9

Se sintió asqueado cuando sus ojos se encontraron. Spencer Craig le miró desde su asiento entre el público. Danny le devolvió la mirada como si se encontrara en medio de un cuadrilátero, esperando a que sonara la campana del primer asalto.

Cuando Beth entró en la sala, era la primera vez que la veía desde hacía dos semanas. Le tranquilizó ver que daba la espalda a Craig cuando subió al estrado de los testigos. Beth dedicó a Danny una cálida sonrisa antes de prestar juramento.

—¿Se llama usted Elizabeth Wilson? —preguntó Alex Redmayne.

—Sí —contestó, y apoyó las manos sobre el estómago—, pero todo el mundo me llama Beth.

—¿Vive en el número veintisiete de Bacon Road, en Bow, en el este de Londres?

—Sí.

—Y Bernie Wilson, el fallecido, ¿era su hermano?

—Sí —dijo Beth.

—¿Es en la actualidad la ayudante personal del presidente de Drake’s Marine Insurance Company, en la City de Londres?

—Sí.

—¿Cuándo nacerá el bebé? —preguntó Redmayne. Pearson frunció el ceño, pero sabía que no debía intervenir.

—Dentro de seis semanas —dijo Beth, al tiempo que bajaba la cabeza. El juez Sackville se inclinó hacia delante y sonrió a Beth.

—Le ruego que hable en voz alta, señorita Wilson. El jurado debe escuchar todas y cada una de sus palabras. —La joven alzó la cabeza y asintió—. Tal vez preferiría sentarse —añadió el juez—. Encontrarse en un lugar desconocido es un poco desconcertante a veces.

—Gracias —dijo Beth. Se hundió en la silla de madera del estrado, y casi desapareció de vista.

—Maldición —masculló Alex Redmayne.

El jurado apenas podía verle los hombros, y ya no podría recordarle continuamente que estaba embarazada de siete meses, una visión que quería grabada en la mente de las únicas doce personas que importaban. Tendría que haberse anticipado al galante juez Sackville y haber aconsejado a Beth que declinara la invitación de sentarse. Si se hubiera desmayado, la imagen no se habría borrado de la mente de los miembros del jurado.

—Señorita Wilson —continuó Redmayne—, haga el favor de explicar al tribunal cuál es su relación con el acusado.

—Danny y yo nos casaremos la semana que viene —contestó. Una exclamación ahogada recorrió la sala.

—¿La semana que viene? —preguntó Redmayne, intentando aparentar sorpresa.

—Sí, el padre Michael, nuestro párroco de St. Mary, leyó ayer las últimas amonestaciones.

—Pero si su prometido fuera condenado…

—No pueden condenarte por un crimen que no has cometido —le interrumpió Beth.

Alex Redmayne sonrió. Buen trabajo, y hasta se había vuelto hacia el jurado.

—¿Desde cuándo conoce al acusado?

—Desde que tengo uso de razón —replicó Beth—. Su familia siempre ha vivido en la acera de enfrente de nuestra calle. Fuimos a la misma escuela.

—¿El colegio Clement Attlee? —preguntó Redmayne, mientras echaba un vistazo a su expediente abierto.

—Exacto —confirmó Beth.

—¿Eran novios ya en la infancia?

—Si lo éramos, Danny no se enteraba, porque apenas me dirigió la palabra mientras estuvimos en la escuela.

Danny sonrió por primera vez aquel día, cuando recordó a la niña con trenzas que siempre iba pegada a su hermano.

—Pero ¿intentó hablar con él?

—No, no me habría atrevido. Pero siempre me quedaba en la banda cuando jugaba a fútbol.

—¿Su hermano y Danny estaban en el mismo equipo?

—Durante todos los años de colegio —contestó Beth—. Danny era el capitán y mi hermano el portero.

—¿Danny siempre era el capitán?

—Oh, sí. Sus compañeros le llamaban Capitán Cartwright. Fue capitán de todos los equipos del colegio: fútbol, criquet, incluso boxeo. Alex observó que un par de miembros del jurado estaban sonriendo.

—¿Su hermano se llevaba bien con Danny?

—Danny era su mejor amigo —dijo Beth.

—¿Se peleaban con frecuencia, como mi distinguido colega ha insinuado? —preguntó Redmayne, y miró en dirección al fiscal.

—Solo por el West Ham, o por la última novia de Bernie.

Un miembro del jurado consiguió a duras penas reprimir una carcajada.

—Pero ¿su hermano no puso fuera de combate a Danny en el primer asalto del campeonato de boxeo del Bow Street Boy’s Club del año pasado?

—Sí, pero Bernie siempre fue mejor boxeador, y Danny lo sabía. Danny me dijo que tendría suerte si llegaba al segundo asalto en caso de que se encontraran en la final.

—De modo que no existía animosidad entre ellos, tal como ha insinuado mi distinguido colega, el señor Pearson.

—¿Él qué va a saber? —preguntó Beth—. No conocía a ninguno de los dos.

Danny volvió a sonreír.

—Señorita Wilson —dijo el juez, en tono menos amable—, haga el favor de limitarse a responder a las preguntas.

—¿Cuál era la pregunta? —preguntó Beth, algo desconcertada. El juez echó un vistazo a su libreta.

—¿Existía animosidad entre su hermano y el acusado?

—No —respondió Beth—. Ya se lo he dicho, eran los mejores amigos del mundo.

—También ha dicho al tribunal, señorita Wilson —dijo Redmayne, con la intención de que la joven se ciñera al guión—, que Danny nunca le dirigió la palabra cuando iban al colegio. No obstante, acabaron prometidos.

—Exacto —dijo Beth, y miró a Danny.

—¿Cuál fue el motivo de ese cambio de opinión?

—Cuando Danny y mi hermano se marcharon de Clem Attlee, ambos fueron a trabajar al taller de mi padre. Yo seguí otro año en el colegio, antes de ir al instituto de enseñanza superior, y después a la Universidad de Exeter.

—¿Se licenció con matrícula de honor en Lengua Inglesa?

—Sí —contestó Beth.

—¿Cuál fue su primer trabajo después de terminar la universidad?

—Entré como secretaria en Drake’s Marine Insurance Company, en la City.

—A tenor de sus cualificaciones, habría podido conseguir un empleo mucho mejor.

—Tal vez —admitió Beth—, pero la sede central de Drake’s está en la City, y yo no quería estar muy lejos de casa.

—Comprendo. ¿Cuántos años lleva trabajando para esa empresa?

—Cinco —contestó Beth.

—Y durante ese tiempo, ha ascendido de secretaria a ayudante personal del presidente.

—Sí.

—¿Cuántas secretarias trabajan en Drake’s Insurance? —preguntó Redmayne.

—No estoy segura del número exacto —contestó Beth—, pero puede que haya más de cien.

—Pero ¿fue usted quien consiguió el puesto más alto? —Beth no contestó—. Después de terminar la universidad y vivir de nuevo en Londres, ¿cuándo volvió a ver a Danny?

—Poco después de empezar a trabajar en la City —dijo Beth. Un sábado por la mañana, mi madre me pidió que llevara la fiambrera a mi padre al taller. Danny estaba allí, con la cabeza debajo del capó de un coche. Al principio, pensé que no se había fijado en mí, porque solo podía ver mis piernas, pero después levantó la vista y se golpeó la cabeza contra el capó.

—¿Fue entonces cuando le pidió por primera vez una cita?

Pearson se puso en pie de un salto.

—Señoría, ¿es preciso apuntar línea por línea al testigo, como si estuviera en el ensayo general de una obra de una compañía de aficionados?

No está mal, pensó Alex. Tal vez el juez le habría dado la razón, de no ser porque había oído a Pearson pronunciar la misma frase varias veces durante la última década. No obstante, se inclinó hacia delante para reprender al abogado.

—Señor Redmayne, en el futuro haga el favor de formular preguntas a la testigo, y no recurra a dar respuestas que solo esperan ser confirmadas por la señorita Wilson.

—Pido disculpas, señoría —dijo Redmayne—. Intentaré no disgustar a su señoría de nuevo.

El juez Sackville frunció el ceño, pues recordaba que el padre de Redmayne le había dicho lo mismo con idéntica falta de sinceridad.

—¿Cuándo volvió a ver al acusado? —preguntó Redmayne a Beth.

—Aquella misma noche. Me invitó a ir al Hammersmith Palais —contestó Beth—. Mi hermano y él iban al Palais todos los sábados por la noche. «Más titis por metro cuadrado que en un corral», solía decir Bernie.

—¿Se vieron con frecuencia después de la primera cita? —preguntó Redmayne.

—Casi cada día. —Beth hizo una pausa—. Hasta que le encerraron.

—Ahora volvamos a la noche del 18 de septiembre del año pasado —dijo Redmayne. Beth asintió—. Quiero que cuente al jurado con sus propias palabras qué sucedió exactamente aquella noche.

—Fue idea de Danny. —Beth miró al acusado y sonrió—. Quiso ir a cenar al West End porque era una ocasión especial.

—¿Una ocasión especial? —preguntó Redmayne.

—Sí. Danny iba a declararse.

—¿Por qué estaba tan segura?

—Oí a mi hermano contar a mis padres que Danny se había gastado el sueldo de dos meses en el anillo. Levantó la mano izquierda para que el juez pudiera admirar el diamante del anillo de oro.

Alex esperó a que los murmullos se acallaran.

—¿Le pidió que fuera su esposa? —preguntó a continuación.

—Sí —contestó Beth—. Hasta se puso de rodillas.

—¿Y usted aceptó?

—Por supuesto —dijo Beth—. Desde el día que lo conocí supe que nos casaríamos. Pearson anotó su primera equivocación. —¿Qué pasó después?

—Antes de irnos del restaurante, Danny llamó a Bernie para darle la noticia. Quedamos en vernos más tarde, para celebrarlo.

—¿Dónde quedaron para la celebración?

—En el Dunlop Arms de Hambledon Terrace, en Chelsea.

—¿Por qué eligieron ese local en particular?

—Danny había ido una vez, después de ver al West Ham jugar contra el Chelsea en Stamford Bridge. Me dijo que era muy elegante y pensó que me gustaría.

—¿A qué hora llegaron?

—No estoy segura —dijo Beth—, pero no antes de las diez.

—¿Su hermano ya les estaba esperando?

—Ya empezamos otra vez, señoría —protestó Pearson.

—Le pido disculpas, señoría —dijo Redmayne. Se volvió hacía Beth—: ¿Cuándo llegó su hermano?

—Ya estaba allí —contestó Beth.

—¿Vio a alguien más en el local?

—Sí —dijo Beth—. Vi al actor Lawrence Davenport, el doctor Beresford, en la barra con otros tres hombres.

—¿Conoce al señor Davenport?

—Por supuesto que no —dijo Beth—. Solo le había visto en la tele.

—Debió de emocionarla mucho ver a una estrella de la televisión la noche de su compromiso.

—No, no me impresionó. Recuerdo que pensé que no era tan guapo como Danny.

Varios miembros del jurado examinaron con más atención al hombre sin afeitar y con el pelo pincho, vestido con una camiseta del West Ham que no tenía aspecto de haber sido planchada en mucho tiempo. Alex temió que pocos jurados estuvieran de acuerdo con la opinión de Beth.

—¿Qué pasó después?

—Bebimos una botella de champán, y entonces pensé que había llegado el momento de volver a casa.

—¿Volvieron a casa?

—No. Bernie pidió una segunda botella, y cuando el camarero se llevó la vacía, oí que alguien decía: «No se hizo la miel para la boca del asno».

—¿Cuál fue la reacción de Danny y de Bernie?

—No lo oyeron, pero vi que un hombre de la barra me estaba mirando. Me guiñó el ojo, y después abrió la boca y empezó a pasarse la lengua por los labios.

—¿Cuál de los cuatro hombres hizo eso?

—El señor Craig.

Danny alzó la vista hacia el público y vio que Craig miraba a Beth con el ceño fruncido, pero por suerte ella no pudo verle.

—¿Se lo dijo a Danny?

—No, era evidente que el hombre estaba borracho. De todos modos, oyes cosas peores si has crecido en el East End. Además, sabía muy bien cómo reaccionaría Danny si se lo decía.

Pearson no paraba de escribir.

—Así que no le hizo caso.

—No —prosiguió Beth—, pero entonces, el mismo hombre se volvió hacia sus amigos y dijo: «Esa puta está muy presentable hasta que abre la boca». Bernie lo oyó. Entonces, otro de los hombres dijo: «No sé, pero hay veces en las que me gusta que una puta tenga la boca abierta», y todos se echaron a reír. —Hizo una pausa—. Excepto el señor Davenport, que parecía avergonzado.

—¿Bernie y Danny también rieron?

—No. Bernie agarró la botella de champán y se levantó para plantarle cara. —Pearson anotó sus palabras exactas cuando ella añadió—: Pero Danny le retuvo y dijo que no les hiciera caso.

—¿Le obedeció?

—Sí, pero solo porque yo dije que quería irme a casa. Cuando estábamos saliendo, observé que uno de los hombres seguía mirándome. Dijo: «¿Así que nos vamos?», y después añadió: «Cuando hayáis acabado con ella, a mis amigos y a mí nos queda suficiente para una cama redonda».

—¿Una cama redonda? —repitió el juez Sackville, perplejo.

—Sí, señoría. Es cuando un grupo de hombres practican el sexo con la misma mujer —dijo Redmayne—. En ocasiones, a cambio de dinero. Hizo una pausa mientras el juez anotaba las palabras. Alex miró al jurado, ninguno de ellos parecía necesitar más explicaciones.

—¿Está segura de que esas fueron sus palabras exactas? —preguntó Redmayne.

—No es algo que olvides fácilmente —replicó con brusquedad Beth.

—¿Fue el mismo hombre quien dijo eso?

—Sí —dijo Beth—. El señor Craig.

—¿Cómo reaccionó Danny esta vez?

—Siguió sin hacerles caso (al fin y al cabo, el hombre estaba borracho), pero mi hermano era el problema, y la cosa empeoró cuando el señor Craig añadió: «¿Por qué no salimos a la calle y lo discutimos?».

—Por qué no salimos a la calle y lo discutimos —repitió Redmayne.

—Sí —dijo Beth, sin saber bien por qué repetía sus palabras.

—¿Y el señor Craig salió con ustedes a la calle?

—No, pero solo porque Danny empujó a mi hermano hacia el callejón antes de que pudiera revolverse, y yo me apresuré a cerrar la puerta cuando salimos. Pearson cogió un bolígrafo rojo y subrayó las palabras: «le empujó hacia el callejón».

—¿De modo que Danny consiguió sacar a su hermano del bar sin más problemas?

—Sí —respondió Beth—, pero aun así, Bernie quería volver y darle una lección.

—¿Darle una lección?

—Sí —dijo Beth.

—Pero ¿usted salió al callejón?

—Sí, pero justo antes de llegar a la calle vi que uno de los hombres del bar se interponía en mi camino.

—¿Cuál?

—El señor Craig.

—¿Qué hizo usted?

—Volví atrás para reunirme con Danny y mi hermano. Les supliqué que regresáramos al bar. Fue entonces cuando reparé en que los otros dos hombres (uno de ellos era el señor Davenport) estaban junto a la puerta trasera. Me volví y vi que al primer hombre se le había sumado otro al final del callejón, y ambos avanzaban hacia nosotros.

—¿Qué ocurrió después? —preguntó Redmayne.

—Bernie dijo: «Tú ocúpate del capullo y yo me encargaré de los otros tres», pero antes de que Danny pudiera contestar, el hombre al que mi hermano había llamado «capullo» se abalanzó corriendo hacia él y le dio un puñetazo que alcanzó a Danny en la barbilla. Después, se desató una pelea brutal.

—¿Los cuatro hombres intervinieron?

—No —dijo Beth—. El señor Davenport se situó junto a la puerta de atrás, y uno de los otros, un tipo alto y flaco, se quedó rezagado; cuando mi hermano dejó sin sentido al único hombre con ganas de pelea, Bernie me dijo que fuera a buscar un taxi, pues confiaba en que todo acabaría enseguida.

—¿Lo hizo?

—Sí, pero no hasta asegurarme de que Danny estaba dando su merecido a Craig.

—¿Era así?

—Sin duda —confirmó Beth.

—¿Cuánto tardó en encontrar un taxi?

—Unos pocos minutos —dijo Beth—, pero cuando apareció el taxista, dijo ante mi sorpresa: «No creo que sea un taxi lo que necesitan, cariño. Si fueran mis amigos, yo llamaría a una ambulancia», y se marchó sin añadir nada más.

—¿Se ha intentado localizar al taxista en cuestión? —preguntó el juez.

—Sí, señoría —dijo Redmayne—, pero hasta el momento no ha habido suerte. ¿Cómo reaccionó usted cuando oyó las palabras del taxista? —preguntó Redmayne a Beth.

—Me volví y vi a mi hermano tendido en el suelo. Parecía inconsciente. Danny sostenía la cabeza de Bernie en sus brazos. Corrí a reunirme con ellos. Pearson anotó algo.

—¿Danny le explicó lo que había pasado?

—Sí. Dijo que se llevaron una sorpresa cuando Craig sacó un cuchillo. Intentó arrebatárselo mientras apuñalaba a Bernie.

—¿Bernie se lo confirmó?

—Sí.

—¿Qué hizo entonces?

—Telefoneé a urgencias.

—Le ruego que se tome el tiempo necesario, señorita Wilson, antes de responder a la siguiente pregunta. ¿Quién llegó antes? ¿La policía o la ambulancia?

—Dos paramédicos —contestó Beth sin vacilar.

—¿Cuánto tardaron en llegar?

—Siete, tal vez ocho minutos.

—¿Cómo puede estar tan segura?

—No dejé de mirar el reloj en ningún momento.

—¿Cuántos minutos más transcurrieron hasta la llegada de la policía?

—No estoy segura —dijo Beth—, tal vez fueron otros cinco.

—¿Cuánto rato estuvo con usted el oficial de policía Fuller en el callejón, antes de entrar al bar para interrogar al señor Craig?

—Diez minutos, como mínimo —dijo Beth—, pero pudieron ser más.

—¿Tiempo suficiente para que el señor Spencer Craig se marchara, volviera a casa, que solo se hallaba a cien metros de distancia, se cambiara de ropa y volviera a tiempo de dar su versión de lo sucedido, antes de que el detective entrara en el bar?

—Señoría —objetó Pearson, al tiempo que se ponía en pie—, esto es una intolerable calumnia contra un hombre que no estaba haciendo otra cosa que cumplir con su deber.

—Estoy de acuerdo con usted —dijo el juez—. Miembros del jurado, no tendrán en cuenta los últimos comentarios del señor Redmayne. No olviden que no es al señor Craig a quien se está juzgando.

Fulminó con la mirada a Redmayne, pero el abogado ni se inmutó, consciente de que el jurado no olvidaría el diálogo, y de que despertaría alguna duda en su mente.

—Le pido disculpas, señoría —dijo con voz contrita—. No volverá a ocurrir.

—Puede estar seguro de ello —replicó el juez con brusquedad.

—Señorita Wilson, mientras estaba esperando a que la policía llegara, ¿los paramédicos tendieron a su hermano en una camilla y se lo llevaron al hospital más cercano?

—Sí, hicieron todo lo posible por ayudar —contestó Beth—, pero yo sabía que era demasiado tarde. Ya había perdido mucha sangre.

—¿Danny y usted acompañaron a su hermano al hospital?

—No, fui sola, porque el oficial Fuller quería hacer más preguntas a Danny.

—¿Eso la preocupó?

—Sí, porque Danny también había resultado herido. Le habían…

—No me refería a eso —interrumpió Redmayne, pues no deseaba que acabara la frase—. ¿Le angustiaba la posibilidad de que la policía considerara a Danny sospechoso?

—No —dijo Beth—. Ni siquiera se me pasó por la cabeza. Yo ya había contado a la policía lo sucedido. En cualquier caso, siempre me tenían a mí para que confirmara su versión.

Si Alex hubiera mirado a Pearson, habría visto la sonrisa fugaz que apareció en el rostro del fiscal.

—Por desgracia, su hermano murió camino del Chelsea and Westminster Hospital, ¿verdad?

Beth se puso a llorar.

—Sí. Telefoneé a mis padres, que acudieron de inmediato, pero ya era demasiado tarde.

Alex se abstuvo de formular más preguntas hasta que la joven se serenó.

—¿Danny se reunió con usted en el hospital más tarde?

—No.

—¿Por qué?

—Porque la policía continuaba interrogándole.

—¿Cuándo volvió a verle?

—A la mañana siguiente, en la comisaría de policía de Chelsea.

—¿En la comisaría de policía de Chelsea? —repitió Redmayne, fingiendo sorpresa.

—Sí. La policía se presentó en mi casa a primera hora de la mañana. Me dijeron que habían detenido a Danny, acusado del asesinato de Bernie.

—Eso debió de causarle una conmoción terrible. —El señor Pearson se puso en pie de un brinco—. ¿Cómo reaccionó a la noticia? —se apresuró a preguntar Redmayne.

—Con absoluta incredulidad. Repetí exactamente lo que había pasado, pero me di cuenta de que no me creían.

—Gracias, señorita Wilson. No hay más preguntas, señoría.

Danny exhaló un suspiro de alivio cuando Beth bajó del estrado de los testigos. Era una joya. Ella le sonrió angustiada cuando pasó junto al banquillo.

—Señorita Wilson —la llamó el juez antes de que pudiera llegar a la puerta. Ella se volvió—. ¿Querría ser tan amable de volver al estrado? Tengo la sensación de que el señor Pearson desea hacerle un par preguntas.