era la siguiente: cuando las tropas aliadas conquistaban territorio enemigo, dividían la tierra en parcelas que distribuían entre colonos de Roma y del Lacio. Las colonias se convertían en ciudades independientes, pero que también formaban parte de la liga. Así, ésta fue creciendo poco a poco.
¿Qué ocurrió con Tarquinio el Soberbio? Tras su última derrota, se retiró a la ciudad de Cumas, donde murió en el año 496 a.C. Su historia, buscando el apoyo de un poderoso rey extranjero para atacar su propia ciudad y recuperar lo que juzgaba legítimamente suyo, recuerda mucho a la del tirano Hipias, que en el año 490 trató de recobrar el poder en Atenas con la ayuda de un ejército persa y que fue derrotado en Maratón. Batalla que no tiene nada de legendaria, pero en la que los atenienses creyeron ver al espectro del difunto Teseo combatiendo con ellos. Semejanzas curiosas, que habrían merecido unas vidas paralelas de Plutarco.