69
—¿Has conseguido una foto de su pierna? —preguntó Craig.
—Todavía no —contestó Payne.
—Avísame en cuanto la tengas.
—Un momento —dijo Payne—. Está saliendo de casa.
—¿Con su chófer? —preguntó Craig.
—No, con la mujer que entró ayer por la tarde.
—Descríbela.
—Más cerca de los treinta que de los veinte, metro setenta, delgada, cabello castaño, fabulosas piernas. Están entrando en el asiento trasero del coche.
—Sígueles —dijo Craig— e infórmame sobre adónde van.
Colgó el teléfono, se volvió hacia su ordenador y buscó la foto de Beth Wilson. No se sorprendió al comprobar que encajaba con la descripción. Sin embargo, sí le sorprendió que Cartwright se arriesgara tanto. ¿Acaso ahora creía que era invencible?
En cuanto Payne hubiera tomado una fotografía de la pierna izquierda de Cartwright, Craig concertaría una cita con el oficial Fuller. Entonces, se retiraría a un segundo plano y dejaría que la policía se llevara todas las medallas por la captura de un asesino fugado y de su cómplice.
Big Al dejó a Danny ante la entrada de la universidad. Después de que Beth le diera un beso, bajó del coche, subió corriendo la escalinata y entró en el edificio.
Todos sus planes habían volado por los aires con un beso seguido de una noche sin dormir. Cuando el sol salió a la mañana siguiente, Danny sabía que ya no podría vivir sin Beth, aunque eso significara abandonar el país y vivir en el extranjero.
Craig salió del tribunal, mientras el jurado decidía el veredicto. Se paró en la escalinata del Old Bailey y llamó a Payne por el móvil.
—¿Adónde han ido? —preguntó.
—Cartwright bajó ante el edificio de la Universidad de Londres. Está estudiando empresariales.
—Pero Moncrieff ya estaba licenciado en Inglés.
—Sí, pero no olvides que cuando Cartwright estaba en Belmarsh se matriculó de matemáticas y empresariales.
—Otro pequeño error que creyó que pasaría inadvertido —dijo Craig—. ¿Adónde llevó el chófer a la chica después de dejar a Craig?
—Se dirigieron hacia el East End y…
—A Bacon Road, 27, Bow —dijo Craig.
—¿Cómo lo sabes?
—Es la casa de Beth Wilson, la novia de Cartwright. Estaba con él en el callejón aquella noche, ¿te acuerdas?
—Cómo podría olvidarlo —replicó Payne.
—¿Has conseguido una fotografía de ella? —preguntó Craig, sin hacer caso de su respuesta.
—Varias.
—Bien, pero todavía necesito una foto de la pierna izquierda de Cartwright por encima de la rodilla, antes de ir a ver al oficial Fuller. —Craig consultó su reloj—. Tendría que volver al tribunal. El jurado no debería tardar mucho en declarar a mi cliente culpable. ¿Dónde estás ahora?
—Delante de Bacon Road, 27.
—Mantente oculto —dijo Craig—. La mujer te reconocería cien pasos. Te llamaré en cuanto termine el juicio.
Durante el descanso para comer, Danny decidió dar un paseo y comprar un bocadillo antes de asistir a la clase del profesor Mori. Intentó recordar las seis teorías de Adam Smith, por si el dedo errante del profesor terminaba apuntándole a él. No se fijó en el hombre que estaba sentado en un banco, al otro lado de la calle, con una cámara al lado.
Craig llamó a Payne al móvil después de que el juicio terminara.
—La chica ha estado dentro de su casa más de una hora —dijo Payne—, y cuando ha salido, llevaba una maleta grande.
—¿Adónde ha ido? —preguntó Craig.
—La han llevado en coche a su oficina de Mason Street, en la City.
—¿Se llevó la maleta con ella?
—No, la ha dejado en el maletero del coche.
—Así que pretende pasar otra noche en The Boltons, como mínimo.
—Eso parece. ¿O crees que intentan huir del país? —preguntó Payne.
—Es improbable que se les ocurra hacerlo antes de su última entrevista con la agente de la condicional, que tendrá lugar el jueves por la mañana, cuando haya terminado su período de libertad condicional.
—Lo cual significa que solo nos quedan tres días para reunir todas las pruebas que necesitamos —dijo Payne.
—¿Qué ha estado haciendo Cartwright esta tarde?
—Salió de la universidad a las cuatro y le llevaron a The Boltons. Entró en la casa, pero el chófer se marchó enseguida. Le seguí por si iba a recoger a la chica.
—¿Y?
—Sí. La recogió en su trabajo y volvieron a casa.
—¿Y la maleta?
—La entró.
—Tal vez crea que no hay peligro en mudarse ahora. ¿Ha salido a correr?
—Si lo hizo —dijo Payne—, debió de ser mientras yo seguía a la chica.
—No te molestes con ella mañana —indicó Craig—. A partir de ahora concéntrate en Cartwright, porque si queremos desenmascararlo, solo importa una cosa.
—La fotografía —dijo Payne—. Pero ¿y si mañana no va a correr?
—Razón de más para pasar de la chica y concentrarse en él —dijo Craig—. Entretanto, pondré al día a Larry.
—¿Está haciendo algo para ganarse la vida?
—No mucho —admitió Craig—, pero no podemos enemistarnos con él mientras viva con su hermana.
Craig se estaba afeitando cuando el teléfono sonó. Maldijo.
—Han vuelto a salir juntos de casa.
—¿Esta mañana no ha ido a correr?
—No, a menos que fuera antes de las cinco de la madrugada. Llamaré de nuevo si detecto otra alteración de su rutina. Craig cerró el teléfono y siguió afeitándose. Se cortó. Maldijo de nuevo.
Tenía que estar en el tribunal a las diez, cuando el juez dicta sentencia en su caso de robo con agravantes. Su cliente terminaría probablemente con una condena de dos años. Craig se aplicó loción para después del afeitado mientras pensaba en las acusaciones que le caerían a Cartwright: escapar de Belmarsh suplantando a otro preso, robo de una colección de sellos valorada en más de cincuenta millones de dólares, falsificación de cheques de dos cuentas bancarias, más otros veintitrés delitos menores. En cuanto el juez estudiara todo el lote, Cartwright no volvería a ver la luz del día hasta que él cobrara pensión. Craig sospechaba que la chica también acabaría pasando una larga temporada entre rejas por complicidad con un delincuente. Y en cuanto descubrieran a qué se había dedicado Cartwright desde su huida de la cárcel, nadie hablaría de ofrecerle el indulto. Craig incluso empezaba a sentirse seguro de que el Lord Canciller le llamaría de nuevo, y esta vez le ofrecería un jerez seco, mientras hablaban del declive del criquet inglés.
—Nos están siguiendo —dijo Big Al.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Danny.
—Ayer me fijé en un coche que nos seguía. Ahora está ahí de nuevo.
—Gira a la izquierda en el siguiente cruce y mira si nos sigue.
Big Al asintió, y giró a la izquierda sin poner las luces.
—¿Aún nos sigue? —preguntó Danny.
—No, ha seguido recto —replicó Big Al, mientras miraba por el retrovisor.
—¿De qué marca era?
—Un Ford Mondeo azul oscuro.
—¿Cuántos crees que habrá en Londres? —preguntó Danny.
Big Al gruñó.
—Nos estaba siguiendo —repitió, mientras entraba en The Boltons.
—Voy a correr —dijo Danny—. Te avisaré si alguien me sigue.
Big Al no rio.
—El chófer de Cartwright me vio —dijo Payne—, así que no tuve otro remedio que seguir adelante y mantenerme fuera de su vista durante el resto del día. Voy a ir a la empresa de alquiler de coches para cambiarlo por otro. Mañana por la mañana volveré a la rutina, pero en lo sucesivo seré más cauteloso, porque el chófer de Cartwright es bueno. Yo diría que es expolicía o militar, lo cual significa que tendré que cambiar de coche cada día.
—¿Qué has dicho? —preguntó Craig.
—Que tendré que cambiar…
—No, antes.
—Que el chófer de Cartwright debe de ser policía o militar.
—Pues claro —dijo Craig—. No olvides que al chófer de Moncrieff le encerraron en la misma celda que a su jefe y a Cartwright.
—Tienes razón —dijo Payne—. Crann, Albert Crann.
—Más conocido como Big Al. Tengo la sensación de que el oficial Fuller acabará con escalera real: rey, reina y, ahora, comodín.
—¿Quieres que vuelva esta noche a comprobarlo? —preguntó Payne.
—No. Puede que al final Crann sea un premio adicional, pero no podemos correr el riesgo de que sospechen que les vigilamos. Mantente alejado de ellos hasta mañana por la tarde, porque estoy seguro de que ahora Crann estará ojo avizor. Supongo que Cartwright saldrá a correr en cuanto Big Al lo deje en casa y vaya a recoger a la novia.
El profesor Mori, que estaba hablando con algunos estudiantes mientras se examinaban, saludó a Danny, que pasaba por el corredor.
—Nick, dentro de un año, serás tú quien se presente a los exámenes finales. —Danny había olvidado el escaso tiempo que le quedaba antes de los exámenes, pero no se molestó en decir al profesor que no tenía ni idea de dónde estaría dentro de un año—. Espero grandes cosas de ti —añadió.
—Y yo estar a la altura de sus expectativas.
—Mis expectativas son de lo más realistas —dijo Mori—, aunque tú eres la típica persona que se educa al margen de las convenciones y cree que le queda mucho por aprender. Pero cuando llegue el momento de presentarte a los exámenes, descubrirás no solo que has alcanzado, sino superado a casi todos tus compañeros.
—Me siento halagado, profesor.
—Yo no suelo repartir alabanzas —replicó este, mientras desviaba su atención hacia otro estudiante. Danny salió a la calle y encontró a Big Al, que le abrió la puerta del coche.
—¿Alguien nos ha seguido hoy?
—No, jefe —dijo Big Al, y se sentó al volante.
Danny no informó a Big Al de que existían bastantes posibilidades de que les estuvieran siguiendo. Se preguntó cuánto tiempo tardaría Craig en descubrir la verdad, si no lo había hecho ya. Danny solo necesitaba un par de días más antes de que terminara su libertad condicional; después todo el mundo sabría la verdad.
Cuando se detuvieron ante The Boltons, Danny bajó y corrió hacia la casa.
—¿Le apetece un poco de té? —preguntó Molly, mientras Danny subía la escalera de dos en dos.
—No, gracias, voy a correr.
Danny se quitó la ropa y se puso la indumentaria de correr. Había decidido correr un buen rato, porque necesitaba pensar en su entrevista con Alex Redmayne de la mañana siguiente. Mientras salía corriendo por la puerta principal, vio que Big Al se dirigía hacia la cocina, sin duda para tomar una taza de té antes de ir a recoger a Beth. Danny corrió en dirección al Embankment, y sintió una descarga de adrenalina después de haber estado sentado en clase casi todo el día.
Cuando pasó por delante de Cheyne Walk no miró en dirección al apartamento de Sarah, donde sabía que vivía ahora su hermano. De haberlo hecho, habría visto a otro hombre conocido de pie junto a una ventana abierta, que le tomaba una fotografía. Danny continuó hasta Parliament Square, y cuando pasó ante la entrada de St. Stephen de la Cámara de los Comunes, pensó en Payne y se preguntó dónde estaría en esos momentos.
Estaba al otro lado de la calle enfocando su cámara, intentando pasar por un turista que tomaba una foto del Big Ben.
—¿Has conseguido una fotografía medio decente? —preguntó Craig.
—Las suficientes para llenar una galería de arte —contestó Payne.
—Bien hecho. Tráelas a mi casa y les echaremos un vistazo mientras cenamos.
—¿Pizza otra vez? —preguntó Payne.
—No por mucho tiempo. En cuanto Hugo Moncrieff pague, no solo habremos terminado con Cartwright, sino que habremos obtenido unos pingües beneficios al mismo tiempo, cosa que no debía de formar parte de sus planes.
—No estoy muy seguro de lo que ha hecho Davenport para merecer un millón.
—Estoy de acuerdo, pero todavía está un poco raro, y no queremos que abra la boca en el momento más inoportuno, sobre todo ahora que vive con Sarah. Hasta luego, Gerald. Craig colgó el teléfono, se sirvió una copa y pensó en lo que iba a decir, antes de llamar al hombre con el que había deseado hablar toda la semana.
—¿Podría hablar con el oficial Fuller? —dijo cuando contestaron al teléfono.
—Inspector Fuller —respondió una voz—. ¿De parte de quién?
—De Spencer Craig, abogado.
—Le paso, señor.
—Señor Craig, ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Será difícil que olvide la última vez que llamó.
—Lo mismo digo —contestó Craig—, y ese es el motivo de que le llame esta vez, inspector. Muchas felicidades.
—Gracias —dijo Fuller—, pero me cuesta creer que sea ese el motivo de su llamada.
—Tiene razón —rio Craig—. Tengo una información que podría proporcionarle el ascenso a inspector jefe en un abrir y cerrar de ojos.
—Soy todo oídos —dijo Fuller.
—Pero debo dejar claro, inspector, que yo no le he proporcionado esta información. Estoy seguro de que comprenderá el motivo en cuanto descubra quién está implicado. Y preferiría no hablar de esto por teléfono.
—Por supuesto —dijo Fuller—. ¿Dónde y cuándo quiere que nos encontremos?
—¿En el Sherlock Holmes, mañana a las doce y cuarto?
—Muy apropiado —dijo Fuller—. Hasta mañana, señor Craig. Craig colgó el teléfono y pensó en hacer una llamada más antes de que Gerald apareciera, pero justo cuando descolgaba el teléfono sonó el timbre de la puerta. Cuando abrió la puerta vio a Payne bajo el porche, sonriente. Hacía bastante tiempo que no le veía tan pagado de sí mismo. Payne entró sin decir palabra, se dirigió hacia la cocina y desplegó seis fotografías sobre la mesa.
Craig contempló las imágenes y comprendió de inmediato por qué Payne estaba tan satisfecho. Justo encima de la rodilla de la pierna izquierda de Danny se veía la cicatriz de una herida que Craig recordaba haberle infligido, y aunque la cicatriz se había desdibujado, se veía a simple vista.
—Esa es toda la prueba que necesitará Fuller —apuntó Craig, mientras descolgaba el teléfono de la cocina y marcaba un número de Escocia.
—Hugo Moncrieff —dijo una voz.
—Pronto será sir Hugo —respondió Craig.