Manpower: La clave del poderío militar
El saqueo de Roma por los galos supuso un grave revés, sobre todo para la moral. Sin embargo, desde entonces la ciudad no dejó de crecer. En el primer siglo de la República, la situación de los romanos había sido tan precaria que a menudo los enemigos arrasaban sus campos y provocaban hambrunas y carestías de alimentos. A partir de 387 eso no volvió a ocurrir. Aún sufrieron derrotas, por supuesto, pero lejos de su propio territorio. Y siempre encontraron tropas para reponer las bajas.
La clave era el manpower de Roma. Espero que los lectores me disculpen por usar esta palabra inglesa, pero no hay ninguna que transmita el concepto de forma tan expresiva. Literalmente sería «poder en hombres». Hoy día se traduce como «mano de obra» cuando se habla de empresas o sectores económicos. Pero al referirnos a las sociedades antiguas, manpower se refiere al número de hombres disponibles para la guerra, y además añade la expresividad de su componente power, «poder». Aunque procuraré utilizar «población» o «censo», estos términos no comunican ni los matices ni la fuerza de manpower, motivo por el que quería grabar el concepto en la mente de los lectores.
¿Qué hacía que Roma pudiera disponer de más recursos humanos? Cuando era niño y estudiaba las guerras púnicas, memorizando de carrerilla «Tesino, Trebia, Trasimeno y Cannas», me daba la impresión de que los romanos tenían una máquina con una manivela de la que salían pequeños romanos literalmente como churros.
La realidad era más compleja. La natalidad también desempeñaba su papel, por supuesto. Pero por una parte la tasa de mortalidad infantil era mucho más alta, tal vez de un 200 por mil, y por otra, ni a los dueños de grandes fortunas ni a los pequeños propietarios les interesaba tener demasiados hijos.
Por eso recurrían a los métodos anticonceptivos de la época, cuya efectividad desconocemos, pero que no daban la impresión de ser muy fiables: resina de cedro aplicada en la entrada del útero, esponjas empapadas en aceite y vinagre, lavados vaginales tras el coito, estornudos también postcoitales para expulsar la semilla masculina y, por supuesto, todo tipo de amuletos. Si fallaban, se recurría al aborto o directamente al infanticidio.
Aunque las familias no fueran numerosas, sí existía otra máquina de fabricar romanos: convertir en tales a los que antes no lo eran.
La clave estribaba en el concepto de ciudadanía. Para los romanos suponía un enorme orgullo decir Civis romanus sum, «Soy ciudadano romano». Pese a todo, no eran tan celosos de sus privilegios como, por ejemplo, los atenienses de la época de Pericles. A muchas comunidades latinas les otorgaron los mismos derechos que poseían ellos, de modo que desde muy pronto hubo ciudadanos romanos que, en realidad, no habían nacido en Roma.
También existía un grado intermedio, la ciudadanía latina. Quien la poseía no podía votar en Roma ni ser elegido como magistrado, pero si se mudaba a la ciudad se convertía en romano de pleno derecho. Incluso los prisioneros de guerra esclavizados adquirían la ciudadanía cuando recuperaban su libertad, algo que habría resultado inconcebible en otras ciudades.
Por otra parte, Roma sembró el territorio conquistado de colonias, poblaciones recién fundadas a las que se trasladaban romanos y latinos que mantenían su ciudadanía. Esas colonias no eran sólo puestos avanzados para proteger las fronteras, sino que al prosperar y crecer contribuían con más manpower —lo volví a decir— a la base de la que luego se reclutaban las legiones.
Gracias a esa actitud abierta, el número de ciudadanos de Roma no dejó de crecer. El caso resulta más llamativo si lo comparamos con otra ciudad estado de la Antigüedad que destacó entre todas las demás por sus virtudes militares: Esparta.
En 480, cuando empezó la gran guerra contra los persas, los espartanos tenían unos ocho mil ciudadanos varones. Al año siguiente, en Platea, enviaron a cinco mil de ellos, el mayor contingente de ciudadanos que salió jamás de Esparta.
Por esas fechas, la República era todavía muy joven, y aunque ya había dividido el ejército en dos legiones, entre ambas debían de sumar unos seis mil hombres. Así pues, las fuerzas de Roma y Esparta se hallaban parejas por el momento.
Sin embargo, los ciudadanos espartanos, los llamados «espartiatas», eran tan acaparadores de privilegios y tierras que en lugar de aumentar su número con el tiempo lo redujeron. En el año 244 sólo había setecientos espartiatas, una cifra ridícula. Por esas mismas fechas, los ciudadanos romanos eran más de doscientos cincuenta mil. Además, gracias a su política de alianzas y semiciudadanía, disponían de más de setecientos mil hombres a los que podían reclutar. Eso explica que en algunos momentos de la Segunda Guerra Púnica movilizaran hasta veinticinco legiones en los diversos escenarios bélicos.
Y también justifica más cosas. Los romanos podían asumir más riesgos que otros pueblos. Entre el siglo IV y II perdieron muchas batallas, pero ni una sola guerra. ¿Por qué? Porque disponían de recursos para reclutar nuevos ejércitos, de modo que no se veían obligados a rendirse.
De nuevo el caso de Esparta es muy llamativo. En el año 425, en la isla de Esfacteria, ciento veinte espartiatas de las mejores familias cayeron prisioneros de los atenienses. A partir de ese momento, Esparta buscó la paz con Atenas, y la firmó en 421 en unas condiciones que a priori jamás habría aceptado. Perder a esos ciento veinte ciudadanos suponía para ella un riesgo que no podía asumir. (Al final, la paz se rompió y ganaron la guerra, pero ésa es otra historia).
En el caso de Roma, en la batalla de Cannas perdió decenas de miles de ciudadanos y ocho mil cayeron prisioneros. Después de tamaño desastre, los romanos no sólo no se rindieron, sino que incluso se negaron a pagar un rescate para recuperar a sus cautivos. Sin duda, su estricto código de honor les impedía rendirse. Pero no se trataba sólo de eso, sino de que tenían la seguridad de que podían reclutar más ejércitos y proseguir la guerra.
Ahora que poseemos una idea más clara de los recursos humanos y materiales de que disponía Roma para la guerra, es hora de que veamos a estas legiones en acción contra uno de los generales más afamados del mundo antiguo: Pirro, rey del Epiro.