La toma de Veyes y una catástrofe natural

Veyes ya ha aparecido varias veces en esta historia. Era la ciudad más meridional de la Liga Etrusca, y al mismo tiempo la más poderosa. Estaba tan sólo a dieciséis kilómetros de Roma, menos de una jornada de camino. Los romanos, que poco a poco ampliaban sus límites —por aquel entonces dominaban un territorio de unos ochocientos kilómetros cuadrados—, no podían permitirse tener un vecino tan peligroso. En el año 406 le declararon una guerra que pretendían fuese definitiva y la sometieron a asedio. Sin embargo, el sitio se prolongó durante diez años. Veyes, casi tan poblada como Roma, estaba protegida por unas murallas muy sólidas.

En el octavo año de cerco, en 398, se produjo un portento que aparentemente no tenía nada que ver con Veyes, pero que los romanos acabaron relacionando con el asedio.

A veinte kilómetros al sureste de Roma se halla el lago Albano, no muy lejos del cual se levantó en tiempos la legendaria Alba Longa, cuna de Rómulo y Remo.

Según diversas fuentes clásicas, a finales del mes de julio el nivel de sus aguas empezó a subir decenas de metros a una velocidad asombrosa, hasta que se desbordó por encima de las colinas que lo rodeaban e inundó los campos y los viñedos cercanos.

El fenómeno parecía inexplicable: el lago formaba un sistema cerrado que no recibía caudal de ningún río. Por otra parte, no sólo no habían caído grandes lluvias, sino que el año había sido más seco de lo habitual. ¿De dónde salían esas aguas misteriosas que parecían brotar de la nada?

Preocupados, los romanos enviaron emisarios al oráculo de Delfos para consultar al dios Apolo la razón del portento. La respuesta fue que, al asediar Veyes, los romanos habían ofendido a Poseidón, señor de las aguas y protector de los etruscos. Pero si conseguían que las aguas quedaran contenidas en el lago y fluyeran hacia el mar, regando los campos a través de una red de acequias, podrían lanzarse de nuevo contra las murallas de Veyes, pues el destino les sonreiría. (De paso, Apolo les recordaba que, cuando tomaran la ciudad, debían hacerle una ofrenda generosa en su templo: los dioses antiguos no eran precisamente altruistas).

Cuando los embajadores regresaron de Delfos con la respuesta, descubrieron que la profecía del oráculo coincidía con la de un anciano augur etrusco al que habían tomado prisionero durante el asedio de Veyes. Convencidos de que el mensaje de Apolo era veraz, los romanos se pusieron manos a la obra y empezaron a abrir una gran galería de drenaje.

Ignoramos cuánto tardaron, pero lo cierto fue que terminaron el túnel y desde entonces el lago no volvió a desbordarse. Hoy día ese túnel sigue existiendo. Por su longitud, mil cuatrocientos metros, es fácil deducir que la excavación debió resultar muy complicada.

No era la primera obra de este tipo que acometían los romanos. En realidad, la Cloaca Máxima era un proyecto parecido, con la diferencia de que al principio consistió en una zanja a cielo abierto y luego la soterraron. Toda la zona del Lacio y los alrededores de Veyes están sembrados de túneles y alcantarillas excavados por romanos, etruscos y latinos para drenar marismas y pantanos, ganar terreno a las aguas y al mismo tiempo evitar la malaria.

En el caso concreto del túnel del lago Albano, las dificultades debieron de ser más que considerables. En primer lugar, lógicamente, tuvieron que esperar a que las aguas bajaran al nivel máximo deseado, pues si no el túnel se les habría anegado. El punto que eligieron para abrir el sumidero se hallaba a setenta metros por debajo del nivel inferior de las colinas circundantes: un amplio margen de seguridad para evitar que el lago volviera a desbordarse.

Las herramientas que utilizaban eran picos y palas, así que podemos imaginarnos que la tarea fue muy penosa, ya que excavaban en dura roca volcánica (peor habría sido en granito, claro está). A cambio, no tuvieron que reforzar ni las paredes ni el techo con vigas. Por otra parte, dada la angostura de la galería —medía tres metros de altura por sólo uno de anchura—, no debió de ser un trabajo recomendable para un claustrófobo.

La excavación empezó desde la boca de salida, situada al oeste, y se dirigió en línea recta hacia el lago. Al mismo tiempo, en la superficie del monte se practicaron dos profundos pozos verticales que bajaban hasta el túnel y servían para ventilarlo y también para comprobar que no se estaban torciendo.

La obra no sólo supuso un desafío para los obreros, sino también para los ingenieros que la dirigían. Además de mantener la línea recta para aparecer al otro lado de la montaña en el punto deseado, debían excavar manteniendo una pendiente muy suave, de modo que el agua fluyera desde el lago sin estancarse en el camino, pero sin precipitarse con demasiada violencia. La diferencia de altura entre la entrada y la salida del túnel era de tan sólo dos metros, lo que daba una pendiente media de 0,12 por ciento, indetectable a simple vista. Para conseguir esa precisión utilizaron instrumentos como la libra o el nivel de agua.

En el vecino lago Nemi los romanos realizaron otra obra parecida, pero aún más complicada, pues empezaron a cavar al mismo tiempo desde ambos extremos del túnel, que medía mil seiscientos metros. En el punto de encuentro se aprecia que los dos equipos apenas se desviaron en horizontal, mientras que en vertical acumularon un error de tres metros. Ambas empresas demuestran la habilidad como ingenieros de los antiguos romanos y, sobre todo, su empeño en domar a la naturaleza con unos medios que hoy día nos parecerían irrisorios.

En verdad, el triunfo de Roma no se debió sólo a sus legionarios ni a sus instituciones, sino en buena medida a los ingenieros que construían acueductos, puentes, pantanos, calzadas, túneles y puertos, y a los ejércitos de obreros —a veces, directamente soldados— que trabajaban a sus órdenes.

Mientras todo esto ocurría, los romanos nombraron dictador a Marco Furio Camilo, un patricio que ya había desempeñado varias magistraturas. Bajo sus órdenes, el asedio sobre Veyes se endureció.

Tal vez por paralelismo con las obras del lago Albano, Camilo mandó excavar otro túnel. En este caso no pretendía desviar ni drenar aguas, sino pasar por debajo de las murallas y llegar hasta la ciudadela interior de Veyes. Los soldados trabajaban en turnos de seis horas, y las obras no se interrumpían en ningún momento.

Cuando ya faltaba sólo una pequeña capa de tierra para salir a la superficie, Camilo ordenó lanzar varios ataques a la vez sobre la muralla. Los habitantes de Veyes corrieron a sus puestos para defenderse. Aprovechando el caos y el estrépito de la lucha, los soldados del túnel terminaron de abrirlo, salieron al aire libre y aparecieron en la retaguardia de sus enemigos etruscos. Después, como habían hecho los infiltrados en el caballo de Troya, corrieron a las puertas y se las abrieron a sus compañeros. En la batalla generalizada que se produjo a continuación, los romanos vencieron sin problemas.

Tras su triunfo, Roma se anexionó el territorio de Veyes —más de quinientos kilómetros cuadrados—, que dejó de existir como ciudad independiente. Algunos de sus habitantes se convirtieron en ciudadanos romanos, otros fueron esclavizados y otros muertos o expulsados. El botín fue inmenso. Entre las piezas saqueadas destacaba una estatua de la diosa Juno, que fue trasladada a Roma y consagrada en un templo en el monte Aventino.

En cuanto a Camilo, pudo celebrar su triunfo en un magnífico carro tirado por cuatro corceles blancos. Durante los años siguientes, aún siguió obteniendo cargos y honores, y sus éxitos impresionaron tanto a los vecinos que pueblos como los ecuos y los volscos propusieron tratados de paz a Roma.

Aún seguiremos hablando de Camilo. Pero queda un misterio por resolver. ¿Por qué las aguas del lago Albano se desbordaron sin recibir el aporte de un río y sin que lloviera? ¿Nos encontramos ante uno de esos típicos prodigios que aparecen en los textos antiguos, como estatuas que se bajan del pedestal, dioses que se aparecen en medio de una batalla y otros fenómenos sobrenaturales que hoy día no podemos aceptar?

En general, los historiadores piensan que en todos los hechos relacionados con Marco Furio Camilo —al que se consideraba el segundo fundador de Roma— hay mucho de leyenda, y que durante los siglos IV y III los romanos embellecieron aún más su historia con detalles novelescos y a veces casi fantásticos. ¿La historia del lago Albano sería uno de esos adornos fabulosos?

Para responder a esa pregunta, nos moveremos lejos de Roma tanto en el espacio como en el tiempo. El 21 de agosto de 1986, en Camerún, un lago llamado Nyos estalló de repente. Enormes burbujas rompieron su superficie, chorros de agua y espuma se alzaron a más de cien metros y una ola de veinticuatro metros de altura arrasó una de sus orillas. Al mismo tiempo, una nube de gas brotó del lago a más de cien kilómetros por hora y barrió los alrededores. El resultado fue que perecieron mil setecientas personas y tres mil quinientas cabezas de ganado.

Al igual que el lago Albano, el Nyos no recibía aporte de ningún río. ¿Qué ocurrió?

El lago Nyos se encuentra situado en un antiguo cráter volcánico. Aunque el volcán permanece inactivo, por debajo del lago hay una cámara de magma de la que se filtra dióxido de carbono (CO2) que asciende entre las rocas y pasa al agua. Antes del desastre de 1986, el CO2 se fue acumulando en las profundidades del lago, en las capas más densas y frías. Llegó un momento en que el agua se saturó tanto que se desgasificó de repente, estallando como una monstruosa botella de champán. El dióxido de carbono se extendió por los alrededores y la gente alcanzada por la nube murió de asfixia en pocos minutos.

Volviendo a los alrededores de Roma, el lago Albano, como su vecino Nemi, también está situado en un cráter. Por ser más precisos, su lecho lo forman cinco cráteres fundidos en uno.

Los estudios geológicos demuestran que durante los últimos setenta mil años el lago se ha desbordado en muchas ocasiones, provocando inundaciones y lahares, catastróficas avalanchas de lodo que se han sedimentado en la llanura circundante.

La razón es la misma que en el lago Nyos: el monte Albano entero es un volcán adormilado, aunque no del todo muerto, y de sus profundidades no deja de emanar CO2 que se acumula en las aguas del fondo. A veces, un movimiento sísmico, por pequeño que sea, hace que en las capas inferiores del lago penetren chorros de aguas termales inyectados desde las profundidades. Las aguas frías y calientes se mezclan, todo se revuelve, el sistema se desestabiliza, la superficie del lago sube a toda velocidad e incluso rebosa por encima de las paredes del cráter.

O debería decir «rebosaba». Los romanos no eran conscientes de que tenían un volcán a veinte kilómetros de su ciudad, y sin embargo, al excavar aquel túnel, llevaron a cabo la primera obra de prevención de riesgos volcánicos de la historia.

¿Llegó a haber una nube asesina como la de Nyos en el año 398 a.C.? Lo ignoramos. Sólo sabemos que se produjo una catastrófica subida de las aguas y que los romanos se lo tomaron como un portento inexplicable. Pero ahora la razón está bastante clara, y el prodigio se convierte en un fenómeno natural que, por pura casualidad, coincidió con el asedio de Veyes. Al fin y al cabo, conociendo a los romanos, lo extraordinario habría sido que la misteriosa inundación coincidiera con un año sin guerras.