Coriolano
La creación de los tribunos supuso sólo el primer paso en una larga lucha conocida como «conflicto de los órdenes». Durante todo el siglo V, los patricios siguieron acaparando magistraturas, aunque a cambio tuvieron que hacer otras concesiones a la plebe.
Entre los patricios enemigos de la plebe destacó un personaje llamado Gayo Marcio, que había recibido el sobrenombre de Coriolano por su heroico papel en la toma de la ciudad de Corioli, que pertenecía a los volscos.
Los volscos habitaban al sureste del Lacio, en una comarca agreste de montes y pantanos. Como tantos otros pueblos montañeses, con frecuencia bajaban a las tierras llanas para saquear. En particular, los volscos se las tuvieron tiesas con los romanos, a veces aliados con otra tribu de las montañas, los ecuos.
LA PRIMAVERA SAGRADA Es posible que las migraciones de estos pueblos, que periódicamente bajaban de las montañas como los arroyos después del deshielo, estén relacionadas con una costumbre muy curiosa denominada Ver sacrum o «primavera sagrada». Cuando esas tribus afrontaban una batalla decisiva, o se veían ante una calamidad como una hambruna o una epidemia, hacían una promesa al dios Mamers, el equivalente de Marte: ofrendarle toda aquella criatura que naciera en la siguiente primavera. Esto nos hace pensar en un sacrificio humano como los que llevaban a cabo los cartagineses ante su dios Baal, pero no era exactamente así. A los animales que nacían durante esa primavera sí los inmolaban, pero a los niños los dejaban crecer, con el título de «consagrados». Cuando se hacían mayores, alrededor de los veinte años, los obligaban a abandonar la tribu y a partir en busca de nuevas tierras y pastos (hablamos de pueblos más ganaderos y nómadas que agricultores). Curiosamente, lo hacían siguiendo a un animal consagrado a la divinidad, que podía ser un oso, un ciervo… o un lobo. Lo cual hace pensar que tal vez la leyenda de Rómulo y Remo se base también en un Ver sacrum, y que los fundadores de Roma, junto con seguidores todos de su misma edad, siguieron en este caso a una loba. Una forma peculiar, como vemos, de resolver el problema de la superpoblación: en lugar de practicar el infanticidio, expulsaban periódicamente a los excedentes. |
Coriolano personificaba los mejores valores guerreros de los patricios. En la batalla del lago Regilo había ganado una corona cívica. Esta condecoración, confeccionada con hojas de roble, era la segunda más importante a que podía aspirar un soldado, y se concedía a quien hubiera salvado la vida a otro ciudadano matando a un enemigo. Pero en la rigurosa ética del combate de los romanos no bastaba con eso: el salvador, además, tenía que mantener el terreno. Los romanos llevaban muy mal las llamadas «retiradas estratégicas».
Pese a su corona cívica, Coriolano adolecía también de grandes defectos. Su talante era tiránico y, sobre todo, despreciaba al pueblo llano. El sentimiento era mutuo, de modo que, cuando se presentó a cónsul, los votantes le dieron un buen pateo.
Justo entonces se produjo una de las escaseces de cereales tan frecuentes en el siglo V: como ya comentamos antes, los romanos todavía no eran lo bastante poderosos para impedir que los enemigos asolaran sus campos. Los cónsules adquirieron trigo en Sicilia, tan fértil en aquella época que se la consideraba uno de los graneros de Italia.
Cuando llegó el cereal, Coriolano propuso al senado que no se repartiese a los plebeyos a menos que éstos renunciasen a los tribunos de la plebe. Los senadores, que no querían que se organizara una guerra civil, no le hicieron caso. Lo único que consiguió Coriolano fue soliviantar a los tribunos, que lo denunciaron y consiguieron que se le condenase a destierro de por vida.
Como hacían tantos personajes resentidos de la Antigüedad, Coriolano se pasó al enemigo. Los volscos pensaron que era un buen fichaje para sus filas y lo nombraron general. Al frente del ejército volsco, Coriolano marchó contra Roma, una traición inaudita hasta entonces.
Los romanos le enviaron cinco embajadores consulares; es decir, senadores que ya habían sido cónsules, lo que multiplicaba su prestigio. Esta comisión le ofreció devolverle sus derechos si levantaba el asedio. Coriolano se negó, de modo que le mandaron sacerdotes y augures para convencerle de que estaba cometiendo un sacrilegio; pero él permaneció impertérrito.
¿A quién hizo caso al final? A su madre, Veturia, que había desempeñado un papel muy importante en su educación, ya que su padre había muerto cuando él era niño. Veturia apareció en su tienda, acompañada por Volumnia, esposa de Coriolano, y sus dos hijos pequeños. Las lágrimas de su mujer y, sobre todo, el rapapolvo de su madre le hicieron avergonzarse.
El general romano dijo: «Madre, ¿qué me has hecho? Has salvado Roma, pero has destruido a tu hijo. Me voy, vencido sólo por ti». Después, ordenó al ejército que levantara el campamento y se retiró. Exiliado, murió entre los volscos.
De nuevo, los historiadores ponen en duda muchos detalles de la historia, o incluso toda ella. Habría que retrasar las fechas, seguramente, pero lo cierto es que en la primera mitad del siglo V a.C. Roma sufrió graves reveses contra sus enemigos, entre ellos los volscos, que provocaron carestías de alimentos. El registro arqueológico prueba que la ciudad sufrió una recesión económica durante esos años, así que, de nuevo, los relatos que durante mucho tiempo se han creído leyendas pueden encerrar una buena parte de verdad.